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sábado, 4 de octubre de 2014

De jardines ajenos - La maldición de Monterroso




Cuando se despertó, el dinosauro aún estaba allí...

No, no era un sueño. Aquel brontosaurio gigantesco lo estaba observando. La mirada de aquella colosal criatura reflejaba similar perplejidad a la de él. Algo en ella sin embargo, le era familiar. Y, cosa rara, no sentía temor. 

Pero por más que lo intentaba no lograba recordar nada. Sabía solamente que en algún momento su vida se cruzó con la de aquel gigante. ¿Dónde estaban? Miró a su alrededor. Nada le era conocido 

El paisaje era desolador; el horizonte, negro. Insondable. Su vista se perdía en la nada. De pronto le acometieron unas ganas terribles de volver a dormir. Y entonces, por un brevísimo instante, tuvo conciencia de su destino. Sí. Ese era el sino que le había deparado su creador: seguir y seguir por siempre durmiendo y despertándose, en una cadena incesante a través del tiempo.

Leonor Fernández Riva


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