Como cada
noche, la pequeña Alexia, sentada en la banca del jardín, contempla ensimismada
los astros que titilan a lo lejos. Arrobada, como en una especie de
éxtasis, la niña tiene sus ojos fijos en el firmamento. Su cara refleja una
gran ensoñación, parece aislada de todo lo que la rodea. Es una
imagen que un pintor anhelaría plasmar en el lienzo. Su carita llena de candor,
su cabello al viento, sus hermosos y rasgados ojos azules. Una niña de apenas ocho
años, de conmovedora y extraña belleza que refleja en su expresión
un anhelo difícil de comprender.
–¡Alexia!
– llama desde la puerta de la cocina su madre – ¡Ven cariño! Ya es tarde y hay
una brisa muy fría. Te va a hacer daño estar tanto tiempo ahí afuera,
mijita. Mañana debes madrugar al colegio.
–¡Un
ratito más, mamá, por favor! – contesta la niña volteando hacia su madre su
carita en un gesto de súplica.
–¡Cinco
minutos más, Alexia! Nada más. Si no entras vengo a llamarte de nuevo.
Al
acompañarla a su cama minutos después, su madre le pregunta con cariño:
–Dime
hijita, ¿que tanto ves allá arriba en el cielo? ¿Por qué te gusta tanto
quedarte allí, solita, en medio de la oscuridad, viendo las estrellas?
–No lo sé,
mamita. Siento muchas ganas cada noche de ir al jardín y ver las estrellas. Es
como si me alguien me llamara, mamita. Allá lejos tengo amigos.
–Ideas,
tuyas, mi cariño. Vas a ver como cuando aprendas a manejar el computador, todo
eso lo irás olvidando. Ya verás, mi amor.
–Ya,
mamita. Pero es hermoso ver el cielo. Déjame la ventana abierta, por
favor.
–Está
haciendo frío, mi cariño –dice la madre, accediendo sin embargo a dejarla un
poco entreabierta.
Le da un
beso a su hija, la arropa bien y sale de la alcoba con un gesto de
preocupación. Es muy extraña esa
manía que ha adquirido su hija de salir todas las noches al jardín para
quedarse viendo el firmamento.
Sin
poderlo evitar, su mente retrocede en el tiempo a esa noche ocho años atrás. Es
su secreto. No puedo compartirlo con su esposo. No la comprendería. Pero
siempre ha presentido que algo desconocido e insólito ocurrió esa noche. No
sabe exactamente qué fue, pero ese algo, eso desconocido que siempre la
ha inquietado, oprime con fuerza su corazón.
–Cariño,
se acostó ya Alexia? – pregunta su esposo cuando la ve llegar a la sala donde
se encuentra viendo la televisión.
–Sí, mi
amor. Ya debe estar dormida. Pero, ¿sabes? Me inquieta esa manía suya de quedarse afuera viendo el cielo. ¿No crees que es algo muy
extraño?
–Tal vez, querida, pero no te preocupes, los niños son así. Hay unos que tienen amigos imaginarios. Nuestra Alexia es enamorada de las estrellas. Eso no le hace ningún daño, amor, siempre que no pesque un resfriado por quedarse afuera con el sereno.
–Sí, tal
vez son ideas mías. Pero no sabes cómo quisiera que fuera como los otros niños,
que le gustara ver la televisión, los dibujos animados. Es una niña
diferente,
¿ no crees?
¿ no crees?
–Lo es,
cariño, lo es. Pero eso solo debe llenarnos de orgullo. Es una niña con una belleza
diferente, abrumadora día yo. Y con una inteligencia fuera de lo común. Nuestra
Alexia solo debe producirnos orgullo y alegrías, amor. Deja ya de
preocuparte por cosas que no lo merecen. Vamos ya a la cama que es un poco
tarde.
Y así, en
la casa de la familia Bradley, transcurre una noche tras otra, un día tras
otro. El tiempo, esa marea de años que insensiblemente va moldeando a las
personas y a las circunstancias empieza a transcurrir.
Desde esa lejana noche han pasado
ya dieciséis años. Algunas cosas cambiaron para siempre en el hogar de los
Bradley. Robert, el padre, falleció cinco años antes víctima de un cáncer que
no pudo vencer. Laura Bradley, es ahora una mujer madura que se sigue conservando
atractiva, delgada y elegante. Sus ojos sin embargo, han perdido el brillo y un
buen observador podría divisar en ellos ese destello de temor que la ha acompañado
durante largos años.
Alexia es ahora una hermosa joven de veintidós
años. Al terminar su bachillerato inició su carrera de astronomía y se encuentra ya próxima a graduarse. Es la
alumna más destacada de su promoción. Cuando sus padres quisieron hacerla desistir
de ese propósito, y encausarla hacia una profesión más gratificante en la parte
económica, ella les contestó: “No puedo
seguir ninguna otra carrera . Quiero estudiar el cosmos para develar los
secretos del universo. Eso es lo que más anhelo. No os opongáis, por favor”.
En la
noche de la ceremonia de graduación todos los ojos están fijos en esa
joven de
belleza extraña y seductora ataviada con una hermosa túnica griega que dibuja
en forma sutil su espléndido cuerpo.
Todo en ella es cautivador, pero son sus
rasgados ojos azules, lo que se roban toda la atención.
Su madre
no cabe en sí de orgullo. Alexia no solo es hermosa, es la estudiante más
sobresaliente de su promoción. Ha sido designada para pronunciar el discurso de
graduación a nombre de todos sus compañeros.
Cuando le
llega el turno de pronunciarlo, su voz cristalina hace un recorrido por lo que han sido esos
seis años de estudios. Ese encuentro con
los misterios y leyes del universo. Termina su palabras citando a los
científicos que más admira:
"Mientras más nos adentramos
en las profundidades del cosmos, más misterios e interrogantes se abren para
nosotros. El universo nos reserva muchas sorpresas. Y no solamente cuerpos
celestes. No, tal parece que el Universo entero intentara producir vida.
Debemos estar preparados para las sorpresas que en ese aspecto podamos recibir
en el futuro. Tal como lo expresó Stephan Hawkin: “A muchos científicos no les
agradó la idea de que el universo hubiese tenido un principio, un momento de
creación, y seguramente tampoco les agradará descubrir nuevas formas de vida en
otras latitudes espaciales”. Galileo Galilei afirmaba que ese gran libro del
universo está continuamente abierto ante nosotros para que lo observemos. Como
noveles científicos que iniciamos hoy esta aventura por los confines del cosmos
debemos estar abiertos a todas las posibilidades porque como lo expresó Teillard de Chardin, "A nivel del universo
solo lo extraordinario tiene posibilidades de ser verdadero”.
Un cerrado aplauso pone
punto final a las palabras de Alexia. Se sigue luego el baile de graduación, pero
a pesar de la insistencia de sus compañeros, Alexia se despide poniendo de
pretexto que no se siente bien. La joven
tiene sin embargo, otra poderosa y más absorbente inquietud. Al llegar a su
casa se dirige de inmediato al jardín en donde ha instalado su potente
telescopio. Ansiosa observa el firmamento.
Revisa los cálculos y coordenadas que ha ido plasmando sobre el papel.
Sí, hoy es el día. Después de veintidós años, Niburo, el planeta fantasma,
volverá a pasar cerca de la Tierra. Una extraña emoción la posee. Ha esperado durante años este día.
Laura Bradley esta
nerviosa. Luego de esos momentos de orgullo y alegría vividos en el auditórium
de la universidad, la angustia oprime ahora su pecho. Hace seis años su esposo
fue operado de un tumor maligno en uno
de sus testículos. Cuando el doctor que lo operó conoció a su hija, ella no pudo
menos que observar la mirada de
curiosidad con el que el facultativo la observó. Ese factor que había tenido su
esposo desde su adolescencia, lo tornaba infértil. Ella sabía que el doctor
estaba intrigado, pero no le dio ningún tipo de explicación. Solo le pidió que
no enterara a su esposo de las consecuencias
que su condición habían deparado en su fertilidad. Ese día, Laura Bradley
confirmó que lo que siempre había presentido era real. Que algo sucedió aquella
noche veintidós años atrás.
Recuerda todavía como si
fuera ayer, esa sensación de estupor que
experimentó aquella madrugada al asomarse a la ventana para observar la extraña luminosidad que venía del jardín.
Y el asombro que sintió al descubrir que aquella luz provenía de una especie de nave muy
brillante suspendida a pocos metros del suelo.
Lo que ocurrió después, se
borró de su mente. Al día siguiente despertó en su cama junto a su esposo. Tal
parecía que nada hubiera ocurrido. Lo primero que hizo fue preguntarle si había observado la extraña luz. No, él no
la había observado. ¿A qué luz se refería?
–¿Qué te pasa, querida? Por
qué estás tan inquieta? Seguro tuviste un sueño –le había dicho tranquilizándola.
Pero ella, sabía que no esa eso. Varios
días después las imágenes empezaron a llegar a su mente. Veía un salón muy iluminado parecido a un quirófano, ella estaba
acostada sobre una mesa parecida a una camilla. Unos seres altos y delgados de
rostros hermosos y muy pálidos, y ojos
de un azul incandescente, vestidos con
trajes plateados la miraban con interés. Sintió terror. Tenía la extraña
sensación de que su cuerpo había sido manipulado tal como ocurría en las
ocasiones en que se realizaba los
exámenes ginecológicos. “Qué era aquello? Qué le habían hecho aquellos seres?”.
Uno de ellos se acercó y puso su mano
sobre su frente. No escuchó voz alguna, pero supo que le estaba diciendo: “Nada
malo te ha ocurrido. Gracias por prestarnos tu vientre. Te necesitamos”.
Sí, ahora recordaba.
Aquello no había sido un sueño. Algo excepcional le había ocurrido. Y sin
embargo, prefirió callar y no decir nada
a su esposo. Creería que estaba loca. Ese sería su secreto.
Quince días después supo
que estaba embarazada. Un embarazo terrible, con nauseas continuas y pérdida
completa del apetito. Se imaginaba gestando un ser deforme. Solo estuvo tranquila
cuando la ecografía confirmó que en su vientre llevaba un feto normal. Al nacer
comprobó con alivio que su hija era una
niña preciosa y sana con unos hermosos
ojos rasgados de un color azul tan extraño y brillante que a todos
maravillaban.
Desde ese instante sin
embargo, su vida se convirtió en un continuo desasosiego, en un temor constante.
Sabía que Alexia no era completamente suya. Y al observarla durante su niñez y
luego en su juventud se dio cuenta de que ella de una manera extraña también
presentía eso. Que anhelaba otra vida. Que una parte de ella pertenecía a otra existencia.
Se acercó a la ventana y
desde allí vio a su hija, que tal como otras noches, observaba el cielo a
través de su telescopio. Pero ella sabe que hoy no es una noche cualquiera.
Presiente que algo va a ocurrir.
Con su túnica blanca y sus largos cabellos mecidos
por el viento, Alexia semeja una mágica aparición.
De pronto, la escena se
ilumina, con el mismo resplandor de hace veintidós años. Aterrorizada, antes de
perder el conocimiento, Laura Bradley grita a su hija:
–¡Alexia, hija mía, entra!
¡Hazlo rápido amor, corres peligro!
Al día siguiente despierta
sobresaltada anhelando que todo haya sido solo un sueño. Va al cuarto de Alexia
y allí todo está en orden. Nadie ha dormido en su cama. Alexia no está por
ninguna parte. El terror la invade.
Se niega a pensar que su
hija puede estar en poder de esos seres desconocidos, pero al no tener noticias
de ella al paso de los días, Laura tiene que aceptar que eso, lo que tanto temió
a lo largo de toda una vida, ha ocurrido.
Y el tiempo continua su
imparable marcha. Han pasado veintidós años, desde que Alexia desapareció.
Laura es ya una anciana. No es solo el tiempo lo que la ha marcado. No. Es
esa espera infructuosa y continua de algo imposible. Un anhelo que consume su vida. Una esperanza que se desvanece cada noche.
Cada tarde, cuando las
sombras empiezan a invadirlo todo, se detiene largos minutos junto a su ventana
observando el firmamento con una mirada de ilusión en sus ojos. Cada mañana
vuelve a despertarse sintiendo la misma y amarga decepción.
Esa noche, se siente más
cansada que nunca. Ha perdido ya la esperanza. Con pasos lentos y exhalando un
profundo suspiro se dirige a su cama.
El sueño ya la ha vencido
cuando el extraño resplandor ilumina de nuevo el jardín. No puede observar a la
bella joven que la mira con ternura y que con gestos suaves ordena a quienes la
acompañan que sea llevada hasta la nave.
Ni puede saber tampoco que
ya más nunca dormirá en su cama, pues ahora, en compañía de su hija, se dirige
velozmente hacia un destino desconocido.
Leonor María Fernández Riva
Santiago de Cali, Abril 23 de 2016
Leonor María Fernández Riva
Santiago de Cali, Abril 23 de 2016
· Génesis
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Detrás del arco iris
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