Noche de boda
Leonor Fernández Riva
"Creo que llegó el momento de pedirles permiso para morir un poco, dijo Marieta con una sonrisa enseñando el cigarrillo en su mano, ya saben cómo es este vicio. Con permiso, ¿eh? No tardo".
Se levantó de la mesa procurando no incomodar a su futuro consuegro sentado a su lado y se dirigió a la terraza contigua al comedor. Una vez allí empezó a fumar con fruición. Nunca había podido ni querido dejar un hábito que le producía tan intenso placer. Fumar había sido siempre para ella una compañía, una compañía que la había compensado de muchas frustraciones y que en ese momento necesitaba.
Desde lejos observó con ternura a Flora, su hija. Se la veía feliz, ilusionada, al lado de Gian Carlo su futuro esposo. Al día siguiente sería su boda; todo estaba ya dispuesto. La ceremonia religiosa, los pajecitos, las damas de honor, las flores, el vestido, el cura, los invitados, la música, la celebración... Sí. Sería una hermosa boda sin duda. Pero, ¿y luego? A Flora no podía pasarle lo que le pasó a ella. Su vida no sería una farsa como la suya. Gian Carlo era un chico tan apuesto, tan agradable, pero, ¿sabría hacerla feliz? No, ella no podía permitir que su hija repitiera su misma historia. Ella tendría un matrimonio de verdad, una vida sexual plena.
Los recuerdos volvieron a su mente. Volvió a sentir la frustración indecible de su noche de bodas... y de las siguientes. Nunca pudo llegar al clímax con el hombre que había escogido como esposo. Debió resignarse a verlo deleitarse con su cuerpo sin poder acompañarlo en su desvarío. Al principio pensó que era su culpa hasta que se dio cuenta de que podía proporcionarse placer sola, que era él quien nunca quiso recorrer los sutiles senderos que la transportaban al delirio y al clímax. Hubiera sido tan fácil hablarle, contarle su frustración, pero pudo más toda una vida de reserva alrededor del sexo. Sintió vergüenza, guardó silencio y aprendió a simular.
Su matrimonio se convirtió entonces en un teatro para dar gusto a su familia, a sus amistades. Muchas veces reflexionó que nada tenía que envidiar a esas pobres que vendían su cuerpo al mejor postor. Al fin y al cabo, ella también se había convertido en una especie de prostituta experta en el arte de la simulación pero a diferencia de ellas con un contrato seguro, exclusivo y notarial.
Desde lejos observó con ternura a Flora, su hija. Se la veía feliz, ilusionada, al lado de Gian Carlo su futuro esposo. Al día siguiente sería su boda; todo estaba ya dispuesto. La ceremonia religiosa, los pajecitos, las damas de honor, las flores, el vestido, el cura, los invitados, la música, la celebración... Sí. Sería una hermosa boda sin duda. Pero, ¿y luego? A Flora no podía pasarle lo que le pasó a ella. Su vida no sería una farsa como la suya. Gian Carlo era un chico tan apuesto, tan agradable, pero, ¿sabría hacerla feliz? No, ella no podía permitir que su hija repitiera su misma historia. Ella tendría un matrimonio de verdad, una vida sexual plena.
Los recuerdos volvieron a su mente. Volvió a sentir la frustración indecible de su noche de bodas... y de las siguientes. Nunca pudo llegar al clímax con el hombre que había escogido como esposo. Debió resignarse a verlo deleitarse con su cuerpo sin poder acompañarlo en su desvarío. Al principio pensó que era su culpa hasta que se dio cuenta de que podía proporcionarse placer sola, que era él quien nunca quiso recorrer los sutiles senderos que la transportaban al delirio y al clímax. Hubiera sido tan fácil hablarle, contarle su frustración, pero pudo más toda una vida de reserva alrededor del sexo. Sintió vergüenza, guardó silencio y aprendió a simular.
Su matrimonio se convirtió entonces en un teatro para dar gusto a su familia, a sus amistades. Muchas veces reflexionó que nada tenía que envidiar a esas pobres que vendían su cuerpo al mejor postor. Al fin y al cabo, ella también se había convertido en una especie de prostituta experta en el arte de la simulación pero a diferencia de ellas con un contrato seguro, exclusivo y notarial.
No. No era esa la vida que Marieta anhelaba para su hija. Tomó la carta. Se la haría llegar a su futuro yerno esa misma noche. Él no tenía por qué saber quién se la enviaba. Pero si lo descubría tampoco le importaba; haría cualquier cosa para que Flora fuera feliz. La releyó una vez más:
Amor: hoy es el día más trascendental de nuestra vida. Hoy empezamos a amarnos para siempre. Esfuérzate, amor mío por ser el rey de los amantes, el más sabio de todos, el más fuerte, el único, el irreemplazable. No dejes que mi mente genere fantasías distintas a las tuyas, Tú y solo tú debes saber cómo se abre mi puerta, Cómo despiertas mi deseo. Cómo destilo anhelos, cómo vibro y palpito. Cómo alcanzo la gloria. Se tierno conmigo, amor. Háblame dulcemente. Hazme creer y créelo que yo soy la mujer más linda, la más seductora, la única importante para ti. Demuéstrame tu pasión, pero hazlo despacio, sabiamente, con amor. Soy diferente a ti. Soy mujer y el sexo es para mí algo más complicado, pero no por eso menos importante. Pero si descubres la forma de quererme, de hacerme sentir y de vibrar, tendrás a tu lado un ser continuamente ansioso por amarte. Acaríciame toda, bésame, bésame con sapiencia, con pasión, que se sacie la sed que me devora en el néctar fragante de tu boca. No tengas prisa, amor, es nuestra noche y yo soy toda tuya. Recorre con tus manos mis montes y collados. Acaríciame toda. Recórreme despacio. Empieza por mis muslos. Y suave, suavemente como si acariciaras mi piel con una pluma ve subiendo, subiendo. Lenta, muy lentamente, amor, no tengas prisa. Ve llegando tenue, muy tenue hasta mi puerta. Mas, no entres todavía. Temblorosa, jadeante, humedecida, mi flor te está esperando. Al roce sabio y dulce de tus manos se abrirá para ti y brotara impetuoso desde la misma fuente de mi vida un arroyo de amor. No descanses, amor, vuélveme loca. Enciéndeme, enloquéceme. Despierta mi lujuria, mi lascivia. Ávida, de tu esencia querré saciar mi sed y mi arrebato en el cauce ardoroso de tu fuente de amor. Domíname, hazme tuya, sé mi fauno, mi sátiro, condúceme por sendas prohibidas, misteriosas, ocultas donde gocemos juntos el amor, el deleite y el dolor. Unámonos en un éxtasis dulce, perverso, interminable. Hazme feliz amado. Alcancemos unidos la cima del placer. Pero hagámoslo juntos y entonces, solo entonces seré para siempre solo tuya. Tierna, salvaje, apasionadamente tuya. Es la primera noche del resto de nuestra vida. Nada más debe importarnos.
Al día siguiente, durante el desayuno, Marieta procuró disimular su inquietud. Tenía una gran expectativa por saber cómo había recibido su yerno el mensaje, pero eso no lo podría saber sino ya tal vez en la noche durante la ceremonia de matrimonio.
Flora, siempre había sido dormilona pero esa mañana se levantó temprano; era el día de su boda y había mucho que hacer. Debía probarse una vez más su vestido, ir a la peluquera, arreglarse las uñas, alistar su equipaje para la luna de miel.
-¿Cómo dormiste, hijita? -le preguntó Marieta amorosa.
-No muy bien, mami -contestó con gesto de mal humor, y añadió- Te caerías de la sorpresa si te enteraras de lo que hace la gente metida.
-¿Cómo así? Cuéntame.
-Nada importante, mami - un estúpido que cree que va a venir a enseñarnos a Gian Carlo y a mi cómo hacer el amor. Anoche le llegó una carta anónima diciéndole no sé cuantas ridiculeces. Me llamó anoche mismo para contarme. En un principio hasta imaginó que era yo quien se la enviaba. ¡Imagínate! La gente no tiene vergüenza, mira que venirse a meter en nuestra vida.
-¿Era una carta grosera, insultante? - se atrevió a preguntar Marieta
-No, creo que no, yo no la he visto, claro. Gian Carlo la rompió con fastidio luego de leerla, pero igual me molestó enterarme de que hay gente atrevida que se mete en tu vida. Mira que venirnos disque a dar consejos. Si de algo podemos dar lecciones Gian Carlo y yo es de amor.
-Espero que así sea, hijita. Bueno, afloja ya ese ceño, no estés molesta. ¡Mira qué rica tortilla acabó de prepararte! Este es tú último desayuno de soltera. Hoy, nada debe enturbiar tu felicidad.
Al día siguiente, durante el desayuno, Marieta procuró disimular su inquietud. Tenía una gran expectativa por saber cómo había recibido su yerno el mensaje, pero eso no lo podría saber sino ya tal vez en la noche durante la ceremonia de matrimonio.
Flora, siempre había sido dormilona pero esa mañana se levantó temprano; era el día de su boda y había mucho que hacer. Debía probarse una vez más su vestido, ir a la peluquera, arreglarse las uñas, alistar su equipaje para la luna de miel.
-¿Cómo dormiste, hijita? -le preguntó Marieta amorosa.
-No muy bien, mami -contestó con gesto de mal humor, y añadió- Te caerías de la sorpresa si te enteraras de lo que hace la gente metida.
-¿Cómo así? Cuéntame.
-Nada importante, mami - un estúpido que cree que va a venir a enseñarnos a Gian Carlo y a mi cómo hacer el amor. Anoche le llegó una carta anónima diciéndole no sé cuantas ridiculeces. Me llamó anoche mismo para contarme. En un principio hasta imaginó que era yo quien se la enviaba. ¡Imagínate! La gente no tiene vergüenza, mira que venirse a meter en nuestra vida.
-¿Era una carta grosera, insultante? - se atrevió a preguntar Marieta
-No, creo que no, yo no la he visto, claro. Gian Carlo la rompió con fastidio luego de leerla, pero igual me molestó enterarme de que hay gente atrevida que se mete en tu vida. Mira que venirnos disque a dar consejos. Si de algo podemos dar lecciones Gian Carlo y yo es de amor.
-Espero que así sea, hijita. Bueno, afloja ya ese ceño, no estés molesta. ¡Mira qué rica tortilla acabó de prepararte! Este es tú último desayuno de soltera. Hoy, nada debe enturbiar tu felicidad.