Augusto Monterroso
Pero por más que lo intentaba no lograba recordar nada. Sabía solamente que en algún momento su vida se cruzó con la de aquel gigante. ¿Dónde estaban? Miró a su alrededor. Había despertado junto al tronco de un árbol seco. Nada le era conocido.
El paisaje era desolador; el horizonte, negro. Insondable. Su vista se perdía en la nada. De pronto le acometieron unas ganas terribles de volver a dormir. Y entonces, por un brevísimo instante, tuvo conciencia de su destino. Sí. Ese era el sino que le había deparado su creador: seguir y seguir por siempre durmiendo y despertándose, en una cadena incesante a través del tiempo.
Leonor Fernández Riva
Mayo de 2010
Leonor Fernández Riva
Mayo de 2010
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