Ortopterita
La cucarachita
que quería ser mariposa
Leonor Fernández Riva
Colección: Los
cuentos de la abuela Leo
1
Ortopterita, la cucarachita
de la alacena, asomó con cuidado sus antenitas por la rendija de la puerta. Ya
había amanecido y su madre le había recomendado mucho que no saliera al
exterior cuando fuera de día y hubiera mucha claridad, o de noche,
cuando las luces de la casa estuvieran encendidas: “Recuerda, solía decirle, la
oscuridad es nuestra mejor amiga. Debes evitar salir al exterior cuando puedan
verte”.
Ortopterita sabía que si su
mamá le aconsejaba esto era por su bien. Otras cucarachitas que no habían hecho
caso de esos consejos, jamás regresaron a su hogar. Nadie lo decía, pero todos
sabían que algo malo debía haberles ocurrido.
No obstante, Ortopterita
sentía una gran fascinación por esa otra vida, tan diferente a la suya y por
los seres que vivían en medio de la luz. Le gustaba quedarse viendo
por las mañanas desde su rendija, lo que ocurría en el jardín de la casa.
Observaba con curiosidad las flores, los pájaros, las abejas, pero sobre
todo, a las mariposas, esos seres alados tan bellos que volaban con tanta gracia y que
a Ortopterita le parecía, debían ser los seres más felices del mundo.
2
Pero, déjenme contarles,
queridos amiguitos, cómo era Ortopterita, la protagonista de esta historia.
Ortopterita, era una joven y
linda cucarachita, a la que sus padres le pusieron ese extraño nombre, por
pertenecer a la familia de los insectos llamados Ortópteros. Tenía un cuerpo
bronceado y brillante; seis patitas con las cuales se sujetaba firmemente a las
paredes, o corría a gran velocidad; unas largas antenas por medio de las cuales
se comunicaba con otros miembros de su familia,
y cuatro alitas que no le servían para volar como a los pájaros o a las
mariposas, pero que le permitían realizar pequeños vuelos, sobre todo, cuando
se encontraba en algún peligro.
Precisamente, unos días
antes, atraída por el olor de las deliciosas migajas de pastel que se
encontraban sobre el mantel del comedor, y olvidando por un momento, los sabios
consejos de su mamá, se subió a la mesa y empezó a lamer con gran gusto tan
exquisitos manjares. De pronto, sus antenitas le advirtieron del peligro. La
madre del niño aquel, que tanto le
simpatizaba, había entrado a la habitación. Al verla, la persiguió con un grito
de asombro y de asco. Ortopterita, llena de pánico, voló rápidamente hasta su
rendija logrando ponerse a salvo. El susto le duró todo el día.
3
Ortopterita vivía junto a su
familia en el interior de una alacena de la cocina. Durante el día nadie salía
al exterior por el peligro que esto representaba. Permanecían juntos
compartiendo sus pequeñas experiencias y alegrías. Cada miembro de la familia
tenía que cumplir con una labor.
A Ortopterita le tocaba
cuidar a sus hermanitos pequeños, darles de comer y vigilar que no salieran a la
luz. Estas sencillas tareas las realizaba con mucha responsabilidad. Se sentía
feliz al ver la sonrisa de aprobación de sus padres y sobre todo, la de su
querido abuelo.
El abuelo, a quien
Ortopterita quería mucho, era ya muy anciano. Había llegado en un barco
procedente de un país muy lejano, hacía
mucho, mucho tiempo. Toda la familia sentía por él un gran respeto.
Precisamente fue el abuelo quien escogió la vieja alacena de la cocina de esa
casa para vivir allí con su familia. “Es una suerte que hallamos encontrado
este lugar para vivir –les dijo en aquella ocasión-, pues en sus rendijas
podremos sentirnos seguros y los alimentos que caen al piso tendrán contentos
hasta a los más comilones”.
“Sin embargo, queridos hijos
–había añadido-, no debemos desperdiciar nuestros alimentos ni tratar de
apoderarnos de aquello que no nos hace falta, pues solo en la medida en que
nuestra presencia no moleste o estorbe a los seres humanos, podremos
sobrevivir. Si nos volvemos demasiado voraces o destructivos, querrán
exterminarnos”.
Ortopterita escuchaba
siempre a su abuelo con gran atención y sus palabras iban quedando grabadas en
su mente y en su corazón.
4
A Ortopterita, le
simpatizaba mucho el niño de aquella casa. Sabía que se llamaba Luis porque
había oído a su madre llamarlo por ese nombre. Le gustaba quedarse observándolo
a través de su rendija mientras él comía o hacía sus deberes del colegio sobre
la mesa del comedor.
“¿Por qué será –pensaba-, que este niño y yo no
podemos ser amigos? ¿ Por qué tenemos que tenernos tanto temor? Si no fuera
así, yo podría hacerlo reír mucho con mis cortos vuelos o dejarlo admirado con
mi gran rapidez para correr. O a lo mejor, él también disfrutaría viéndome
lamer las migajas de pan y de pastel que deja caer cuando come. Pero seguro que
nunca podré contarle cómo es la vida en mi pequeño mundo: la de las pacientes
arañas, por ejemplo, que tejen día a día con gran esmero sus preciosas telas de
araña para cazar a los desprevenidos que pasan cerca de ellas: o la de los
simpáticos ratoncitos que viven muy confortables en un hueco de la sala
disimulado detrás de un sofá que nunca mueve la empleada de la casa; o la de
las pequeñas hormiguitas de la cocina que han ido creciendo y creciendo hasta
formar un gran hormiguero en el interior de la pared; o la de los incansables
comejenes y polillas que con su insaciable voracidad van poco a poco
destruyendo los muebles de la casa y los libros de la biblioteca sin que su
mamá se percate de ello…”
“¡Qué pena! –pensó
Ortopterita moviendo con tristeza sus antenitas-, pero creo que a pesar de que
vivo tan cerca de este simpático niño, tal vez él y yo nunca podremos conocernos
y ser amigos”.
5
Un día, Ortopterita se
encontraba observando con admiración, a través de su rendija, a una mariposa de
vistosos colores que se había posado sobre una flor del jardín. De pronto, vio
entrar al pequeño Luis y a su madre. Al
ver la bella mariposa Luis trató de atraparla pero su madre le detuvo con un
rápido gesto, diciéndole casi con un grito:
–¡Cuidado, Luis! ¡No vayas a
hacerle daño! ¡Es una mariposa tan linda!
Ortopterita que observaba la
escena detrás de su rendija sintió algo raro en su corazón. ¿Por qué, si ella
despertaba tanta repugnancia y temor en los humanos, las mariposas en cambio,
eran tan admiradas por ellos?
“Entonces –se dijo con
tristeza-, no todos los insectos como yo son repugnantes para los humanos, hay
algunos que les parecen lindos y agradables”.
Y desde ese momento, algo
comenzó a cambiar en Ortopterita. Su cuerpo que siempre le había parecido
hermoso empezó a parecerle feo y sin gracia. Ortopterita ya no era feliz. Creía
que solo la belleza producía felicidad y por eso, aunque sabía que era algo
imposible, empezó a anhelar convertirse algún día en una linda mariposa.
6
Desde aquel infortunado día,
Ortopterita empezó poco a poco a ver desagradable todo lo que la rodeaba.
Siempre le había gustado sentarse junto a su abuelo para oírle contar sus
emocionantes aventuras ocurridas en países lejanos, pero ahora sus relatos no la entretenían. Ortopterita ya no quería saber
nada de su vida de cucaracha; su cuerpo le parecía feo y sus alas y antenas
inútiles y pesadas.
Una tarde, en que se
encontraba muy pensativa y triste llegó junto a ella su abuelo, le acarició
tiernamente la cabecita con sus antenas y le dijo:
–¿Qué te pasa hijita? ¿ Por
qué has cambiado tanto? Hasta hace poco eras tan feliz oyendo mis historias,
recorriendo conmigo en la noche los amplios corredores de esta casa y
saboreando las delicias que encontrábamos a nuestro paso. Pero desde hace un
tiempo nada de esto te atrae. Te noto triste y pensativa. ¿Qué te pasa, querida
nieta?
–Abuelo –le contestó,
Ortopterita, casi a punto de llorar–, ¡qué triste es haber nacido cucaracha!
¡Qué oscura y poco interesante es nuestra vida! ¡Cómo quisiera ser una mariposa
y tener la belleza y la admiración de que ellas disfrutan!
–¿De dónde sacas eso
Ortopterita? ¿Por qué piensas asi? –le preguntó conmovido su anciano abuelo.
–Porque abuelo, he visto lo
lindas que son las mariposas y la gracia que tienen al volar y cómo pasan su
vida de flor en flor y pueden salir a la luz del sol sin que los humanos las
traten de matar sino que por el contrario las ¡admiran y las cuidan!
Ortopterita dijo todas estas
cosas de un tirón y casi sin respirar. Su abuelo la miró con gran ternura. Se
sentó a su lado y le dijo, con la serenidad de quien ha vivido y acumulado en
su vida mucha sabiduría.
–Tranquilízate, hijita. Lo
que dices es cierto, pero sólo en parte. Voy a contarte muchas cosas que no
sabes acerca de esos bellos seres llamados mariposas.
Y diciendo esto, el abuelo
se sentó junto a Ortopterita y empezó a narrarle cosas que ella nunca antes
había escuchado.
7
–Has de saber, hijita – dijo
con ternura el abuelo-, que la vida de una mariposa, como la de todos los seres
vivos, tiene su dosis de felicidad y de alegría, pero también de preocupación y
de tristeza. Aunque tú no lo creas, la mariposa experimenta en su vida momentos
muy difíciles. Al nacer es una oruga, o sea, un gusano, y en esa forma le
resulta también muy repugnante a los seres humanos y por tanto su vida está en
constante peligro. Luego, se convierte en crisálida y permanece en un sueño
parecido a la muerte, mientras se va realizando en su cuerpo una transformación
llamada metamorfosis.
–Abuelo, ¿qué es una
crisálida y qué significa metamorfosis? –preguntó, Ortopterita, a quien esas
palabras le resultaban desconocidas.
–Cierto que nunca te he
hablado de estas cosas, hijita – dijo el abuelo, moviendo afirmativamente sus
antenas-. Pues bien, cuando la oruga llega a su edad adulta, empieza a fabricar
un hilo como de seda y con él se va envolviendo hasta quedar completamente
cubierta en una especie de capullo parecido a un huevo. Este capullo es lo que
se llama crisálida y mientras está ahí, la oruga corre muchos peligros porque
se encuentra completamente indefensa ante sus enemigos. Pero la oruga no tiene
más remedio que dar este paso si quiere convertirse en mariposa. La
metamorfosis es eso: convertirse en otro ser completamente distinto. Y dentro
de ese capullo llamado crisálida, va ocurriendo lentamente, querida nieta, la metamorfosis. Poco a poco,
la oruga va perdiendo su cuerpo de gusano para convertirse en una linda
mariposa.
-¡Qué increíble lo que me
cuentas, abuelo! –dijo Ortopterita, con los ojos brillantes por la
emoción- Pero, dime, ¿qué ocurre después
con la mariposa?
–Pues bien, querida nieta,
cuando finalmente la mariposa sale de su capullo, se ha convertido en uno de
esos bellos seres alados que tú tanto admiras. Y empieza su vida como mariposa, con sus nuevas
y bellas alas y su cuerpo ligero y esbelto. Pero, créeme hijita, no todo lo que
tú ves brillar y que es tan lindo es causa de felicidad. Al contrario de lo que
pareces creer, los seres más bellos no son siempre los más felices.
–¡Pero abuelo! –le
interrumpió Ortopterita- ¡Las mariposas sí parecen ser verdaderamente felices!
8
Así parece, ¿verdad,
Ortopterita? –repuso su abuelo, moviendo afirmativamente la cabeza- Pero
créeme, hijita , la vida de una mariposa, es muy frágil. Sus alas si bien
hermosas, no son fuertes ni resistentes. Sus bellos colores se deben a un polvo
finísimo que se maltrata al menor contacto. Muchos animales desean también
convertirlas en su alimento y por eso deben posarse con mucho cuidado sobre las
plantas y las flores para no ser víctimas de alguno de ellos. Y para colmo,
hijita, su vida es sumamente fugaz. Muchas mariposas terminan sus vidas volando
encandiladas alrededor de una lámpara, buscando la luz y el calor que
equivocadamente creen, puede prolongar su existencia.
En ese momento, el abuelo se
dio cuenta de que Ortopterita le escuchaba con cara de temor y añadió:
–No quiero tampoco que te
equivoques, querida nieta, y pienses que la vida de las mariposas es muy
infeliz o muy corta. No, hijita. Debes saber que la vida de todos los seres,
aun la de los humanos, es limitada. Todos tenemos un comienzo y un final. Y
como pasa con todos los seres vivientes, las mariposas tienen también un tiempo
de vida.
–Sin embargo, abuelito
–interrumpió Ortopterita con un poco de tristeza–, creo que las mariposas sí
son mucho más felices y admiradas que nosotras, las cucarachas.
–Eso es cierto, pero solo en
parte, querida nieta. Créeme, nunca debes avergonzarte de ser una cucarachita.
Debes saber que vienes de una especie que tiene millones de años sobre la
Tierra. Cuando aún faltaba mucho para que el hombre naciera, ya nosotras, las
cucarachas, habíamos empezado nuestra existencia en este planeta, y te digo
más: probablemente cuando la vida del hombre haya terminado en la Tierra,
nosotras todavía seguiremos existiendo.
–¿Y eso por qué, abuelito? ,
preguntó Ortopterita.
–Porque somos muy fuertes y
nos adaptamos a todas las circunstancias, querida nieta, y porque logramos
sobrevivir en las condiciones más difíciles. Nuestros antepasados cruzaron los
océanos con los conquistadores y los navegantes y sé de buena fuente que una
cucarachita muy aventurera logró vencer hasta los controles de los hombres y
viajó a la Luna. Siéntete orgullosa de tu especie, Ortopterita, hemos
sobrevivido a muchas adversidades a lo largo del tiempo y con toda seguridad lo
seguiremos haciendo por muchos siglos más. Ten siempre presente, querida nieta,
que cada ser viviente tiene sus propias características y que la luz y la
belleza debemos encontrarla no en las cosas externas sino dentro de nosotros
mismos.
–Vete a dormir, hijita, ya
verás que mañana comprenderás mejor todo esto que te digo ahora y ya no tendrás
esos tristes pensamientos.
9
Ortopterita, se fue a dormir
pensando en todo lo que había hablado con su abuelo. Siempre había creído las
historias que él le contaba, pero ahora la asaltaba una duda, ¿sería verdad que
la vida de las mariposas tenía tantas dificultades, o era solo que su abuelo
quería desilusionarla para que no pensara más en eso? Confusa, se fue quedando profundamente
dormida.
Pasaron las horas, y de
pronto, a través de la rendija de su dormitorio entró con fuerza la luz del
sol. A Ortopterita le parecía que sólo hacía unos minutos que se había
dormido, pero con sorpresa vio que
repentinamente se había hecho de día. Se sentía extrañamente ágil y con un gran
deseo de salir al jardín. Se asomó al borde de la ventana y … ¡desplegó unas
bellísimas alas multicolores! Las miró incrédula. Por algún sorprendente
milagro se había convertido en una preciosa mariposa. En medio de su asombro,
se vio volando por el jardín entre las plantas y las flores.
¿Cómo había sucedido esto?
Era un milagro. Se sentía feliz. Quería que toda su familia la viera, pero no había nadie de la colonia de
cucarachitas por allí cerca.
“Claro, dijo para sí-, es de
día y a esta hora nadie se atreve a salir”.
Se posó sobre una flor y
desde allí observó todo lo que la rodeaba. El jardín parecía tener mucha más
vida de la que ella había observado desde su rendija.
Un grillo, con patas y
antenas parecidas a las que ella tenía cuando era una cucarachita, estaba
cantando con voz aguda en el hueco de un arbusto cercano. Por una rama se
deslizaba lentamente, con su delgado cuerpo, una mantis que parecía acechar a
un pequeño escarabajo que lamía desprevenido la savia que brotaba del tallo de
una planta. Más allá, varias pequeñas abejas, sorbían el néctar de unas flores
azules.
Al acercarse Ortopterita la
miraron con gesto de pocas amigas.
“Seguramente, envidian mi belleza”, pensó Ortopterita,
abriendo lo más que pudo sus coloridas alas. Estaba orgullosa de ser una
mariposa. Creía firmemente, que todos la
admiraban.
Todo para ella, era ahora
nuevo y maravilloso.
10
Distraída y pensando solo en
su recién adquirida belleza, Ortopterita no vio a un picaflor que llegó hasta
la flor en donde ella esta posada y que sin ningún miramiento la empujó fuera
de lo que él creía eran sus dominios.
Ortopterita tuvo que
realizar un improvisado vuelo para no caer en picada hasta el suelo. “¡Qué
grosero", pensó moviendo sus antenitas, “pero no tiene importancia, se comporta
así sólo porque no se ha dado cuenta de lo linda que soy”.
Voló con agilidad hasta otra
flor más pequeña. Tenía sed e hizo lo
que tantas veces había visto hacer desde su rendija a las mariposas: sorbió con
deleite el néctar que se encontraba en su corola. Le pareció que aquel almíbar
tenía el mismo dulce sabor de los granos de azúcar que tanto le gustaban. Para
su sorpresa, la flor le habló:
–¿Cómo te llamas,
mariposita? Eres nueva aquí, ¿verdad?
–Me llamo Ortopterita, y sí
soy nueva aquí –contestó Ortopterita-. ¿Se nota mucho eso, señora flor. ¿Le
gustan los colores de mis alas?
–Querrás
decir que te llamas Lepidopterita –la corrigió con ironía la flor, porque era una flor culta y sabía que son las
mariposas las que pertenecen a la familia de los lepidópteros y añadió con
orgullo:
–Yo soy Caléndula, mi nombre
significa “maravilla”, y es que tengo propiedades medicinales que son
consideradas una verdadera maravilla por los humanos.
–Estoy un poco sorprendida
por todo lo que veo –dijo Ortopterita, sin interesarse mucho por lo que le
decía la flor–, pero me siento feliz. Creo que es maravilloso ser una mariposa
¿No lo cree usted así, señora Caléndula?
–¿Te parece, querida?
–repuso Caléndula, con sarcasmo –Yo más bien creo que es algo muy peligroso.
Tus colores te hacen muy visible y estás expuesta a muchos malos encuentros.
Cuídate mucho, amiguita. Y ahora, por favor, déjame sola, es hora de mi siesta;
espero que no venga nadie más a importunarme.
Ortopterita se quedó un poco
extrañada por esta despedida tan poco amable, pero se dijo que de seguro en este nuevo mundo las cosas eran
así y además, ella también quería conocer otros lugares. Así que, volando
alegremente, se dejo llevar por el viento. Era muy placentero desplegar sus
alas y mostrarlas en toda su belleza. No le importó alejarse, quería conocer
nuevas cosas…vivir aventuras maravillosas.
11
Después de volar por largo
rato, Ortopterita divisó entre los árboles un pequeño arroyuelo y se acercó; el
brillo del sol en el agua le producía una extraña atracción. Aterrizó sobre un
grupo de hierbas altas que crecían a la
orilla. De pronto, algo terrorífico paralizó su corazón. Un gran sapo, un
animal horrible que ella nunca antes había visto, saltó hacia ella
aparentemente con la intención de tragársela. Ortopterita, cerró los ojos y
esperó con terror su fin..
Pero no. El gran sapo había engullido
a un desprevenido saltamontes que se encontraba en un hoja vecina. Y ahora, se
aprestaba a dar también buena cuenta de ella. Ortopterita se llenó de valor y
con toda la energía y rapidez de que fue capaz, voló para ponerse a salvo. Se
alejó del río y todavía temblando se posó sobre la hoja de un gran árbol. Debía
tener más cuidado, después de todo, su amiga Caléndula tenía razón.
Concentrada en sus
pensamientos, se sorprendió al escuchar una voz parecida a la de su abuelo.
Extrañada, miró a todas partes.
–¡Oye, oye! Mariposita, soy
yo quien te está hablando.
–¿Usted, señor árbol?
Preguntó sorprendida al ver que
efectivamente era el árbol quien
le hablaba.
–Sí, sí, soy yo. Eres muy
linda, mariposita. Me siento muy feliz de que hayas venido a visitarme. ¿Vienes
de muy lejos? ¿Cómo te llamas?
–Me llamo Ortopterita, señor
árbol y sí, vengo de muy lejos -contestó un poco más tranquila.
-Ortopterita… Ortopterita…
–repitió el árbol pensativo– ¡Qué nombre tan extraño para una mariposa! Pero, ¡cuéntame,
cuéntame! –rogó-– Las historias son mi
alimento. Me gusta que me hablen; soy feliz escuchando a quienes me visitan.
Ortopterita le contó
entonces cómo había sido su vida en la alacena junto a sus padres, su abuelo y
sus pequeños hermanos y cómo luego, de una forma inexplicable y maravillosa sus
deseos de convertirse en mariposa se habían hecho realidad. Se sentía muy contenta de tener alguien con quien hablar;
era como si estuviera junto a su querido abuelo.
El viejo árbol, la escuchaba
en silencio.
Cuando Ortopterita terminó
de hablar, el árbol le dijo:
–Veo, mi linda mariposita,
que has tenido una vida muy feliz junto a los tuyos, en tu sencillo hogar, pero
que no la has sabido apreciar por creer que la belleza y el brillo producen más
felicidad que el amor y la familia. Mucho has sacrificado por la belleza y por
dar gusto a los humanos. Déjame decirte, Ortopterita que los seres humanos no
solo no te querían ni comprendían a ti cuando eras una cucarachita, los seres
humanos no comprenden ni respetan prácticamente ninguna de las formas de vida que hay sobre la
Tierra. Yo soy el único sobreviviente de un gran bosque de guayacanes que
existía en este lugar, pero sé que mis
días también están contados. Pronto seré
cortado, y seguramente acabaré convirtiéndome –si tengo suerte– en otra alacena
como aquella donde vivías con tu familia, o si no, en leña. Pero eso ya no me
inquieta. He producido mucho del oxígeno que se respira en la Tierra y por eso
sé que mi vida ha valido la pena.
–¿Es usted, un guayacán,
señor árbol?– preguntó Ortopterita con curiosidad.
–Sí, hijita, y es una
verdadera pena que no me hayas visto en plena floración, porque, modestia
aparte, pocas cosas hay en la naturaleza tan hermosas como un guayacán
florecido. Y sin embargo, mariposita, sé que ni siquiera eso me salvará el día
que el Hombre decida cortarme.
Por unos momentos
Ortopterita y el árbol guardaron silencio. Luego, el árbol continuó hablándole
con ternura a Ortopterita:
Vuelvo a repetirte, hijita,
no te inquietes ni te preocupes por no ser querida por los seres humanos. Ellos
tampoco son queridos ni admirados por ninguna de las creaturas de la Tierra. Si
algún día los habitantes de la Tierra pudiésemos votar para eliminar alguna
especie del planeta, todos votaríamos porque fuera eliminado el Hombre. Es un
ser insaciable. Todo lo destruye y contamina y acabará siendo el causante de su
propia extinción. Vuelve a casa, querida hija, vuelve con los tuyos y sé feliz.
12
La conversación con el viejo
árbol había llenado a Ortopterita de una gran desazón. Empezaba a extrañar su
querido, pero lejano hogar. “¿Podría volver alguna vez?”.
–¡No sé cómo volver, señor
árbol! –dijo con angustia– ¡El mundo es tan grande! ¡Creo que más nunca voy a
encontrar el camino de regreso a mi hogar!
–Lo encontrarás, hijita, si
pones en ello todo tu corazón. Empieza el viaje ahora mismo, pero ten mucho
cuidado, parece que se aproxima una tormenta.
Ortopterita acarició con sus
alas al viejo árbol en señal de despedida y éste hizo estremecer todas sus
hojas como muestra de su afecto. Los dos sabían que tal vez nunca más volverían a verse. Llenándose de
valor, Ortopterita desplegó sus alas y empezó a volar en la dirección en la que
creía estaba su hogar.
13
Voló y voló incansablemente
durante largo rato. Empezaba a oscurecer. Se venía la tormenta.
Gruesas gotas de agua empezaron a caer sobre Ortopterita. Sentía que no podía
volar en medio de la lluvia. Buscó refugio en un arbusto y allí, un tanto
protegida del rigor de la lluvia, empezó a pensar en todo lo que le había
sucedido últimamente.
“¿Por qué había sido tan
ingenua como para creer que sería más feliz convirtiéndose en mariposa? ¡Cómo
extrañaba ahora su hogar! ¡Cómo quisiera estar junto a su abuelo!".
Estaba tan
concentrada en sus pensamientos que no cayó en la cuenta de que se había posado
sin querer entre los hilos de una gran telaraña. Se sintió presa. Por más que
movía sus alas, éstas no respondían. En el otro extremo observó a la gran araña
que sintiendo la presencia de una nueva víctima, acudía presurosa al banquete,
Ortopterita hizo un tremendo esfuerzo y logró zafarse. Apenas a tiempo, ya la
cazadora estaba casi sobre ella. Rápida, voló hasta una flor cercana. Respiró muy agitada por el tremendo susto y
comprobó con gran pesar que sus hermosas alas habían sufrido mucho con todo ese
forcejeo. Una de ellas estaba rota, sus colores se veían borrosos y una de sus
patitas le dolía mucho. “Seguramente –pensó-, ya no debo verme muy linda”.
Pero a Ortopterita eso ya no
la preocupaba. Lo más importante era que había logrado escapar y estaba viva.
14
Ortopterita,
se sentía muy débil. Ya había oscurecido y aunque la lluvia había cesado, el
frío la embargaba. ¡Cómo extrañaba su brillante cuerpo de cucarachita por el
que el agua se deslizaba sin apenas mojarla! A la distancia observó una luz y
sintió un gran deseo de ir hacia ella. Quizá allí encontraría la fuerza y el
calor que necesitaba para reponerse y continuar el camino a casa.
Ya
estaba cerca. Voló más aprisa y al llegar vio que la luz provenía de una gran
bombilla que se encontraba encendida en el corredor de una casa. Se acercó lo
más que pudo. Sentía su calor y era como si éste le devolviera la fuerza que le
faltaba. Tenía que acercarse más. Así lo hizo, pero la luz la envolvió y el
tremendo calor la hizo perder el sentido.
15
Despertó sobresaltada.
“¿Dónde estaba? ¿Qué nuevo peligro la estaría acechando? Todo estaba oscuro.
Pero como si fuera un milagro, oyó la cálida y conocida voz de su querido
abuelo:
–¡Por fin has vuelto en ti,
querida nieta! Ya estábamos preocupados. Te encontramos dormida frente a la
ventana que da al jardín y por más que lo intentamos no lográbamos despertarte.
Tenías mucha fiebre y hablabas de cosas extrañas. Parecías sufrir mucho.
–¡Abuelito, abuelito, qué dicha
volver a verte! ¡Volver a estar aquí, en mi hogar! Me han pasado unas cosas
horribles y ahora sé que tenías razón; ser mariposa no es tan lindo como
parece.
–Querida nieta, todo ha sido
solo un sueño. Un mal sueño. Olvídate de todo y piensa solo en recuperarte.
16
Ortopterita estaba radiante.
Sí. Seguramente todo no había sido más que un sueño. Sin embargo, se sentía muy
cansada y una de sus patitas le dolía mucho. Notó también algo extraño en su ala derecha. Al
contemplarla vio que tenía una pequeña fisura.
“¿Habrá sido realmente, tan
solo un sueño?", se preguntó. Pero ya nada podía preocuparla. De nuevo estaba
en su hogar. De nuevo era ella misma. Cerró los ojos y arrullada por la voz de
su querido abuelo y la compañía de toda su familia, Ortopterita volvió a
dormir, pero esta vez plácidamente.
Epílogo
Muy alegre, Ortopterita reanudó su vida cotidiana. Ahora se
sentía muy feliz al realizar sus sencillas labores. Sí. Era muy agradable ser
una cucarachita y vivir las pequeñas
aventuras de cada día. Extrañamente, veía ahora a su familia con una luz
especial; cada uno de ellos tenía una luminosidad que no había observado en
ningún otro ser en el exterior. Ortopterita pensó que esta luz debía ser el
amor.
En algunas ocasiones volvió
a mirar el jardín desde su pequeña rendija, pero ya no lo hizo con ansiedad ni
con tristeza pues ahora sabía que tal como le había contado el abuelo y aunque todo se viera luminoso y atractivo, allá afuera se escondían también muchas dificultades y
peligros. SÍ. No todo era felicidad en el mundo exterior.
Continuó sin embargo, con su costumbre de observar a Luis, el pequeño niño de la casa por el
que sentía tanta simpatía. Una mañana,
lo vio sentado en el comedor leyendo muy interesado un libro con
imágenes de mariposas y otros insectos similares a ella. Ortopterita no cayó en
la cuenta de que por mirar lo que el niño leía se había alejado mucho de su
agujero y se había expuesto a que la descubrieran.
Efectivamente. El niño la
descubrió. Ortopterita no tenía forma de huir. Pensó que esta vez sí había
llegado el final. Pero para su sorpresa, el pequeño Luis la miró con simpatía y
le sonrió. Luego, le hizo un guiño con los ojos y movió su mano
como indicándole que se pusiera a salvo.
Ortopterita, ni corta ni
perezosa, voló rápida hasta la alacena en el mismo momento en que entraba al
comedor la madre de Luis. ¡¡Uff!! ¡Apenas a tiempo!
Desde lejos, el niño, sonriendo, volvió a hacerle un guiño.
“Esto, tengo que contárselo
a mi abuelo”, pensó Ortopterita. “Después de todo, las cosas no tienen
porqué ser siempre como han sido hasta
ahora. Los pequeños humanos, como Luis, comprenden cosas que sus mayores no
logran captar. Sí, quizá algún día las cosas serán diferentes y quizá entonces,
todos los seres de la tierra podremos ser amigos y convivir en paz”.
Fin
Amables
lectores:
Esta
colección de cuentos tiene como principal objetivo sembrar en los niños que los
lean, mensajes positivos de amor a su familia, a la naturaleza y a su entorno.
Probablemente muchas de las palabras usadas en el texto serán nuevas para
ellos, pero no debemos subestimar la inteligencia y capacidad de nuestros niños
para comprender y asimilar el significado de nuevos vocablos y expresiones que
enriquecerán su forma de comunicarse. Es conveniente, por tanto, que les
brindemos siempre una explicación satisfactoria de las palabras o términos
desconocidos para ellos. Adjuntamos aquí un glosario de las palabras
utilizadas en este relato que podrían presentar dificultad para su cabal
entendimiento-
La autora
Glosario
Fascinación: Cuando algo nos
atrae o nos gusta mucho.
Exquisito: Algo muy rico, delicioso
Procedente: Que vino de otro
lugar
Desperdiciar: gastar o emplear mal algo
Estorbar: molestar, incomodar a alguien
Exterminar: acabar del todo con algo
Esmero: algo que se hace con mucho cuidado, con mucha atención
Desprevenido: distraído, que no pone atención a lo que ocurre a su
alrededor
Insaciable: que no se llena o sacia
con nada
Repugnancia: asco que se siente por algo o alguien
Conmovido: emocionarse por algo
Acumular: amontonar cosas
Transformación: convertirse en algo diferente
Crisálida: El capullo dentro del cual un insecto se convierte en otro ser
Encandilada: Cuando una luz muy brillante nos hace cerrar los ojos
Conquistadores: Se les llama así a los hombres que descubrieron otras tierras.
Océanos: los grandes mares que cubren gran parte de la tierra
Característica : la forma o la manera de ser de algunas cosas
Incrédula: que no cree en algo
Sarcasmo: que habla con burla
Néctar: jugo azucarado que se encuentra dentro de las flores
Radiante: muy brillante
Caer en picada: caer de golpe, rápido.
Oxígeno: el aire que
necesitamos para respirar
Guayacán: árbol muy grande que crece en América y que puede llegar a medir 12 metros de
altura.
Ingenua: que no tiene malicia, que no piensa mal
Concentrada: con toda la atención puesta en algo
Tremendo: muy fuerte
Esfuerzo: con mucha fuerza
Forcejeo: luchar con mucha fuerza
Sobresaltada: que tuvo un gran
susto
Almíbar: miel muy dulce
Savia: líquido que alimenta la planta
Mantis: insecto carnívoro de la misma familia de ortopterita
Cotidiano: lo que hacemos a diario
Cotidiano: lo que hacemos a diario
Epílogo: cuando algo llega al final como este cuento.
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