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sábado, 16 de enero de 2010

La Colmena


La colmena

***

Parado frente al mostrador, Ismael aguarda con el ceño fruncido a que lo atiendan. Todos los dependientes del almacén agrícola están ocupados. De un tiempo a esta parte hay en el pueblo una inusitada demanda de fertilizantes e insecticidas.

La respiración del hombre se torna agitada. Un pensamiento absurdo le asalta: "¡Los abonos y fertilizantes van a agotarse!". El miedo y la ira turban su razón. Experimenta un impulso casi incontenible de elevar la voz y armar un alboroto para exigir atención, pero en ese preciso momento uno de los dependientes le hace desde lejos un gesto con la mano indicándole que ya se acerca a atenderlo.

Ismael respira profundo y trata de serenarse. Él mismo se sorprende de su reacción. "Es, reflexiona, como si yo también fuera una de mis abejas sacando como ellas el aguijón para atacar cuando me asalta algún temor o cuando me siento en peligro". No es la primera vez que se compara con las abejas; últimamente ese pensamiento lo asalta una menudo.

—Disculpe la demora, ya ve cómo estamos -dice el dependiente a manera de saludo.


 Con cara de pocos amigos y con gesto de reproche, Ismael le entrega el papel en el que ha anotado sus requerimientos. 


El joven da una rápida mirada a la lista y con una mueca de inteligencia y una amable sonrisa le indica que sabe de qué se trata. "Todos piden lo mismo, piensa, mientras se dirige al interior del almacén para dar paso al pedido-... fertilizantes, abonos, insecticidas para nemátodos y pulgones ... y, claro, lo de siempre, fluorescencia para sus cultivos de flores".

Al quedarse solo, Ismael se apoya en el mostrador y con una servilleta de papel seca el sudor que perla su frente. Hace unos minutos estuvo a punto de perder la paciencia. " ¡Yo, que siempre fui tan sosegado!". De un tiempo a esta parte, y cada vez con mayor frecuencia, asume actitudes agresivas. "Y es que todo lo que tiene que ver con mis flores o con mis colmenas tiene la virtud de alegrarme o enfurecerme".

Sus reflexiones son interrumpidas por el dependiente: "Es usted afortunado-le comenta con una sonrisa al entregarle la factura- Fue el último pedido que pudimos atender esta semana".

Ismael se muerde los labios, al verle sacar el celular. Odia ese artefacto desde que un día escuchó por la radio que sus frecuencias interferían con el vuelo de las abejas y que en muchos sitios por ésta y por otras causas las abejas se encontraban en peligro de extinción. De pronto se siente mareado y tiene que 
sacudir la cabeza con fuerza para recobrarse. 


—Mire lo que me acaban de avisar -dice en ese momento el dependiente -el señor Cadena, usted lo conoce,  el único que todavía conservaba la ganadería  fue atacado esta mañana por un enjambre de abejas. Está muy delicado y todo se complica porque es diabético. No hay buen diagnóstico.


 —¿Sí? -replica Ismael sin mayor interés  y sin más,  se dirige a la caja, paga y se encamina a reclamar sus productos. Los bultos pesan varios quintales, pero él es joven y fuerte. En varios viajes y sin necesidad de ayuda los acomoda en la camioneta. Todavía un poco tenso y sin percibir los avizores himenópteros posados en el techo de la cabina, emprende el retorno a la granja. Las sombras empiezan a invadir la tarde.

Entre iridiscentes fulgores anaranjados el sol semeja una esfera anaranjada hundiéndose perezosamente en lontananza. A medida que se aleja de la población, la prisa y la ansiedad  van quedado atrás. Ningún pensamiento negativo turba ya su mente. Solo piensa en sus plantas. "Es necesario-murmura-mantener la floración y exterminar (sacude con furia su mano) los moscardones y polillas que amenazan últimamente la colmena". Deja que el auto ruede despacio y se deleita con el paisaje. Aquí y allá, a lo largo del camino se ven granjas florecidas. Aspira con fruición el aroma sutil que flota en el ambiente. Su sentido olfativo se ha aguzado y por el efluvio que le trae la brisa puede reconocer no solo cada una de las especies florales de las fincas que atraviesa sino también las flores con las que las abejas han preparado las diferentes variedades de miel. Sonríe satisfecho.

Su esposa y él fueron los pioneros de la región en el cultivo de la miel de abeja. Recuerda vívidamente el día en que un tanto indeciso se decidió a empezar con un rústico panal. Le siguieron luego muchos otros, realizados por él intuitivamente, sin ningún conocimiento previo pero con admirable percepción, como si alguien le fuera dictando las medidas, el diseño, los materiales. En su colmena, de tipo racional, son las propias abejas las que diseñan la estructura de sus panales. Las celdillas de miel dedicadas a la recolección están separadas de las de la miel dedicada a la alimentación del panal con el fin de que no se produzca un efecto traumático en la colmena al momento de la recolección. Y otro tanto sucede en la multiplicación de las colmenas: en las de "enjambrazón,  donde cada panal tiene sus celdillas, solícitas obreras crían reinas para las nuevas colmenas. "Sí, piensa complacido, cada panal ha sido realizado pensando en el bienestar de mis pequeñas amigas".

Los recuerdos se agolpan en su mente al evocar esos primeros días. Su esposa y él ocupados con gran celo, pero  también con gran ignorancia, de ese su primer panal. "Cuánto disfrutábamos haciendo todo eso; era un pasatiempo de lo más agradable". El recuerdo le produce una extraña desazón. Sin apenas darse cuenta, y con el nacimiento progresivo de nuevos panales, el pasatiempo inicial se fue convirtiendo en una ocupación a tiempo completo que les exigió de día en día mayor dedicación y trabajo hasta convertirse paulatinamente en la razón principal de sus vidas.

Todavía le parece estar viendo la expresión atónita y un tanto burlesca de sus vecinos cuando un buen día les participó que había decidido terminar con el ganado para dedicar los terrenos dedicados a potreros al cultivo de varias clases de tréboles y alfalfa porque según les explico: "La floración de esta especie es la preferida de mis abejas ".

"Ahora, ríe con sorna, muchos de estos descreidos han seguido también mis pasos y cada día nuevos ganaderos se dedican a la apicultura". Ensimismado en sus pensamientos llega casi sin percatarse hasta la entrada de su granja.  Disminuye la marcha del vehículo, pone las luces bajas y procurando no hacer ruido entra a la granja por el estrecho sendero de ingreso. En la puerta de la casa, su esposa lo espera con gesto de alegría en su cara. Entre los dos bajan los abonos y los colocan en el cobertizo. Tratan de hacer todo en silencio. No hay que intranquilizar a los pequeños habitantes de las colmenas.

Recorren luego la granja observando con delectación el apiario. Todo está sereno ...sus amigas descansan. Las flores exhalan sus mejores esencias. Tomados de la mano contemplan los sembrados. Allá, en la esquina, los enormes girasoles,   más allá, las azucenas de diversos colores, los claveles, los aromáticos geranios, las gardenias, jazmines y delicadas, heliotropos, las campanillas amarillas, blancas y moradas que trepan alegres por las cercas y muros, los rosales y crisantemos; la huerta, pletórica de tomates, calabazas, judías, hinojo, perejil, cedrón, tomillo ..., y más allá, los árboles frutales,  los perfumados eucaliptos, las fragantes camias, los campos de tréboles y alfalfa.

Una sensación de plenitud, de pertenencia les embarga. Entran a la casa y se disponen a tomar, como cada noche, la deliciosa leche con miel de la que ya no pueden prescindir. Cada día su miel sabe mejor. Ismael intuye que en gran medida eso es debido a la variedad de flores que utilizan abejas para elaborarla. Observa con ternura a su joven esposa. Les une un profundo amor y un mismo ideal. Sólo una sombra empaña su relación: No han logrado tener hijos y llevan ya varios años de matrimonio. Los médicos del pueblo no les dan ninguna explicación. "Y mientras tanto – cavila melancólico-el tiempo va pasando".


 —Quizá deberíamos viajar a la ciudad para consultar otras opiniones- dice a su esposa, acariciando  su vientre. Un leve revuelo que la pareja no percibe, se produce en este momento entre los pequeños himenópteros camuflados en las maderas del techo.

Casi de inmediato Ismael torna a pensar en las labores del día siguiente. El suyo ha sido solamente un breve instante de ternura. "Mañana hay mucho que hacer, mija, tendremos que madrugar un poco más".
Invisibles en la penumbra de la habitación, los pequeños himenópteros detienen su vuelo pero desde lo alto vigilan avizores. Ismael paladea con gusto la bebida, y goloso, añade más miel. Afuera, desde sus panales, miles de pequeños ojillos observan también en la oscuridad. Al contrario de lo que piensan Ismael y su esposa, la colmena no duerme. En sus prismáticas y hexagonales celdillas de cera las laboriosas obreras preparan incesantemente más miel para su creciente ejército de obreras. Una miel, más concentrada, más adictiva y doblemente esterilizadora. No deben correr riesgos. Sus obreras no pueden pensar. Solo sus reinas deben multiplicarse. Es necesario estar vigilantes, la colmena está creciendo.

Santiago de Cali, 2008




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