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lunes, 19 de agosto de 2013

El tesoro de Asbjorn



El tesoro de Asbjorn


Desde el instante en que Alexia y Asbjorn se conocieron,  surgió entre ellos una atracción arrolladora; una atracción que fue consolidándose con el paso de los días. Asbjorn era danés, Alexia, catalana, pero muchos intereses y aficiones comunes los identificaban. Asbjorn  amaba la fotografía; Alexia, era una experta en campañas publicitarias; a los dos les gustaba la buena cocina, los viajes, la literatura.  Luego de un romance apasionado decidieron unir sus destinos. Felices y optimistas, cual todos los amantes, sentían suyo el futuro y la vida, como una posesión inagotable.  Lejos estaban de imaginar que a la vuelta de unos pocos años la fatalidad los separaría irremediablemente. La  enfermedad, la muerte y la soledad eran para ellos hasta ese momento expresiones carentes de sentido.

Se dedicaron entonces a recorrer el mundo a incursionar en otros horizontes y a saborear diferentes culturas. Pero viajar es costoso y, un poco a regañadientes debieron interrumpir su larga luna de miel y empezar a pensar en sentar cabeza. Los dos soñaban con instalar una agencia de publicidad en un país suramericano. Analizaron varias alternativas y al final se decidieron por uno que habían conocido fugazmente y que les ofrecía la posibilidad de conquistar un nuevo Dorado.

 La pareja fue recibida con gran expectativa y un tanto de escepticismo en los medios publicitarios de aquel lugar donde la publicidad estaba muy avanzada.  Todos se preguntaban qué propuestas innovadoras traerían. Y Alexia y Asbjorn no los decepcionaron. En la agencia publicitaria que inauguraron,  las novedades e ideas originales sorprendían hasta a los publicistas más experimentados. En poco tiempo, Asbjorn fue considerado como el gurú de la fotografía; un referente obligado de la publicidad de vanguardia. Su fornida contextura de vikingo,  su atractivo rostro en el que se destacan sus ojos azules, su carisma y don de gentes, y la belleza, distinción  y personalidad fuerte de Alexia, vestida siempre de negro, pronto se tornaron familiares en todos los eventos de la urbe. 
 Sin embargo, y aunque muy pocos se percataban de ello, Alexia era el verdadero motor e inspiración de todas sus creaciones. Quienes lograban ser aceptados en su exclusivo círculo privado alcanzaban a percibir que el impulso y la fuente de inspiración de Asbjorn dependían casi por completo de la energía y talento de su bella compañera. Por eso, cuando se supo la noticia de la grave enfermedad de Alexia quienes conocían cómo funcionaban las cosas experimentaron preocupación por el estado anímico de Asbjorn. Y no estaban equivocados. Enterarse del mal irremediable que aquejaba a la mujer amada fue un golpe demasiado duro para aquel hombre.

Alexia, orgullosa y altiva, no quiso volver a salir ni a recibir a nadie. No quería que vieran el dramático cambio que esa dolencia iba generando en su espléndido físico. Asbjorn hizo entonces acopio de toda su entereza para apoyarla en tan difícil trance y ayudarla a partir.

El hogar que habían ido poblando de recuerdos de viaje, de pinturas, fotografías, libros, figuras antropomorfas prehispánicas y cientos de cosas queridas, se convirtió  en un santuario. Meses dramáticos en los que el encierro de la pareja fue total. 

Y de pronto, como cuando se apaga una vela, todo terminó.Al morir Alexia, Asbjorn también murió un poco. Preso del pasado y de la nostalgia se sumió en el abandono y se enterró en vida. Al tiempo que su cabello encanecía, sus ojos azules, antes brillantes y vivaces, se fueron hundiendo en una cara envejecida, lejano reflejo de lo que fue un día.
La casa, antes habitada  por  risas, anhelos y  vida, fue cubriéndose de polvo y de nostalgia. Sombras etéreas parecían recorrerla. Todo alrededor se fue tornando húmedo, vetusto, abandonado. Las colecciones de figuras  prehispánicas, rescatadas por los guaqueros de su entierro de siglos, volvieron a dormir un sueño de olvido en repisas enmohecidas. Las máscaras, los libros, las fotografías, las pinturas, las figuras fantásticas moldeadas en días más felices por sus manos de artista, cuando aún creía que la vida como el amor serían eternos, fueron posesionándose de todos los espacios en caótico y progresivo acumulamiento y adquiriendo al paso de los años la pátina mohosa del tiempo y del abandono.
Pero he aquí que de pronto, un día, en medio de ese panorama sombrío, surge de nuevo  la esperanza, y el  corazón cansado de Asbjorn vuelve a latir al influjo de otro amor. Un amor que llega ahora en la figura de una joven a quien Asbjorn triplica en edad. La soledad del hombre y quizá la admiración que la joven siente por él,  hacen ahora las veces del verdadero amor. Pero los caminos del corazón tienen su propia brújula, una brújula que solo entienden los amantes. ¿Qué puede ofrecer este hombre a una mujer? El pasado es inmenso, inolvidable, presente siempre; el futuro, frágil, impredecible, tal vez breve. Aunque los augures sean cautelosos en asegurar una larga felicidad a la pareja,  la magia del amor torna posible lo inverosímil. La pasión forja espejismos fáciles de aceptar y de creer. Ya hay un fruto de ese amor que corre y salta y canta por los cuartos empolvados y vetustos. Vale la pena arriesgarse. Nuevas energías invaden al hombre, vuelve a ilusionarse, vuelve a anhelar.
-Sí -se dice. Todavía estoy a tiempo. Aún  puedo volver a soñar.
Abre las puertas de la casa. Retoma su oficio. Proyecta, bosqueja. Las máscaras vuelven a cobrar vida. Las figuras prehispánicas sacuden sutilmente el polvo del tiempo. Las maderas crujen con centenarias saudades del bosque primigenio. El sol busca rendijas para cobijar los frágiles sueños.
Pero la ciudad ha cambiado. Durante esos años de retiro,  la publicidad y la fotografía tomaron también otros caminos. El hombre, otrora exitoso,  intenta a toda costa recuperar el nombre, el prestigio lejano. Son días de encarnizada competencia. Los jóvenes publicistas presentan proyectos audaces, originales, vendedores. En otros días, nada de eso habría arredrado a Asbjorn pero en todo ese tiempo de reclusión, de aislamiento, algo ha ocurrido; su pasada inspiración lo ha abandonado. Y la falta de inspiración es un enemigo contra el que no puede luchar.
Y de nuevo la angustia se apodera del hombre. Una angustia producto de sueños irrealizables.
Los días transcurren invariables con su cargamento de frustración y desengaño. Asbjorn permanece cada vez más tiempo entre sus recuerdos. La situación económica se torna apremiante. Sombrías ideas lo asaltan.
Una de esas tardes en las que la melancolía del ambiente casi puede palparse, Asbjorn, propuesto a salir adelante a pesar de todo, trabaja en uno de los pocos trabajos de fotografía publicitaria que le han encargado.

Erick, su pequeño hijo, ignorante de las angustias que acosan a su padre,  juega feliz recorriendo con su pelota los amplios y sombríos corredores. No es esa una casa apropiada para los juegos de un niño. Hay demasiados recuerdos, demasiada nostalgia entre esas paredes.
De pronto, en el silencio de la tarde, se oye un estrépito. Alarmados, Asbjorn y su mujer bajan a toda prisa y se encaminan al comedor desde donde provino el estruendo.

–¡Erick! ¿Dónde estás? –gritan angustiados.

En el comedor les aguarda una sorpresa. En el suelo, junto a dos de las figuras antropomorfas hechas pedazos, está Erick jugando con varios objetos de oro que al parecer habían  estado dentro de ellas. El niño mira a sus padres con cara de susto.
–¡No hice nada, papito! ¡La mujer las empujó! -–dice exaltado sin tomar aliento.
Sus padres, presos de emociones encontradas,  contemplan, ora al niño, ora  las piezas precolombinas. Es un tesoro. De eso no cabe la menor duda.

–¿Qué mujer, Erick? –pregunta la madre– No mientas, mijito, seguro las tumbaste con la pelota.

Con febril persistencia, el niño se empecina en afirmar que una mujer vestida de negro empujó las figuras. La madre no insiste más. Ante un hallazgo tan sorprendente todo pierde importancia.  Asbjorn, guarda silencio. Siente que la historia de su hijo es verdad. Algo revive entonces dentro de él. La imagen del niño al lado de las figuras destrozadas, su versión de lo que pasó y  todo ese oro, lo han conmovido. Pero otro más grande es su tesoro. Eufórico, corre a traer su cámara. Mil ideas cruzan por su mente. Como por arte de magia ha vuelto a él su pasada inspiración.

–Sí –piensa con entusiasmo– Todavía estoy a tiempo. Aún puedo volver a soñar.

Y quizás esta vez sí está en lo cierto.



        Conjunto de...¿peces, polillas, pájaros, mariposas,etc? del Museo del Oro de Bogotá.
 


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1 comentario:

Patricia Torres dijo...

¡¡¡FELICITACIONES!!!!!