La querida tía
Leonor Fernández Riva
Juvenal está contento; esa mañana ha recogido una nueva remesa de dinero. Con una gran sonrisa en su vasto rostro comienza a camuflar el fajo de billetes en el interior del horno.“¡Bancos ladrones! Este es nuestro verdadero banco, ¡pendejos!”, exclama palmeando con la mano la vieja estufa. Se felicita por haber encontrado ese escondite. Nadie imaginaría que allí está su tesoro.
“¡Sos un berraco, hermano! ¡Ya tenés unos cuantos milloncitos!”, exclama con alegría y se concentra en lo que está haciendo. Es una labor prolija. Nadie debe sospechar lo que allí está.
Al otro lado del mar Elías se encamina a su trabajo. Su sueldo de albañil apenas si le alcanza para vivir. “La cosa por acá también está berraca”, piensa moviendo la cabeza con preocupación.
Sí. Cada vez le resulta más difícil segregar una parte de su sueldo para enviar a su país. Hay ya demasiados inmigrantes y cada vez llegan más; los puestos son escasos y competidos, y claro, las empresas se dan el gusto de ofrecer sueldos irrisorios. Lo más preocupante sin embargo, es que ya también empiezan a verse muchos desempleados españoles. Es imposible no observar el desprecio y la rabia con las que lo observan algunas personas en el metro cuando se dirige a la obra. ¡Qué distinto al ambiente que lo recibió hace unos pocos años! Entonces había trabajo, y la gente, si bien indiferente, al menos no era agresiva.
Como tantos otros, él también acaricia ahora el pensamiento de volver. Pero no ha sufrido en vano. Ni un solo mes ha dejado de enviar una buena remesa de dinero a su hermano lejano. El gesto sombrío de su rostro se suaviza al pensar en Juvenal y una sonrisa se dibuja en sus labios: “¡Qué importa, hermano, joderme como me jodo mientras todavía pueda ahorrar algo! Dentro de poco volveré y esa platica nos va a servir. ¡Seguro que nos va a servir!".
Pero al otro lado del mar, el destino chocarrero les tiene reservada una mala pasada.
María Rosa, la tía llegada de la apartada vereda para quedarse unos días con su sobrino, es una mujer trabajadora y sencilla. Juvenal la recibe con efusivas muestras de afecto y le pide permiso para dejarla sola mientras él acude al supermercado cercano a comprar comestibles.
“Ya vuelvo, tía. Acomode no más sus cositas y descanse un poco. No me demoro…".
Pero María Rosa no es mujer de dejarse atender. No. Ella quiere ayudar. Se las ingenia para encontrar harina, huevos, mantequilla… Juvenal, su sobrino, seguramente se relamerá. “Siempre le ha gustado el pastel que yo preparo”, piensa contenta.
Cuando éste llega, ya el horno tiene más de una hora de estar encendido. De manera inexplicable para la querida tía, envuelto entre el aroma del pastel horneado, un inconfundible olor a papel quemado invade ya todos los espacios de la humilde vivienda.
“¡Sos un berraco, hermano! ¡Ya tenés unos cuantos milloncitos!”, exclama con alegría y se concentra en lo que está haciendo. Es una labor prolija. Nadie debe sospechar lo que allí está.
Al otro lado del mar Elías se encamina a su trabajo. Su sueldo de albañil apenas si le alcanza para vivir. “La cosa por acá también está berraca”, piensa moviendo la cabeza con preocupación.
Sí. Cada vez le resulta más difícil segregar una parte de su sueldo para enviar a su país. Hay ya demasiados inmigrantes y cada vez llegan más; los puestos son escasos y competidos, y claro, las empresas se dan el gusto de ofrecer sueldos irrisorios. Lo más preocupante sin embargo, es que ya también empiezan a verse muchos desempleados españoles. Es imposible no observar el desprecio y la rabia con las que lo observan algunas personas en el metro cuando se dirige a la obra. ¡Qué distinto al ambiente que lo recibió hace unos pocos años! Entonces había trabajo, y la gente, si bien indiferente, al menos no era agresiva.
Como tantos otros, él también acaricia ahora el pensamiento de volver. Pero no ha sufrido en vano. Ni un solo mes ha dejado de enviar una buena remesa de dinero a su hermano lejano. El gesto sombrío de su rostro se suaviza al pensar en Juvenal y una sonrisa se dibuja en sus labios: “¡Qué importa, hermano, joderme como me jodo mientras todavía pueda ahorrar algo! Dentro de poco volveré y esa platica nos va a servir. ¡Seguro que nos va a servir!".
Pero al otro lado del mar, el destino chocarrero les tiene reservada una mala pasada.
María Rosa, la tía llegada de la apartada vereda para quedarse unos días con su sobrino, es una mujer trabajadora y sencilla. Juvenal la recibe con efusivas muestras de afecto y le pide permiso para dejarla sola mientras él acude al supermercado cercano a comprar comestibles.
“Ya vuelvo, tía. Acomode no más sus cositas y descanse un poco. No me demoro…".
Pero María Rosa no es mujer de dejarse atender. No. Ella quiere ayudar. Se las ingenia para encontrar harina, huevos, mantequilla… Juvenal, su sobrino, seguramente se relamerá. “Siempre le ha gustado el pastel que yo preparo”, piensa contenta.
Cuando éste llega, ya el horno tiene más de una hora de estar encendido. De manera inexplicable para la querida tía, envuelto entre el aroma del pastel horneado, un inconfundible olor a papel quemado invade ya todos los espacios de la humilde vivienda.
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