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martes, 30 de agosto de 2011

Noche de boda



Noche de boda
Leonor Fernández Riva

"Creo que llegó el momento de pedirles permiso para morir un poco, dijo Marieta con una sonrisa   enseñando el cigarrillo en su mano,  ya saben cómo es este vicio. Con permiso, ¿eh? No tardo".

 Se levantó de la mesa procurando no incomodar a su futuro consuegro sentado a su lado y se dirigió a la terraza contigua al comedor. Una vez allí empezó a fumar con fruición. Nunca había podido ni querido dejar un  hábito que le producía tan intenso placer. Fumar había sido siempre para ella una  compañía,  una compañía que la había compensado de muchas frustraciones y que  en ese momento  necesitaba. 

Desde lejos observó con ternura a Flora, su  hija.  Se la veía feliz, ilusionada, al lado de Gian Carlo su futuro esposo. Al día  siguiente sería su boda; todo estaba ya dispuesto. La ceremonia religiosa,  los pajecitos, las damas de honor,   las flores, el vestido, el cura, los invitados, la música,  la celebración... Sí. Sería una hermosa boda sin duda. Pero, ¿y luego?  A Flora no podía pasarle lo que le pasó a ella. Su vida  no sería una farsa como la suya. Gian Carlo  era un chico tan apuesto, tan agradable, pero, ¿sabría hacerla feliz? No, ella no podía permitir que su hija repitiera su misma historia.  Ella tendría un matrimonio de verdad,  una vida sexual plena. 

 Los recuerdos volvieron a su mente. Volvió a sentir la frustración indecible de su noche de  bodas... y de las siguientes.  Nunca pudo  llegar al clímax con el hombre que había escogido como esposo. Debió resignarse a verlo  deleitarse con su cuerpo sin poder acompañarlo en su desvarío. Al principio pensó que era su culpa hasta que se dio cuenta de que podía  proporcionarse placer sola, que era él  quien nunca quiso recorrer  los sutiles senderos que la transportaban al delirio y al clímax.  Hubiera sido tan fácil hablarle, contarle su frustración, pero pudo más toda una vida  de reserva alrededor del sexo. Sintió vergüenza, guardó silencio y aprendió a simular. 

  Su matrimonio se  convirtió entonces en un teatro para dar gusto a su familia, a sus amistades. Muchas veces reflexionó  que   nada tenía que envidiar a esas pobres que vendían su cuerpo al mejor postor.  Al fin y al cabo, ella también se había convertido  en una especie de prostituta experta en el arte de la simulación pero a diferencia de ellas  con un  contrato seguro,  exclusivo y  notarial. 


 No. No era esa la vida que Marieta anhelaba para su hija. Tomó la carta.  Se la haría llegar a su futuro yerno esa misma noche. Él no  tenía por qué saber quién se la enviaba. Pero si lo descubría tampoco  le importaba; haría cualquier cosa para que Flora fuera feliz. La releyó una  vez más:

 Amor: hoy es el día más trascendental de nuestra vida. Hoy empezamos  a amarnos para siempre. Esfuérzate, amor mío  por ser el rey de los amantes, el más sabio de todos, el más fuerte, el único, el irreemplazable. No dejes que mi mente genere fantasías distintas a las tuyas, Tú y solo tú debes saber cómo se abre mi puerta, Cómo despiertas mi deseo. Cómo destilo anhelos, cómo vibro y palpito. Cómo alcanzo la gloria.  Se tierno conmigo, amor.  Háblame dulcemente.  Hazme creer y créelo que yo soy la mujer más linda, la más seductora, la única importante para ti.  Demuéstrame tu pasión, pero hazlo despacio, sabiamente, con amor.  Soy diferente a ti. Soy mujer y el sexo es para mí algo más complicado, pero no por eso menos importante.  Pero si descubres la forma de quererme,  de hacerme sentir y de vibrar, tendrás a tu lado un ser continuamente ansioso por amarte. Acaríciame toda, bésame, bésame con sapiencia, con pasión, que se  sacie la sed que me devora en el néctar fragante de tu boca. No tengas prisa, amor, es nuestra noche y yo soy toda tuya. Recorre con tus manos mis montes y collados. Acaríciame toda. Recórreme despacio. Empieza por mis muslos. Y suave, suavemente como si  acariciaras mi piel con una pluma ve subiendo, subiendo.  Lenta, muy lentamente, amor, no tengas prisa. Ve llegando tenue, muy tenue  hasta mi puerta. Mas, no entres todavía. Temblorosa, jadeante, humedecida, mi flor te está esperando. Al roce sabio y dulce de tus manos se abrirá para ti y brotara impetuoso  desde la misma fuente de mi vida un arroyo de amor. No descanses, amor, vuélveme loca. Enciéndeme, enloquéceme. Despierta mi lujuria, mi lascivia. Ávida, de tu esencia querré saciar  mi  sed y mi arrebato en el cauce ardoroso  de tu fuente de amor. Domíname,  hazme tuya, sé mi fauno, mi sátiro, condúceme por sendas prohibidas, misteriosas, ocultas donde gocemos juntos el amor, el deleite y el dolor. Unámonos en un éxtasis dulce, perverso, interminable. Hazme feliz amado. Alcancemos unidos la cima del placer. Pero hagámoslo juntos y entonces, solo entonces  seré para siempre solo tuya. Tierna, salvaje, apasionadamente tuya. Es la primera noche del resto de nuestra vida. Nada más debe importarnos.

Al día siguiente, durante el desayuno, Marieta procuró disimular su inquietud. Tenía una gran expectativa por saber cómo había recibido su yerno el mensaje, pero eso no lo podría saber sino ya tal vez en la noche durante la ceremonia de matrimonio.

Flora,  siempre había sido dormilona pero esa mañana se levantó temprano; era el día de su boda y había mucho que hacer. Debía probarse una vez más su vestido, ir a la peluquera, arreglarse las uñas, alistar su equipaje para la luna de miel.

-¿Cómo dormiste, hijita? -le preguntó Marieta amorosa.

-No muy bien, mami -contestó con gesto de mal humor, y añadió- Te caerías de la sorpresa si te enteraras de lo que hace la gente metida.

-¿Cómo así? Cuéntame.

-Nada importante, mami - un estúpido  que cree que  va a venir a enseñarnos a Gian Carlo y a mi cómo hacer el amor. Anoche le llegó una carta anónima diciéndole no sé cuantas ridiculeces. Me llamó anoche mismo para contarme. En un principio hasta imaginó que era yo quien se la enviaba. ¡Imagínate!  La gente no tiene vergüenza, mira que venirse a meter en nuestra vida.

-¿Era una carta grosera, insultante? - se atrevió a preguntar Marieta

-No, creo que no, yo no la he visto,  claro. Gian Carlo la rompió con fastidio luego de leerla, pero igual me molestó enterarme de que hay gente atrevida que se mete en tu vida. Mira que venirnos disque a dar consejos. Si de algo podemos dar lecciones Gian Carlo y yo es de amor.

-Espero que así sea, hijita.  Bueno, afloja ya ese ceño, no estés molesta. ¡Mira qué rica  tortilla  acabó de prepararte! Este es tú último desayuno de soltera. Hoy, nada debe enturbiar tu felicidad.



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    jueves, 11 de agosto de 2011

    Dile adiós a la esperanza




    Dile adiós a la esperanza

    Leonor Fernández



    Una nueva explosión le hace perder el equilibrio. Se incorpora con rapidez y observa expectante. No. Nada todavía. El mecanismo de refrigeración continúa bloqueado.

     Desde hace dos días, Kenzo, en compañía de otros ocho ingenieros a quienes el Gobierno delegó la misión de quedarse en la planta hasta restaurar el fluido refrigerante, trabajan incesantemente con el fin de evitar la fusión del núcleo de reactores.

    Bajo sus pesadas escafandras semejan astronautas de una nave espectral. Saben  que permanecer allí es casi una sentencia de muerte. La fuga de radiactividad ya acusa en el interior de la planta índices cercanos a los 14,44 y 15,45 microsievert por hora registrados en la planta de Chernobyl que produjeron la muerte casi inmediata de los operarios de esa planta, y terribles mutaciones a los niños que nacieron luego. Pero tienen claro que esa misión  es un alto honor y un deber para con su patria.  Que a manera de modernos samuráis están arriesgando sus vidas para salvar las de otros muchos. Su trabajo es  similar al de los mineros: disponen de su vida por un cierto tiempo nada más. Y no obstante, aunque saben que en física nuclear nada es seguro, alientan la esperanza de que el traje que llevan sea un buen aislante.

    El violento terremoto que destruyó media nación colapsó también el sistema de refrigeración  de la planta y ahora existe en ella una impredecible acumulación  de calor y de presión. “¿Qué pasará en este momento en el núcleo?”, se pregunta Kenzo. Imposible aventurarse a dar una respuesta. Lo único cierto es que el agua ha dejado de fluir por entre los tubos o varillas metálicas de circonio que contienen  los pellets de combustible de uranio. Es imperativo restaurar el bombeo de agua para mantener esas varillas frescas y para crear el vapor que dará impulso a la turbina generadora de electricidad.

    En la madrugada agregaron ácido bórico al agua de mar para intentar detener las reacciones nucleares. Saben que  aunque aparentemente se han detenido las reacciones en cadena aún queda suficiente calor para fundir las varillas metálicas que rodean el combustible de uranio y que si éstas se calientan lo suficiente reaccionarán químicamente con el agua que las rodea lo que producirá gas hidrógeno explosivo con impredecibles resultados.

    El trabajo en los estrechos pasillos no es fácil. Kenzo tiene la sensación de estar en una tumba; su tumba. El aire es denso, el silencio ominoso. Conversan solo lo indispensable. Cada uno está inmerso en sus propios pensamientos. Hay poco que decir.

    Desde hace unas horas Kenzo no se siente bien. Una sensación de mareo lo domina. “Una breve meditación, quizá pueda ayudarme”, piensa. Intenta  sentarse en el suelo en posición de loto.  El pesado equipo aislante que lo protege de la radiación dificulta sus movimientos. Repite en silencio a manera de mantra un koan de la escuela Rinzay enseñado por su maestro. Durante breves segundos logra aislarse de todo, pero es solo un instante: allí, martilleando su cerebro está el recuerdo de Aiko. Inútil tratar de evadirse de su realidad, de sus sentimientos.

    Se levanta y con gesto cansado reinicia su trabajo. Sus pensamientos, sin embargo, no lo dejan en paz. Vuelve con los ojos del alma a vivir la ceremonia Shinto en la que unió su vida a Aiko hace solo unos meses. El momento en que ambos tomaron el sake para sellar su unión. “Aiko, ¡mi niña amada!” . Sabe que está bien, pero, ¡cuánto anhela volver a verla! “Con cuánta ilusión planificaron encargar su  primer hijo para el solsticio de primavera, cuando los cerezos estuvieran el flor. El mejor momento para iniciar una familia.

    Le asalta entonces el recuerdo de sus ancianos padres en la remota aldea de Konoha y siente que un nudo aprisiona su corazón. “¿Cómo estarán? ¿Y si yo muero? ¿Cómo podrán resistir la noticia de que su único hijo ha muerto en una tumba nuclear, que ya no vendrá nunca el ansiado heredero?”

    El mareo no disminuye, se siente fatigado y con una molesta sensación de náusea.
    Su boca tiene un sabor salobre. De pronto, se da cuenta de que el flujo refrigerante ha vuelto a fluir entre las varillas. Al unísono todos alzan los brazos en señal de triunfo y en los pasillos resuena un emocionado ¡ ブラボー! ¡¡Bravo!!

    El flujo refrigerante se ha reiniciado. Paulatinamente, la planta empieza a volver a la normalidad. Se han salvado muchas vidas.

    Después de todo, piensa Kenzo, tal vez esta no sea todavía mi tumba.  Ya las ramas de los cerezos deben estar cubriéndose de copos blancos y rosados. Quizá todavía haya para Aiko y para mi un espacio para la esperanza”.

    En medio de la euforia ninguno se ocupa ya del medidor de radiación cuya aguja marca ya 18,00 microsievert por hora. 


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