La hora nona
 Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad formadora del carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.  Carl Sagan
Aunque el
 tiempo  es un referente que en el Olimpo  carece de
 significado,  hace  ya buen rato  una atmósfera de
preocupación   ronda   los   ámbitos celestiales. Y no es para
menos.  La existencia de los conflictivos e impredecibles  habitantes
de aquel   pequeño  planeta azul, casi invisible  en el espacio,
 parece estarse aproximando a su fin.   Las expectativas
respecto a su futuro y a su  supervivencia no son para nada
 halagüeñas.  Su ambición, unida  a su ingenio y a su  
innegable talento   han  logrado trastocar las aparentemente
invencibles leyes  que rigen a  la naturaleza, ensuciar el espacio
que  rodea  su planeta y conducirlos  de manera precoz a su
extinción. 
 Zeus
y una  variopinta  lista de dioses menores,  que  en
 su inveterado imaginario han introducido los humanos  a sus creencias a
lo largo del tiempo,  se encuentran reunidos en asamblea extraordinaria
 a fin de analizar la delicada situación. 
La evolución, por medio de la cual el ser humano llegaría a alcanzar las más elevadas fases del pensamiento y del espíritu, está a punto de truncarse. El asunto reviste pues, suma importancia.
La evolución, por medio de la cual el ser humano llegaría a alcanzar las más elevadas fases del pensamiento y del espíritu, está a punto de truncarse. El asunto reviste pues, suma importancia.
Para la
mayor parte de los habitantes celestiales resulta  inexplicable el
 gran interés que ha concitado entre las autoridades del Olimpo ese
insignificante planeta y sobre todo,  la sobrevivencia  de sus
habitantes,  seres sin mayor atractivo físico y  a todas luces
 mediocres, conflictivos y prepotentes. 
Desconocen
 que en  épocas pasadas  existió una relación emotiva y
 romántica entre los pobladores  de un lugar de ese planeta
 llamado Grecia y varias deidades menores del Olimpo; relación que  los
involucró en complicadas  reyertas y amoríos. 
Y que, en siglos posteriores, fue crucificado y cubierto de escarnio por esos mismos pobladores, el más querido y cercano representante del Ser Supremo lo que dio como resultado la perentoria prohibición de volver a tener con ellos en el futuro cualquier tipo de acercamiento.
Y que, en siglos posteriores, fue crucificado y cubierto de escarnio por esos mismos pobladores, el más querido y cercano representante del Ser Supremo lo que dio como resultado la perentoria prohibición de volver a tener con ellos en el futuro cualquier tipo de acercamiento.
Pero
no solo los dioses están preocupados por los habitantes de aquel minúsculo
planeta azul,  muchos de sus  antiguos pobladores, huéspedes ahora
del Olimpo,  han conformado foros y  corrillos  en los que
intercambian criterios  y opiniones acerca de la sobrevivencia o no
 de su planeta de  origen.
–¿Qué
piensas acerca de todo esto,  admirado filósofo?  –pregunta en
determinado momento  Copérnico a Sócrates quien recostado en una nube
observa el espacio con mirada lejana.
–¿Qué
pienso? –pregunta a su vez  el filósofo a modo de contestación y  sin
abandonar su  postura añade- Lo mismo que siempre he pensado: que la vida
de todos los astros  y sus pobladores, está regida por realidades y leyes
universales e inmutables. A la vista está, Nicolás,  que los habitantes de
la Tierra no las han comprendido ni respetado.  Pero quiero aclararte que
no me siento sin embargo capacitado para dar soluciones en este caso.
 Hoy,  como antes,  solo sé que nada sé.
–Esa no deja
de ser una posición cómoda, mi querido filósofo –replica Copérnico un tanto
molesto,  y añade- pienso por el contrario, que sabemos mucho acerca
de esta situación.  Las matemáticas son el alfabeto con el que se ha
escrito el universo y por medio de ellas  podemos  obtener resultados
completamente cuantificables. Los cálculos pueden decirnos ahora que tan
viable es la vida en la Tierra.   Sin embargo, no quiero tampoco pecar de
presuntuoso  pues no  olvido que yo mismo incurrí  en graves
 errores cuando afirmé que nuestro sol  era el centro del
universo. 
–¡Bien
dicho! –interviene Newton quien ha estado escuchándolos pensativo mientras
observa  las fuertes emanaciones de luz que emite un quásar cercano– Lo
que sabemos amigos,  es apenas  una gota de agua, pero  lo que
ignoramos es el océano. No debes culparte por tus errores, amigo Copérnico. En
el momento en que hiciste aquellas afirmaciones, el universo  apenas si  empezaba
a vislumbrarse.  Muchos hombres inteligentes  creyeron en
ellas.  Tienes el mérito de haber empezado  a recorrer  un
camino que todavía no termina.  
-–Un error no se convierte en verdad por el hecho
de que todo el mundo crea en él–anotó  Gandhi  quien se hallaba dedicado a meditar, sentado en
posición de loto sobre  un promontorio de neutrinos .
–Completamente de acuerdo contigo, Mahatma,  –afirmó
con énfasis Pasteur, palmeándole afectuosamente la espalda–  Pero si
 bien el hombre ha cometido muchos errores y puesto en peligro no solo su
existencia sino la de  su planeta, estoy también absolutamente
convencido de que la ciencia y la paz triunfarán un día sobre la ignorancia y
la guerra; que los pueblos de la tierra se unirán a la larga no para destruir
sino para edificar ,
–Discrepo contigo, gran sabio
blanco, la ambición obnubila la mente de los seres humanos.  –apuntó
 Takanka Yotanka  (Toro Sentado). El hombre continúa creyendo
que la tierra le pertenece  cuando es él quien pertenece a la tierra.
Cercano parece estar ahora el día en que agotada la última gota de agua y
muerto el último animal sobre la tierra, el hombre caerá en cuenta de que no
puede comerse el dinero.  
–Cuánta
razón tienes,  hombre de las praderas –intervino Borges emocionado,
apartando por unos momentos su mirada  de las pléyades para mirar al jefe
sioux   –Tus palabras son siempre sabias.  Pero pienso que no
debemos ser tan pesimistas. A   mi parecer, el problema del hombre es su
 falta de visión. Si pudiera ver realmente el universo que lo rodea,
 tal vez lo entendería. 
-–Todos,
de una u otra manera, hemos estado siempre  equivocados  –afirmó
Víctor Hugo que hasta entonces había guardado un pensativo silencio – Durante
mucho tiempo procuramos civilizar al hombre en su relación con el hombre,
olvidando que había que civilizarlo también en su relación con la naturaleza y
los otros seres vivientes.
–Eso,
como bien sabes,  no es algo sencillo, amigo Hugo, el  ser humano es
poseedor de un egoísmo sin límites. De manera incesante a lo largo de su vida
 busca egoístamente  su felicidad, desconociendo  que el sufrimiento
 es  la ley de la tierra  –intervino
categórico  Dostoievski  quien se  había acercado al grupo
interesado  en  escuchar las diferentes opiniones. 
–Difícil tema planteas,
apreciado Fedor, el sufrimiento es algo muy difícil de  aceptar para los
seres humanos  –apuntó Freud. 
–Eso ocurre porque el
hombre ha perdido la conciencia de su origen  y ha olvidado que Dios es la
presencia invisible que rige el universo, de allí surgen la mayor parte de sus
problemas –anotó de nuevo Víctor Hugo. 
–Tienes razón admirado
Víctor. Pero no puedes culpar al hombre de su escepticismo. El pensamiento es
una de las pocas libertades de que aún  goza el ser humano.  
Así  como a nadie se le puede forzar a que crea, a nadie se le puede
forzar a que no crea – replicó Freud.
–¡Qué
gran verdad!, amigo Freud -–asintió con entusiasmo  Hipatia  quien
 escuchaba en silencio un tanto apartada del grupo mientras manipulaba con
curiosidad un primitivo astrolabio– Debemos defender nuestro derecho a pensar
porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar. 
–¡Amigos, amigos!  Nos
hemos enfrascado en analizar el comportamiento del ser humano, pero lo cierto
es que por los motivos expuestos  o por cualquier  otra
circunstancia,   su supervivencia y la misma existencia del planeta en el
que vive  están en  inminente peligro  —advirtió Copérnico que
había escuchado a  todos con atención– Confieso, no obstante,  que no
 puedo precisar hasta qué punto la ciencia haya sido cómplice de las
transgresiones del hombre contra la naturaleza y contra el entorno del cual
depende su existencia.
–Es muy grave lo que
dices, amigo Copérnico,  porque entonces  nadie  podrá
 impedir el desastre. Como bien sabes, es imposible detener el avance de
la ciencia –sentenció Tesla con tono vibrante y concluyó–  No hay
emoción más intensa para un científico o un  inventor que ver una de sus
creaciones funcionando. Intentar detener el avance de la ciencia es como
intentar detener un camión que corre sin frenos hacia un precipicio.
–Eso
que dices es muy cierto,  Nikola  –afirmó Hipócrates quien había
permanecido un tanto alejado del grupo -Pero ni  la sociedad, ni el
hombre, ni ninguna otra cosa deben sobrepasar  los límites establecidos
por la naturaleza.
 –¡Qué
pensamiento tan  ingenuo! –exclamó  Nietzshe con ironía– El
hombre nació para transgredir a la naturaleza. Eso está implícito en su misma
esencia. Todo lo que se hace en su beneficio o en su desarrollo agrede a
la naturaleza y al medio ambiente. Tú, por ejemplo, Pasteur, has causado con
tus vacunas, un grave daño a la humanidad. Has impedido el libre curso de la
sabia naturaleza que sabe poner freno a la desbocada reproducción  humana.
 Has transgredido  el equilibrio biológico. 
–¡Qué
locura! –replicó Pasteur, pero inmediatamente,  como cayendo en la cuenta
de su falta de tino añadió–  Lo digo sin
mala intensión amigo Frederich, pero es que tengo el firme convencimiento de
que  he  hecho un gran bien a la humanidad al
evitar  muchas muertes y mucho sufrimiento enfatizó entre sorprendido
e indignado, uniéndose de nuevo a la conversación.
–Dirás, mejor que
retrasaste muchas muertes,  amigo Pasteur –apuntó
de nuevo  Niestzshe con un tanto de sarcasmo.
–Amigos, no les falta
razón a uno y a otro –intervino Marie Curie conciliadora y luego, dirigiéndose
a Pasteur añadió–  Querido Louis, Frederich tiene  en parte razón,
  Déjame decirte que aunque recibí muchos premios y reconocimientos,
 nunca me sentí por entero orgullosa de mis logros. Presa en  la
 invencible adicción a la ciencia, minimicé las consecuencias y peligros
de mis descubrimientos. Reconozco que siempre sentí más curiosidad por las
ideas que por la gente.
–Amiga Marie, a ti como
a muchos de nosotros, te impulsó la idea de contribuir al bienestar de la
humanidad –dice Marx dirigiéndose a ella–  Ese es tú mérito. Lamentablemente, la manera
cómo se presentan las cosas no siempre es la manera como son;  si las
cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría. 
Admirado Carl, nadie
puede objetar tu preocupación por el bienestar de los seres humanos  –le dijo Aristóteles quien se ha acercado al
grupo interesado en escuchar sus  pronunciamientos–  Pero en este momento son otras nuestras
preocupaciones. El hombre ha permanecido hasta ahora en la cima de la pirámide
depredadora. Él es el  mayor asesino
sobre la Tierra. Estoy de acuerdo con Mahatma,  el depredador mata para
sobrevivir, el hombre  en cambio es auto destructor.  Se ha
convertido en voraz destructor de la fuente natural de su propia vida. Olvida que
 las cosas en la naturaleza no están hechas por azar, que cada especie
ocupa su lugar en la rueda de la vida, que cada una tiene un rol.
Víctor  Hugo que
había estado retraído escuchando pensativo los diferentes planeamientos,
interviene  con voz grave:
–Produce una inmensa
tristeza observar  que la naturaleza habla sin que el  género humano escuche.  El hombre es en verdad autodestructivo.
Ataca a la especie misma.
Darwin, interviene en ese momento para emitir su criterio:
–Amigos,
como bien sabemos, nada iguala al hombre sobre la Tierra, es por ello que nadie
puede detener su propia destrucción. Los dinosaurios. criaturas  más
fuertes y grandes, tuvieron su supremacía en ese planeta, pero el tiempo se los
llevó; tal parece que el hombre, más pequeño y débil, nada tiene que hacer en
una tierra devastada por su constante depredación. No obstante, al pensar en la
sobrevivencia de la especie humana debemos tener en cuenta que no es la más
fuerte de las especies la que sobrevive ni tampoco la más inteligente. Sobrevive
la más adaptable al cambio. Creo que el ser humano posee  esa
característica. 
En ese momento, con el consiguiente
sobresalto de todos los moradores del Olimpo, se produce en aquel diminuto y
lejano punto azul la explosión de un artefacto nuclear. De inmediato se genera  una energía luminosa que puede ser vista a
muchos miles de kilómetros de distancia a la vez que una nube de hongo de más
de setenta kilómetros de altura se eleva en el espacio. Varios
terremotos de más de 8 grados en la escala de Richter se suceden a continuación
en diferentes lugares del mundo.
Cabizbajo, el corrillo se disuelve en silencio.
Leonor Fernández Riva
Santiago de Cali, septiembre de 2014
OTROS CUENTOS DE LA AUTORA:
- La maldición de Monterroso- De la serie: de Jardines ajenos
 - La mudanza de Greta- De la serie: de jardines ajenos
 - LA HORA NONA
 

