Punto final
Algunos periodistas comentarían días más tarde, en forma desaprensiva, lo ocurrido con la empresa, pero ella estaba ya por encima de todo.
Despertó sobresaltada, presa todavía de la sensación de terror y acosamiento experimentada durante el
sueño.
En él, se veía corriendo aterrada por un
oscuro laberinto, rodeada de precipicios y peligros. Seres
espantosos la acechaban. A su paso, se abrían puertas que
parecían conducir a una oscuridad aun más impenetrable y a peligros
insospechados. Desesperada, cuando ya casi la abandonaban las
fuerzas, divisó a lo lejos la figura querida de su padre que parecía
aguardarla frente a una puerta.
Emocionada, corrió hacia él y al llegar a su lado observó que la puerta junto a la que estaba parado tenía labradas en su superficie figuras siniestras, aterradoras, como si condujera a un infierno peor del que estaba escapando. Con gesto de profunda ternura, su padre la invitaba a abrir esa puerta y entrar.
Emocionada, corrió hacia él y al llegar a su lado observó que la puerta junto a la que estaba parado tenía labradas en su superficie figuras siniestras, aterradoras, como si condujera a un infierno peor del que estaba escapando. Con gesto de profunda ternura, su padre la invitaba a abrir esa puerta y entrar.
Confiada en el amor de su padre, pero a la vez
presa de profundo terror ante lo desconocido, se detuvo indecisa frente a
la enigmática puerta. En ese momento despertó. Se sentía
inusualmente agotada; como si no hubiera dormido y las horas de reposo no
hubiesen reparado su cansancio. ¿Qué significado tendría aquel extraño
sueño?
Si no tuviera tantos compromisos que cumplir,
tanto que hacer, tanto que decidir, se quedaría acostada toda la mañana.
Pero ese no era el caso. La empresa necesitaba ahora más que nunca
su presencia.
Miro el reloj, y sí, ya era hora de levantarse: las 4 y
media de la madrugada. Hizo acopio de entusiasmo y como todos los días se
dispuso a realizar su hora de ejercicio y de oración. Tomó la Biblia y rezó el
salmo que tanto la reconfortaba. A pesar de no tener respuestas evidentes y
propicias a sus graves problemas, la existencia de Dios seguía siendo
para ella su más profunda convicción. Poco a poco, al realizar su diaria rutina
la energía fue envolviéndola. Tomó un reconfortante baño y se maquilló
despacio, con esmero. Esa costumbre heredada de su madre era algo que
hacía parte de su diaria rutina. Siempre se preguntaba: ¿Cómo pueden
existir mujeres que no aprovechen los innegables beneficios del
maquillaje? A su criterio, una tontería, puesto que utilizarlos con
inteligencia y sobriedad no era cuestionado por nadie; ese era un derecho
ganado por las mujeres a lo largo del tiempo, Desde la época de los
faraones y aun antes, en la cultura sumeria, se utilizaron con profunda sabiduría
pócimas y afeites que prestaban a los rostros tanto femeninos como masculinos
un innegable encanto. Ignorar ese recurso para verse mejor, era a su
juicio, algo muy poco inteligente. "En fin”, pensó para sí,
"cada cual con sus temas". Disimuló un tanto con el corrector las
ojeras que ese mañana estaban más pronunciadas y alegró con un poco
de rubor sus mejillas. Un cambio indudable. Se vistió con pantalón y la primera blusa que vio en
el closet y después de revisar los documentos que debería llevar a la oficina,
se dirigió al estacionamiento.
Al llegar a la empresa, el portero la recibió
con su cotidiano y cariñoso saludo:
–¿Cómo amaneció, doña Leonorcita?, mire qué
bonito día tenemos hoy. Permítame, la ayudó con su bolso y los paquetes.
–Gracias, Ancízar, sí parece que vamos a tener
un bonito día.
Pero no se hace muchas ilusiones. No
puede alejar de su mente que los días
difíciles parecen haber llegado para quedarse. A pesar de su carácter positivo
sabe que la empresa fundada por su padre hace ya casi sesenta años y que ella
gerencia desde hace cuatro, está atravesando una situación sumamente grave, tal vez irreversible. Eso es algo que le produce infinita angustia.
Se encamina a su oficina preguntándose qué
realmente le deparará ese día. Aún es temprano y la mayoría de
escritorios se encuentran desiertos.
A través de la ventana observa la planta. Desde hace ya varios meses la producción está de bajada. Algunos
de los equipos se encuentran cubiertos con plásticos. Hace ya varios días no se
están utilizando. Un panorama desapacible.
En un rincón, varios operarios conversan
tranquilamente. Es evidente que no tienen nada qué hacer. "Deberían ocuparse
de limpiar sus equipos o engrasarlos, en vez de estar ahí sin hacer
nada", piensa para sí, con malhumor, "pero claro, mientras sigamos
pagándoles la nómina a tiempo, lo demás no tiene para ellos ninguna
importancia".
Observar los equipos parados y la actitud
quemeimportista de los empleados, le produce una sensación opresiva. Pero,
¿cómo culparlos? ¿Qué saben ellos de la falta absoluta de capital de trabajo, de la imposibilidad de comprar materia prima, de los
enormes gastos administrativos, de los problemas con los equipos viejos y
mal mantenidos, de los malos resultados de las ventas, del odio enconado y el acoso constante de algunos accionistas, de la indiferencia de los otros, del mal
que le causa a la empresa la deslealtad interna, de la profusión de demandas
laborales millonarias, de los reclamos y descuentos de clientes abusivos, de las cuentas
incobrables… Y sobre todo, ¿qué saben ellos de su cansancio, de su infinito cansancio?
Sus ojos se detienen por unos instantes en la oficina que ocupó
durante tres años el gerente financiero. ¿Cómo pudo equivocarse
así? No solo llegó a depositar en ese hombre su confianza sino también su
amistad. Y no obstante, en el momento más difícil la dejo sola. Nunca sin
embargo se hizo muchas ilusiones. Sabe muy bien que nadie pelea las
peleas ajenas. Está sola.
Sobre el escritorio la esperan varios
sobres. Con un suspiro empieza a revisarlos: invitaciones a desayunos de
trabajo, conferencias, capacitaciones, cuentas de cobro, facturas
indicando que están en mora, certificaciones de leasings vencidos,
demandas laborales, requerimientos de la Superintendencia... Y allí,
entre todos aquellos papeles, aquella
apremiante solicitud recomendada por la Junta Directiva para hacer llegar
cuánto antes a la Superintendencia de Sociedades. Una solicitud que ella,
tercamente, se niega a firmar.
En ese momento llega su secretaria.
– ¡Se me adelantó, doña Leito! ¿Cómo amaneció?
¿Le sirvo un cafecito?
–Sí, Zuleyma, gracias. Cuando llegue Adriana,
le dices por favor que venga a mi oficina, tengo que revisar con ella algunas
cuentas.
– Ya doña Leo, ¿algo más?
–No, Zuleyma, gracias.
–¡Ah!, doña Leo, el aire acondicionado de la
sala de Juntas se descompuso, dice Quevedo que ya no da más, que hay que
comprar uno nuevo. Me parece que vamos a tener que poner un ventilador porque
recuerde que a las 10:00 vienen los de la compañía de seguridad para hablar de
su factura y sin aire acondicionado hace ahí un calor terrible. Creo que Edison
también quería hablar con usted, la CTP volvió a descomponerse.
Parece que es algo serio.
–Sí es algo serio, será definitivo, querida.
Dile que suba.
En ese momento divisa junto a la puerta
de entrada a doña Ayda, la administradora de la cafetería, quien la
aguarda con cara de preocupación.
–¡Pase, pase, doña Ayda! Cuénteme, ¿qué
la trae por aquí?
–¡Hay doña Leito, lo mismo de siempre! Ya casi
van dos meses que el Fondo de Empleados no nos paga y ya no tenemos ni cómo
hacer mercado. Ellos dicen que ustedes tampoco les han pagado.
–Y dicen la verdad, doña Ayda, no se
imagina lo apretados que estamos.
–Sí, doña Leito, nosotros bien sabemos la
situación de la empresa y créame que lo pensé mucho antes de venir a molestarla
con la cantidad de problemas que debe tener, pero es que ya materialmente no
podemos continuar.
–Lo se, doña Ayda. No sabe cuánto me apena
tenerla en esta situación. Usted le presta en la cafetería un gran servicio a
la empresa. ¡Adriana! ¡Ven un momento!
–¿Sí, doña Leonor?
–Adriana, quiero ponerme contigo a revisar las
cuentas. Dime, ¿cómo amanecimos en los bancos?
–Pelados, doña Leo. Pero hay la esperanza de
que la revista de Buenaventura nos deposite un adelanto más tarde. Y bueno, lo que entre en efectivo por la
índigo. Nada más.
–Bueno, ya sabemos que las cosas no están
fáciles. Mira, quisiera abonarle algo al Fondo de Empleados para que ellos a su
vez le abonen algo a doña Ayda, su situación es muy difícil.
–Recuerde, doña Leo, que estamos juntando para
pagar la EPS y la energía, si no la pagamos mañana nos la cortan.
–¿Crees que me olvido, Adriana? Pero tenemos
que tratar de picar un poco para todos.
–De todos modos, doña Leo, toca esperar
a ver si hacen el abono de que le hable. Ahorita, no hay nada.
–Ya ve doña Ayda. Tengo toda la voluntad de
ayudarla, pero no es fácil. No se desanime creo que en el transcurso de
la mañana podremos colaborarle con algo.
Al quedarse sola no puede evitar
exhalar un suspiro de ansiedad. La situación es agobiante.
–Buenos, días doña Leonor, ¿puedo pasar?
Es el jefe de Preprensa, el departamento que se ocupa de fundir las
planchas antes de la impresión.
– Claro, Edison, siga no más. ¿Qué lo trae por aquí?
– Malas noticias, doña Leo. La CTP, no ha
querido funcionar. Parece que la tarjeta sacó la mano. No sé qué vamos a hacer.
Hay una fila enorme de planchas por fundir.
– Y ¿qué dice el técnico?
–Ya dio el diagnóstico, doña Leo, el
sofward ya no funciona, hay que cambiarlo.
–¿Y el costo?
–20 millones y hay que pagar también los gastos
del técnico que venga de Bogotá a instalarlo, otros cinco.
–Imposible cambiarlo en este momento, Edison.
Funda las planchas en otra parte.
–Sí, doña Leo, creo que no hay otro remedio,
pero como ya usted sabe, eso nos cuesta
el triple. Se nos va la ganancia y además, afuera hay que pagar de contado y de repeso, no nos trabajan rápido, nos mandan a la cola.
–¿Qué otra cosa podemos hacer, Edison?
Tiene mi autorización para tercerizar ese proceso. Hay que tratar de
cumplir con los trabajos sobre todo con los que han dado un
adelanto.
–¿Qué tal Jorge? Pase, pase, ¿qué me
cuenta?
Es el jefe de producción, un joven ingeniero
industrial muy comprometido con la empresa.
–¿Cómo van las cosas por la planta,
Jorge?
–Regular, doña Leito. La prensa cinco colores
está trabajando a media máquina. Las pinzas no están funcionando bien y
se daña mucho papel. Tenemos que parar cada diez minutos para ajustarla. Pero ahí
vamos. Ahora ese problema de la CTP me tiene preocupado. Todo se va a atrasar.
–Acabo de hablar con Edison, Jorge. Ya le di
autorización para fundir las planchas afuera, no importa el costo. Tenemos
que cumplir con los trabajos, ese de Buenaventura es para mañana. Si no lo
entregamos a tiempo no nos lo reciben.
–No se preocupe, doña Leito, tengo a toda
la gente comprometida. Pero vamos a
tener que trabajar horas extras.
–¡Horas extras, Jorge! Y con esta producción
tan pequeña. Eso no tiene presentación.
–Cierto, doña Leito, pero no hay otra forma de
cumplir.
–Bueno, Jorge, haga lo que tenga que hacer. No
podemos arriesgarnos a que nos devuelvan un trabajo.
–Vamos a cumplir, doña Leito. No se preocupe.
Pero venía también a decirle otra cosa.
–¿Otra cosa? Espero que sea buena,
Jorge.
–No lo creo, doña Leito. O bueno, no sé. Ocurre que
me han hecho una propuesta de trabajo y no quiero desaprovecharla.
–¡Una propuesta de trabajo!
No puede evitar que se le humedezcan los ojos. Trata de no conmoverse, pero este es un jarro de agua helada que no se esperaba. Procura que su voz suene serena:
–Y usted, claro, ha aceptado.
No puede evitar que se le humedezcan los ojos. Trata de no conmoverse, pero este es un jarro de agua helada que no se esperaba. Procura que su voz suene serena:
–Y usted, claro, ha aceptado.
–Sí, doña Leito, las cosas aquí están
inciertas y esa propuesta es una buena
oportunidad para mi. Me da pena dejarla sola, pero creo que Edison y Javier
pueden ocuparse de la producción sobre todo ahora que estamos tan bajos de
trabajo.
– Comprendo, Jorge. Nosotros, desde luego, no
podemos mejorarle ninguna propuesta. Y dígame, ¿hasta cuándo trabajaría
con nosotros?
–Hasta el viernes.
–¿Hasta el viernes? O sea, pasado mañana. Bueno, supongo que ya lo tiene decidido. Gracias por avisarme. Ocúpese entonces de los
trabajos que hay que despachar esta semana y vaya entregando su puesto a
Edison.
Al quedarse sola, sus ojos, humedecidos por la angustia, se detienen
una vez más sobre la solicitud de liquidación que está ahí, aguardando. Sacude la cabeza como alejando la tentación. No quiere pensar en eso. No
puede hacerse a la idea.
–¡Adriana! ¡ven un momento por favor!
– ¿Sí, doña Leonor?
–Toda la mañana he querido hablar contigo sin
conseguirlo. Quería revisar los pagos más urgentes y lo que tenemos en Cartera
para ver qué podemos hacer, pero ya ves,
entra el uno y el otro y claro, ninguno te dice nada reconfortante. ¿Sabes
que Jorge se nos va?
– Sí, doña Leo, algo me dijeron por
ahí. La considero. No hay en verdad nada estimulante a la vista. A propósito, la recepcionista me entregó unas
cartas de la Super para usted.
–La Superintendencia nunca nos trae buenas noticias, Adriana, todo no
son sino requerimientos, quejas, aclaraciones, multas… Pero bueno, ya las veré
luego. Dime, ¿qué ha pasado con esa cuenta de Coomeva que no nos acaban
de pagar?
–¡Ay, doña Leo! Todos los días ofrecen que ya
va a salir el cheque, pero nada. Creo que va a tener que volver a llamar a la gerente.
–Tal parece que les estuviésemos pidiendo limosna.
Ya hace cinco meses les hicimos ese trabajo y no nos pagan. ¡Cuarenta millones!
Imagínate lo bien que nos vendrían en este momento.
–Ya lo creo, Doña Leito. Vea, iba
también a pedirle permiso para llegar mañana un poco más tarde.
–¿Sí? ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
–No, doña Leito, tengo una cita de trabajo a
las 9:00.
–¡¿Tú también, Adriana?!Acabaré quedándome
sola.
–No es nada seguro, todavía doña Leito, no se
preocupe. Pero ya ve usted como están
las cosas. Tengo que pensar en lo que voy a hacer si pasa algo. Recuerde que soy cabeza
de familia.
–Te comprendo, muy bien, Adriana. Es solo que
tú eres mi mano derecha. No creas, yo también quisiera poder escapar.
–¡Hay doña Leito, no diga eso! Tenga fe, ya
verá como al final todo se arregla.
–Fe nunca me ha faltado, querida Adriana. Lo
que nos hace falta es otra cosa.
Al quedarse de nuevo sola abre mecánicamente
uno de los sobres. La Superintendencia le comunica que la ha multado por
haber restringido el derecho de inspección su sobrino antes de la Asamblea:
¡cinco millones! Y los debe pagar ella, no la empresa. ¿De dónde? Bueno, ya
pensará en eso más tarde.
Prevenida, abre el otro sobre. Una denuncia de
algunos de los trabajadores ante el Ministerio de Trabajo por el
atraso en pagar la EPS. Exigen el pago inmediato y también el de las cesantías atrasadas con sus
respectivos intereses. La firman un número considerable de empleados. Curiosa,
recorre las firmas. Allí está Fátima, la empleada de terminados a quien solo hace un mes ayudó personalmente
con doscientos mil pesos; Teresita, la empleada de más edad a quien se ha
resistido a despedir pensando en su difícil situación económica; Wilder,
el chofer, que a veces la recoge en su casa y a quien siempre le reconoce
generosamente sus servicios; Lucien, ¡el chico que empezó a trabajar en
la empresa hace tres años; un chico inmaduro que ella prácticamente adoptó y
formó! No puede creerlo. Su empecinamiento en continuar con la empresa en medio de tantas
dificultades ha sido precisamente por conservar
la fuente de sustento de todos esos empleados. Un profundo sentimiento de
defraudación inunda su alma.
De pronto, en medio de su congoja, el
sueño de la noche anterior viene de nuevo a su mente. Y entonces comprende: su
padre, de pie junto a la ominosa puerta, no la está invitando a
entrar, la está invitando a salir. A poner punto final a ese infierno en el que se han convertido sus
días.
No duda más. Se enjuga las lágrimas que inundan sus ojos y, con decisión, toma la carta que
contiene la solicitud de liquidación judicial de la empresa y la firma. Esa
misma mañana la hará llegar a la Superintendencia de Sociedades.
Santiago
de Cali, Julio de 2015