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domingo, 2 de agosto de 2015

Punto Final


Punto final

Algunos periodistas comentarían días más tarde, en forma desaprensiva,  lo ocurrido con la empresa,  pero ella estaba ya por encima de todo.


Despertó sobresaltada, presa todavía de la sensación de terror y acosamiento  experimentada durante  el sueño. 

En él, se veía corriendo aterrada por un oscuro laberinto,  rodeada de precipicios y peligros.  Seres espantosos la acechaban.  A su paso, se abrían  puertas  que parecían conducir  a una oscuridad aun más impenetrable y a peligros insospechados.  Desesperada, cuando ya  casi la abandonaban las fuerzas, divisó  a lo lejos la figura querida de su padre que parecía aguardarla frente a una  puerta. 

Emocionada,  corrió hacia él y  al llegar a su lado observó  que la puerta junto a la que estaba parado tenía labradas en su superficie figuras siniestras, aterradoras,  como si condujera a un infierno peor del que estaba escapando. Con gesto de profunda ternura, su padre  la invitaba a  abrir esa puerta y  entrar.

Confiada en el amor de su padre, pero a la vez presa de profundo terror ante lo desconocido, se detuvo indecisa frente a la enigmática puerta. En ese momento despertó.  Se  sentía  inusualmente agotada; como si no hubiera dormido y las horas de reposo no hubiesen reparado su cansancio. ¿Qué significado tendría aquel extraño sueño? 

Si no tuviera tantos compromisos que cumplir, tanto que hacer, tanto que decidir, se quedaría  acostada toda la mañana.  Pero ese no era el  caso. La empresa necesitaba ahora más que nunca su presencia.

Miro el reloj,  y sí,  ya era hora de levantarse: las 4 y media de la madrugada. Hizo acopio de entusiasmo y como todos los días  se dispuso a realizar su hora de ejercicio y de oración. Tomó la Biblia y rezó el salmo que tanto la reconfortaba. A pesar de no tener respuestas evidentes y propicias  a sus graves problemas, la existencia de Dios seguía siendo para ella su más profunda convicción. Poco a poco, al realizar su diaria rutina la energía fue envolviéndola. Tomó un reconfortante baño y se maquilló despacio, con esmero.  Esa costumbre heredada de su madre era algo que hacía parte de su diaria rutina.  Siempre se preguntaba: ¿Cómo pueden  existir mujeres que no aprovechen los innegables beneficios del maquillaje?  A su criterio, una tontería, puesto que utilizarlos con inteligencia y sobriedad no era cuestionado por nadie; ese era un derecho ganado por las mujeres a lo largo del tiempo,  Desde la época de los faraones y aun antes, en la cultura sumeria, se utilizaron con profunda sabiduría pócimas y afeites que prestaban a los rostros tanto femeninos como masculinos un innegable encanto. Ignorar ese recurso para verse mejor,  era a su juicio, algo muy poco inteligente.  "En fin”, pensó para sí, "cada cual con sus temas". Disimuló un tanto con el corrector las ojeras que ese mañana  estaban más pronunciadas y  alegró con un poco de rubor sus mejillas.  Un cambio indudable. Se vistió con  pantalón  y la primera blusa que vio en el closet y después de revisar los documentos que debería llevar a la oficina, se dirigió al estacionamiento.

Al llegar a la empresa, el portero la recibió con su cotidiano y cariñoso saludo:

–¿Cómo amaneció, doña Leonorcita?, mire qué bonito día tenemos hoy. Permítame, la ayudó con su bolso y los paquetes.

–Gracias, Ancízar, sí parece que vamos a tener un bonito día.

Pero no se hace muchas ilusiones. No puede  alejar de su mente que los días difíciles parecen haber llegado para quedarse. A pesar de su carácter positivo sabe que la empresa fundada por su padre hace ya casi sesenta años y que ella gerencia desde hace cuatro, está atravesando una situación sumamente grave, tal vez irreversible. Eso es algo que le produce infinita angustia.

Se encamina a su oficina preguntándose qué realmente le deparará ese día.  Aún es temprano y la mayoría de  escritorios  se encuentran desiertos.

A través de la ventana observa la planta. Desde hace ya varios meses la producción está de bajada. Algunos de los equipos se encuentran cubiertos con plásticos. Hace ya varios días no se están utilizando. Un panorama desapacible.

En un rincón,  varios operarios conversan  tranquilamente.  Es evidente que no tienen  nada qué hacer.  "Deberían ocuparse de limpiar sus equipos  o engrasarlos, en vez de estar ahí sin hacer nada", piensa para sí, con malhumor, "pero claro, mientras sigamos pagándoles la nómina a tiempo, lo demás no tiene para ellos ninguna importancia".

Observar los equipos parados y la actitud quemeimportista de los empleados, le produce una sensación opresiva.  Pero, ¿cómo culparlos? ¿Qué saben ellos de la falta absoluta de capital de trabajo, de la imposibilidad de comprar materia prima, de los enormes gastos administrativos, de los problemas con los equipos viejos y mal mantenidos, de los malos resultados de  las ventas, del odio enconado  y el acoso constante de algunos accionistas,  de la indiferencia de los otros, del mal que le causa a la empresa la deslealtad interna, de la profusión de demandas laborales millonarias, de los reclamos y descuentos de clientes abusivos, de las cuentas incobrables… Y sobre todo, ¿qué saben ellos de su cansancio, de su infinito cansancio?

Sus ojos se detienen  por unos instantes en la oficina que ocupó durante tres años el gerente financiero.  ¿Cómo pudo equivocarse así?  No solo llegó a depositar en ese hombre su confianza sino también su amistad. Y no obstante, en el momento más difícil la dejo sola. Nunca sin embargo se hizo muchas ilusiones. Sabe muy bien  que nadie pelea las  peleas ajenas.  Está sola.

Sobre el escritorio la esperan  varios sobres. Con un suspiro empieza a revisarlos: invitaciones a desayunos de trabajo, conferencias, capacitaciones, cuentas de cobro,  facturas indicando que están en mora, certificaciones de leasings vencidos, demandas laborales, requerimientos de la Superintendencia... Y allí, entre todos aquellos papeles,  aquella apremiante solicitud recomendada por la Junta Directiva para hacer llegar cuánto antes a la Superintendencia de Sociedades. Una solicitud que ella, tercamente, se niega a  firmar. 

En ese momento llega su secretaria.

– ¡Se me adelantó, doña Leito! ¿Cómo amaneció? ¿Le sirvo un cafecito?

–Sí, Zuleyma, gracias. Cuando llegue Adriana, le dices por favor que venga a mi oficina, tengo que revisar con ella algunas cuentas.

– Ya doña Leo, ¿algo más?

–No, Zuleyma, gracias.

–¡Ah!, doña Leo, el aire acondicionado de la sala de Juntas se descompuso, dice Quevedo  que ya no da más, que hay que comprar uno nuevo. Me parece que vamos a tener que poner un ventilador porque recuerde que a las 10:00 vienen los de la compañía de seguridad para hablar de su factura y sin aire acondicionado hace ahí un calor terrible. Creo que Edison también  quería hablar con usted, la CTP volvió a descomponerse.  Parece que es algo serio.

–Sí es algo serio, será definitivo, querida. Dile que suba.

En ese momento divisa  junto a la puerta de entrada  a doña Ayda, la administradora de la cafetería, quien la aguarda con cara de preocupación. 

–¡Pase, pase, doña Ayda!  Cuénteme, ¿qué la trae por aquí?

–¡Hay doña Leito, lo mismo de siempre! Ya casi van dos meses que el Fondo de Empleados no nos paga y ya no tenemos ni cómo hacer mercado. Ellos dicen que ustedes tampoco les han pagado. 

–Y dicen la verdad,  doña Ayda, no se imagina lo apretados que estamos.

–Sí, doña Leito, nosotros bien sabemos la situación de la empresa y créame que lo pensé mucho antes de venir a molestarla con la cantidad de problemas que debe tener, pero es que ya materialmente no podemos continuar.

–Lo se, doña Ayda. No sabe cuánto me apena tenerla en esta situación. Usted le presta en la cafetería un gran servicio a la empresa.  ¡Adriana! ¡Ven un momento!

–¿Sí, doña Leonor?

–Adriana, quiero ponerme contigo a revisar las cuentas.   Dime,  ¿cómo amanecimos en los bancos? 

–Pelados, doña Leo. Pero hay la esperanza de que la revista de Buenaventura nos deposite  un adelanto más tarde. Y  bueno,  lo que entre en efectivo por la índigo. Nada más.

–Bueno, ya sabemos que las cosas no están fáciles. Mira, quisiera abonarle algo al Fondo de Empleados para que ellos a su vez le abonen algo a doña Ayda, su situación es muy difícil. 

–Recuerde, doña Leo, que estamos juntando para pagar la EPS y la energía, si no la pagamos mañana  nos la cortan.

–¿Crees que me olvido, Adriana? Pero tenemos que tratar de  picar un poco para todos.

–De todos modos, doña Leo,  toca esperar a ver si hacen el abono de que le hable. Ahorita, no hay nada.

–Ya ve doña Ayda. Tengo toda la voluntad de ayudarla, pero no es fácil.  No se desanime creo que en el transcurso de la mañana podremos colaborarle con algo. 

Al quedarse sola no puede evitar exhalar un suspiro de ansiedad. La situación es agobiante. 

–Buenos, días doña Leonor, ¿puedo pasar?

Es el jefe de Preprensa,  el departamento que se ocupa de fundir las planchas antes de la impresión.

– Claro, Edison, siga no más. ¿Qué lo trae por aquí?

– Malas noticias, doña Leo. La CTP, no ha querido funcionar. Parece que la tarjeta sacó la mano. No sé qué vamos a hacer. Hay una fila enorme de planchas por fundir.

– Y ¿qué dice el técnico? 

–Ya  dio el diagnóstico, doña Leo, el sofward ya no funciona, hay que cambiarlo.

–¿Y el costo? 

–20 millones y hay que pagar también los gastos del técnico que venga de Bogotá a instalarlo, otros cinco. 

–Imposible cambiarlo en este momento, Edison. Funda las planchas en otra parte. 

–Sí, doña Leo, creo que no hay otro remedio, pero como ya usted sabe,  eso nos cuesta el triple. Se nos va la ganancia y además, afuera hay que pagar de contado y de repeso, no nos trabajan rápido, nos mandan a la cola. 

–¿Qué otra cosa podemos hacer, Edison?  Tiene mi autorización para tercerizar ese proceso. Hay que tratar de  cumplir con los trabajos sobre todo con los que han dado un adelanto. 

–¿Qué tal Jorge? Pase, pase, ¿qué me cuenta? 

Es el jefe de producción, un joven ingeniero industrial muy comprometido con la empresa.

–¿Cómo van las cosas por la planta, Jorge? 

–Regular, doña Leito. La prensa cinco colores está trabajando a media máquina. Las pinzas no están funcionando  bien y se daña mucho papel. Tenemos que parar cada diez minutos para ajustarla. Pero ahí vamos. Ahora ese problema de la CTP me tiene preocupado. Todo se va a atrasar.

–Acabo de hablar con Edison, Jorge. Ya le di autorización para fundir las planchas afuera, no importa el costo. Tenemos que cumplir con los trabajos, ese de Buenaventura es para mañana. Si no lo entregamos a tiempo no nos lo reciben.

–No se preocupe, doña Leito,  tengo a toda la gente comprometida.  Pero vamos a tener que trabajar horas extras. 

–¡Horas extras, Jorge! Y con esta producción tan pequeña. Eso no tiene presentación.

–Cierto, doña Leito, pero no hay otra forma de cumplir.

–Bueno, Jorge, haga lo que tenga que hacer. No podemos arriesgarnos a que nos devuelvan un trabajo. 

–Vamos a cumplir, doña Leito. No se preocupe. Pero venía también a decirle otra cosa.

 –¿Otra cosa? Espero que sea buena, Jorge.

–No lo creo, doña Leito. O bueno, no sé. Ocurre que me han hecho una propuesta de trabajo y no quiero desaprovecharla.

–¡Una propuesta de trabajo! 

No puede evitar que se le humedezcan los ojos. Trata de no conmoverse, pero este es un jarro de agua helada que no se esperaba. Procura que su voz suene serena: 

–Y usted, claro, ha aceptado.

–Sí, doña Leito, las cosas aquí están inciertas y esa propuesta  es una buena oportunidad para mi. Me da pena dejarla sola, pero creo que Edison y Javier pueden ocuparse de la producción sobre todo ahora que estamos tan bajos de trabajo. 

– Comprendo, Jorge. Nosotros, desde luego, no podemos mejorarle ninguna propuesta.  Y dígame, ¿hasta cuándo trabajaría con nosotros? 

–Hasta el viernes.

–¿Hasta el viernes? O sea, pasado mañana.  Bueno, supongo que ya lo tiene decidido.  Gracias por avisarme. Ocúpese entonces de los trabajos que hay que despachar esta semana y vaya entregando su puesto a Edison.

 Al quedarse sola, sus ojos,  humedecidos por la angustia, se detienen una vez más sobre la solicitud de liquidación que está ahí, aguardando.   Sacude la cabeza como alejando la tentación. No  quiere pensar en eso. No puede hacerse a la idea. 

–¡Adriana! ¡ven un momento por favor!

– ¿Sí, doña Leonor?

–Toda la mañana he querido hablar contigo sin conseguirlo. Quería revisar los pagos más urgentes y lo que tenemos en Cartera para ver qué podemos hacer, pero ya ves,  entra el uno y el otro y claro,  ninguno te dice nada reconfortante. ¿Sabes que Jorge se nos va?

– Sí, doña Leo, algo me dijeron por ahí. La considero. No hay en verdad nada estimulante a la vista.  A propósito, la recepcionista me entregó unas cartas de la Super para usted. 

–La Superintendencia  nunca nos trae buenas noticias, Adriana, todo no son sino requerimientos, quejas, aclaraciones, multas… Pero bueno, ya las veré luego. Dime, ¿qué ha pasado con esa cuenta de  Coomeva que no nos acaban de pagar?

–¡Ay, doña Leo! Todos los días ofrecen que ya va a salir el cheque, pero nada. Creo que va a tener  que volver  a llamar  a la gerente.

–Tal parece que les estuviésemos pidiendo limosna. Ya hace cinco meses les hicimos ese trabajo y no nos pagan. ¡Cuarenta millones! Imagínate lo bien que nos vendrían en este momento.

–Ya lo creo, Doña Leito.  Vea, iba también a pedirle permiso para llegar mañana un poco  más tarde.

–¿Sí? ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?

–No, doña Leito, tengo una cita de trabajo a las 9:00.

–¡¿Tú también, Adriana?!Acabaré quedándome sola.

–No es nada seguro, todavía doña Leito, no se preocupe. Pero ya ve usted  como están las cosas. Tengo que pensar en lo que voy  a hacer si pasa algo. Recuerde que soy cabeza de familia.  

–Te comprendo, muy bien, Adriana. Es solo que tú eres mi mano derecha. No creas, yo también quisiera poder escapar.

–¡Hay doña Leito, no diga eso! Tenga fe, ya verá como al final todo se arregla.

–Fe nunca me ha faltado, querida Adriana. Lo que nos hace falta es otra cosa. 

Al quedarse de nuevo sola abre mecánicamente uno de los sobres. La Superintendencia le comunica que la ha multado  por haber restringido el derecho de inspección su sobrino antes de la Asamblea: ¡cinco millones! Y los debe pagar ella, no la empresa. ¿De dónde? Bueno, ya pensará en eso más tarde. 

Prevenida, abre el otro sobre. Una denuncia de algunos de  los trabajadores  ante el Ministerio de Trabajo por el atraso en pagar la EPS. Exigen el pago  inmediato y también el  de las  cesantías atrasadas con sus respectivos intereses. La firman un número considerable de empleados. Curiosa, recorre las firmas. Allí está Fátima, la empleada de terminados  a quien solo hace un mes ayudó personalmente con doscientos mil pesos; Teresita, la empleada de más edad a quien se ha resistido a despedir pensando en su difícil situación económica; Wilder, el chofer, que a veces la recoge en su casa y a quien siempre le reconoce generosamente sus servicios; Lucien, ¡el chico que empezó a trabajar en la empresa hace tres años; un chico inmaduro que ella prácticamente adoptó y formó! No puede creerlo. Su empecinamiento en continuar con la empresa en medio de tantas dificultades  ha sido precisamente por conservar la fuente de sustento de todos esos empleados. Un profundo sentimiento de defraudación inunda su alma. 

De pronto, en medio de su congoja,  el sueño de la noche anterior viene de nuevo a su mente. Y entonces comprende: su padre, de pie  junto a la ominosa puerta,  no la está invitando a entrar,  la está invitando a salir. A poner punto final a  ese infierno en el que se han convertido sus días.

No duda más. Se enjuga las lágrimas que  inundan sus ojos y, con decisión, toma la carta que contiene la solicitud de liquidación judicial de la empresa y la firma. Esa misma mañana la hará llegar a la Superintendencia de Sociedades. 


Leonor María Fernández Riva
Santiago de Cali, Julio de 2015


  
Otros cuentos de la autora:

·       Punto Final
·       Su mejor decisión
·       Génesis
·       El último conjuro
·       Un instante de lucidez
Un río llamado Nostalgia
  Vidas cruzadas

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