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lunes, 20 de abril de 2015

Un relato callejero

Un relato callejero

Leonor María Fernández Riva

–¡A ver, a ver! ¡A moverse!  ¡ A apestar a otra parte! ¡Fuera de aquí! ¡Bueno para nada, vagooo!

El vagabundo, abre sobresaltado sus ojos al sentir  entre sus costillas el doloroso impacto de la  bota del guarda que  a empellones le apremia a levantarse.

–¡Ya va, ya va, guarda! –protesta levantándose de mala gana tratando de poner  prudencial distancia entre su cuerpo y las botas del vigilante.  –¡No estoy haciendo  naaada, solo durmiendo!

–Claro, claro,  ¿crees que no conozco a los de tu calaña? ¡Dormir! ¡Y robar! Eso es lo único que saben hacer después de meterse su perico. ¡A ver, rápido, pues! Moviéndose que no tenemos todo el día. Y llevándote toda esa mierda, ¡pero rapidito!

Flaco al extremo,  con el rostro cetrino cubierto por una hirsuta barba que como su cabeza ya refleja algunas canas, ojos pequeños y  alertas, manos toscas y callosas, gorra desteñida, pantalón y camisa raídos y cubiertos de mugre, zapatos en mal estado y sin cordones, la apariencia de Emilio, el vagabundo, inspira rechazo y repugnancia. La pasada noche escogió el amplio portal de aquel  edificio bancario para resguardarse del frío y de la lluvia. Un lugar  ideal para dormir, pero esa noche tendrá que buscar otro.

Recoge aprisa, los periódicos sobre los que ha dormido y los mete en la bolsa en la que transporta su miseria. Luego, sin decir nada, se aleja por la calle desierta con pasos  zigzagueantes y rostro inescrutable.

A pesar de lo temprano de la mañana el sol se perfila ya luminoso en lontananza, pero Emilio sabe de sobra  lo que le deparará ese nuevo día:  insultos, hambre, desprecio. Una mueca sardónica se dibuja en su rostro. Lo que no saben los que se tropiezan con él por la calle sin molestarse en disimular sus  gestos  y miradas de asco, es que su vida no siempre fue así; que un día, cuyo rastro se pierde entre las brumas de su memoria, él también  durmió en sábanas limpias y comió comida caliente; que tuvo un nombre respetable, mujer bonita y un hogar confortable.  Y que un buen día, cuando comprobó la falsedad y  la traición  de que había sido objeto prefirió tirar todo por la borda y romper  para siempre con las simulaciones, engaños, prejuicios, etiquetas y ataduras de su vida burguesa. De manera voluntaria y consciente, escogió vivir su vida  a la buena de Dios, libre cual hoja al viento. "Los pobres, los esclavos son ustedes", piensa para sí con desprecio, "esclavos de los horarios, de la moda, de la limpieza,  del trabajo, del qué dirán, no yo que no siento apego ni temor por nada porque nada tengo y nada tengo que perder”.  

En ocasiones, no obstante, la mente le juega todavía a Emilio, el vagabundo,  malas pasadas. Esa madrugada, por ejemplo, antes de que el guarda lo cogiera a patadas se encontraba soñando que estaba en una de esas casas lujosas que a veces en sus recorridos  divisa desde  lejos. Todo allí era limpio y confortable; sobre la mesa del comedor los más tentadores platillos se ofrecían a la vista y al paladar, y  al fondo, curiosamente,  se podía percibir la figura esbelta de una mujer muy parecida a aquella que una vez lo sumió en la desesperanza. Un deseo todavía no extinguido, un impulso atávico, lo mueve en medio de su sueño  a aproximarse y hacer suyas   aquellas realidades del pasado.  Pero cuando ya se apresta a hacerlo, siente en sus costillas la pesada bota del guarda. 

Al despertar sobresaltado y dolorido, mira sin embargo  a su verdugo casi con agradecimiento. En medio de sus sueños ha estado a punto de claudicar. “Quizá”, piensa para sí “mi soledad en este momento es menos llevadera”. 

Con pasos lentos se dirige hasta el parque  más cercano que a esa  hora de la mañana se encuentra desierto y escoge a su gusto una de las bancas. Extrae de la bolsa su botella de pegante y aspira con fruición.  No necesita sino eso para tenerlo todo, para no pensar. Sí,  no necesita más. 

En el zaguán en sombras, sobre sus patas delanteras, las  orejas caídas y el hocico en reposo, duerme el perro callejero. Bajo su piel cosida a dentelladas, resalta el cordaje patético de las costillas. Ruedan desde los lagrimales, dos hilillos acuosos y por las comisuras del hocico, la baba se desliza. Gruñe entre sueño y sueño  espantando a las moscas que vuelan y revolotean sobre las llagas mal cerradas.  Junto a él yace el hueso, concienzudamente roído que le sirvió esa mañana  de merienda.

 Bajo la acumulada suciedad, el abyecto abandono,  la ostensible derrota, se descubren no obstante, los rasgos inequívocos de un perro de buena casta. Allí están  las orejas agudas y la pelambre fina, para testimoniarlo.  Pero, la sucesiva intemperie, la caza cotidiana del hueso  revestido de filamentos de carne, los estacazos de las criadas de la vecindad, han hecho, de él un perro desencantado y escéptico. Perrerías de juventud lo movieron a abandonar la noble casa en la que fungía de fiel guardián. Ha olvidado  ya el nombre con el que alguna vez se oyó llamar. El  rudo contacto con la vida de perros, lo ha tornado descreído, propagador de pulgas malignas y de teorías disolventes. 

 Los perrillos falderos de la vecindad, encintados y decorados de cascabeles, lo atisban medrosamente desde los balcones antes de salir de paseo con orgulloso contoneo, ceñidos por el largo pretal de cuero rojo. Como han pignorado su albedrío y su perruna independencia, eluden el encuentro con el perro filósofo y solitario, patético ejemplo de lo que se puede convertir un perro por las malas compañías, un perro callejero que por aferrarse a sus convicciones libertarias ha tirado su porvenir por la ventana. 

Varias veces el propietario de la mansión cercana lo tienta  a participar de la bazofia y el desperdicio de sus cocina a trueque de pignorar su libre albedrío, pero en cada intento de acercamiento,  el perro callejero   le enseña  los dientes con una mueca muy parecida a una sonrisa irónica. No le tienta la vida refinada y segura, él prefiere seguir en su fiera tarea de remover basuras para encontrar el hueso diario y continuar amedrentando  a los canes domésticos encaramados con aire de familia en la ventana trasera  de los coches de lujo. 

Esa  madrugada  una pesadilla febril y alucinatoria le apisona el gaznate: en ella pierde su condición de perro golfo y se torna misteriosamente, en opulento can de largos pelos sedosos , con hermoso collar de cascabeles. Todas las esperanzas fallidas, las hambres aplazadas y los deseos incumplidos se aglomeran en la pesadilla. Para saciarlos  no tiene sino que alargar su pescuezo de perro golfo. Pero el collar de cascabeles le impide todo movimiento. El ruido del cascabel controla su voluntad y la anula hasta límites extremos.  En torno suyo danzan las chuletas vestidas de odaliscas y revolotean los jamones, como si fuesen duendes sonrosados.  Una hilera de panecillos dorados señala la vereda que lo conducirá hasta una casa de perro guardián, construida con los últimos adelantos arquitectónicos. Pero en el momento en que se apresta a librarse del opresivo collar para alcanzar la atractiva  promesa, siente un profundo dolor en su costado y todo ese mundo que construyó en su pesadilla se derrumba. Entreabre los ojillos lacrimosos y  diluida en arabescos la jaula de oro de sus sueños desaparece para dar paso a la realidad; se encuentra tendido sobre los adoquines del zaguán mientras la escoba de una criada golpea con saña sus costillas. Adolorido y temeroso, se levanta de un brinco  y  ansiosamente gana  la calle.  Un auto frena en seco para evitar  atropellarlo. Estuvo cerca. Se aleja tembloroso. A sus espaldas escucha  la interjección furiosa del conductor. 

Llega hasta el parque vecino y se echa al lado de una banca a esperar una hora propicia que le permita escudriñar sin peligro las basuras. La noche anterior no encontró nada de comer y para colmo, casi  termina ahora despanzurrado en mitad de la calle.  Una honda crisis de ideas lo embarga,  ideas perrunas, pero ideas, al fin. 

De pronto, mientras lame con su lengua las magulladuras de  sus patas, un mendrugo de pan cae entre ellas.  Levanta la vista y observa al hombre que se lo ha tirado. Se identifica con él de inmediato. Es otro habitante de la calle,  flaco, sucio, vestido de harapos, rostro impasible y mirada  entre perdida y demente. 

Saborea con gusto el mendrugo. La noche anterior la calle estuvo más dura e inhóspita que de costumbre.

Cuando una  hora más tarde el vagabundo se levanta para iniciar su recorrido habitual en busca de sobras y limosnas, el perro callejero lo sigue unos pasos atrás con sabia prudencia.   Emilio, el vagabundo,  voltea de vez en cuando su cabeza y al comprobar que aquel perro callejero continúa escoltándolo esboza  una  imperceptible sonrisa. 

Unas cuadras más adelante,  se quita su gorra y se la tira  al can con gesto juguetón. El perro  la alcanza con un ágil salto y moviendo su cola alegremente se la presenta de nuevo entre sus dientes.

Sus caminos se han encontrado. El perro callejero tendrá desde este día un nuevo  nombre, y Emilio, el vagabundo, un compañero. 

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jueves, 2 de abril de 2015

Ortopterita, la cucarachita que quería ser mariposa

    

 Amigos:

Este es un cuento infantil que publico para Kendall, una amiguita a la que quiero mucho. Pero pueden compartirlo con los niños que tengan en casa o leerlo si tienen alma de niños.  Hace parte de una colección, ojalá les guste.



Ortopterita

La cucarachita que quería ser mariposa

Leonor Fernández Riva


Colección:  Los cuentos de la abuela Leo


1


Ortopterita, la cucarachita de la alacena, asomó con cuidado sus antenitas por la rendija de la puerta. Ya había amanecido y su madre le había recomendado mucho que no saliera al exterior cuando  fuera de día y hubiera mucha claridad, o de noche, cuando las luces de la casa estuvieran encendidas: “Recuerda, solía decirle, la oscuridad es nuestra mejor amiga. Debes evitar salir al exterior cuando puedan verte”.

Ortopterita sabía que si su mamá le aconsejaba esto era por su bien. Otras cucarachitas que no habían hecho caso de esos consejos, jamás regresaron a su hogar. Nadie lo decía, pero todos sabían que algo malo debía haberles ocurrido.

No obstante, Ortopterita sentía una gran fascinación por esa otra vida, tan diferente a la suya y por los seres que vivían en medio de la luz. Le gustaba quedarse viendo por las mañanas desde su rendija, lo que ocurría en el jardín de la casa. Observaba con curiosidad las flores, los pájaros, las abejas, pero sobre todo,  a las mariposas, esos seres alados  tan bellos que volaban con tanta gracia y que a Ortopterita le parecía, debían ser los seres más felices del mundo.

                                     2

Pero, déjenme contarles, queridos amiguitos, cómo era Ortopterita, la protagonista de esta historia.

Ortopterita, era una joven y linda cucarachita, a la que sus padres le pusieron ese extraño nombre, por pertenecer a la familia de los insectos llamados Ortópteros. Tenía un cuerpo bronceado y brillante; seis patitas con las cuales se sujetaba firmemente a las paredes, o corría a gran velocidad; unas largas antenas por medio de las cuales se comunicaba con otros miembros de su familia,  y cuatro alitas que no le servían para volar como a los pájaros o a las mariposas, pero que le permitían realizar pequeños vuelos, sobre todo, cuando se encontraba en algún peligro.

Precisamente, unos días antes, atraída por el olor de las deliciosas migajas de pastel que se encontraban sobre el mantel del comedor, y olvidando por un momento, los sabios consejos de su mamá, se subió a la mesa y empezó a lamer con gran gusto tan exquisitos manjares. De pronto, sus antenitas le advirtieron del peligro. La madre del niño aquel,  que tanto le simpatizaba, había entrado a la habitación. Al verla, la persiguió con un grito de asombro y de asco. Ortopterita, llena de pánico, voló rápidamente hasta su rendija logrando ponerse a salvo. El susto le duró todo el día.

3

Ortopterita vivía junto a su familia en el interior de una alacena de la cocina. Durante el día nadie salía al exterior por el peligro que esto representaba. Permanecían juntos compartiendo sus pequeñas experiencias y alegrías. Cada miembro de la familia tenía que cumplir con una labor.

A Ortopterita le tocaba cuidar a sus hermanitos pequeños, darles de comer y vigilar que no salieran a la luz. Estas sencillas tareas las realizaba con mucha responsabilidad. Se sentía feliz al ver la sonrisa de aprobación de sus padres y sobre todo, la de su querido abuelo.

El abuelo, a quien Ortopterita quería mucho, era ya muy anciano. Había llegado en un barco procedente de un país muy lejano,  hacía mucho, mucho tiempo. Toda la familia sentía por él un gran respeto. Precisamente fue el abuelo quien escogió la vieja alacena de la cocina de esa casa para vivir allí con su familia. “Es una suerte que hallamos encontrado este lugar para vivir –les dijo en aquella ocasión-, pues en sus rendijas podremos sentirnos seguros y los alimentos que caen al piso tendrán contentos hasta a los más comilones”.

“Sin embargo, queridos hijos –había añadido-, no debemos desperdiciar nuestros alimentos ni tratar de apoderarnos de aquello que no nos hace falta, pues solo en la medida en que nuestra presencia no moleste o estorbe a los seres humanos, podremos sobrevivir. Si nos volvemos demasiado voraces o destructivos, querrán exterminarnos”.

Ortopterita escuchaba siempre a su abuelo con gran atención y sus palabras iban quedando grabadas en su mente y en su corazón.

                                     4

A Ortopterita, le simpatizaba mucho el niño de aquella casa. Sabía que se llamaba Luis porque había oído a su madre llamarlo por ese nombre. Le gustaba quedarse observándolo a través de su rendija mientras él comía o hacía sus deberes del colegio sobre la mesa del comedor.

“¿Por  qué será –pensaba-, que este niño y yo no podemos ser amigos? ¿ Por qué tenemos que tenernos tanto temor? Si no fuera así, yo podría hacerlo reír mucho con mis cortos vuelos o dejarlo admirado con mi gran rapidez para correr. O a lo mejor, él también disfrutaría viéndome lamer las migajas de pan y de pastel que deja caer cuando come. Pero seguro que nunca podré contarle cómo es la vida en mi pequeño mundo: la de las pacientes arañas, por ejemplo, que tejen día a día con gran esmero sus preciosas telas de araña para cazar a los desprevenidos que pasan cerca de ellas: o la de los simpáticos ratoncitos que viven muy confortables en un hueco de la sala disimulado detrás de un sofá que nunca mueve la empleada de la casa; o la de las pequeñas hormiguitas de la cocina que han ido creciendo y creciendo hasta formar un gran hormiguero en el interior de la pared; o la de los incansables comejenes y polillas que con su insaciable voracidad van poco a poco destruyendo los muebles de la casa y los libros de la biblioteca sin que su mamá se percate de ello…”

“¡Qué pena! –pensó Ortopterita moviendo con tristeza sus antenitas-, pero creo que a pesar de que vivo tan cerca de este simpático niño, tal vez él y yo nunca podremos conocernos y ser amigos”.

                                   5

Un día, Ortopterita se encontraba observando con admiración, a través de su rendija, a una mariposa de vistosos colores que se había posado sobre una flor del jardín. De pronto, vio entrar  al pequeño Luis y a su madre. Al ver la bella mariposa Luis trató de atraparla pero su madre le detuvo con un rápido gesto, diciéndole casi con un grito:

–¡Cuidado, Luis! ¡No vayas a hacerle daño! ¡Es una mariposa tan linda!

Ortopterita que observaba la escena detrás de su rendija sintió algo raro en su corazón. ¿Por qué, si ella despertaba tanta repugnancia y temor en los humanos, las mariposas en cambio, eran tan admiradas por ellos?

“Entonces –se dijo con tristeza-, no todos los insectos como yo son repugnantes para los humanos, hay algunos que les parecen lindos y agradables”.

Y desde ese momento, algo comenzó a cambiar en Ortopterita. Su cuerpo que siempre le había parecido hermoso empezó a parecerle feo y sin gracia. Ortopterita ya no era feliz. Creía que solo la belleza producía felicidad y por eso, aunque sabía que era algo imposible, empezó a anhelar convertirse algún día en una linda mariposa.
6

Desde aquel infortunado día, Ortopterita empezó poco a poco a ver desagradable todo lo que la rodeaba. Siempre le había gustado sentarse junto a su abuelo para oírle contar sus emocionantes aventuras ocurridas en países lejanos, pero ahora sus relatos  no la entretenían. Ortopterita ya no quería saber nada de su vida de cucaracha; su cuerpo le parecía feo y sus alas y antenas inútiles y pesadas.

Una tarde, en que se encontraba muy pensativa y triste llegó junto a ella su abuelo, le acarició tiernamente la cabecita con sus antenas y le dijo:

–¿Qué te pasa hijita? ¿ Por qué has cambiado tanto? Hasta hace poco eras tan feliz oyendo mis historias, recorriendo conmigo en la noche los amplios corredores de esta casa y saboreando las delicias que encontrábamos a nuestro paso. Pero desde hace un tiempo nada de esto te atrae. Te noto triste y pensativa. ¿Qué te pasa, querida nieta?

–Abuelo –le contestó, Ortopterita, casi a punto de llorar–, ¡qué triste es haber nacido cucaracha! ¡Qué oscura y poco interesante es nuestra vida! ¡Cómo quisiera ser una mariposa y tener la belleza y la admiración de que ellas disfrutan!

–¿De dónde sacas eso Ortopterita? ¿Por qué piensas asi? –le preguntó conmovido su anciano abuelo.

–Porque abuelo, he visto lo lindas que son las mariposas y la gracia que tienen al volar y cómo pasan su vida de flor en flor y pueden salir a la luz del sol sin que los humanos las traten de matar sino que por el contrario las ¡admiran y las cuidan!

Ortopterita dijo todas estas cosas de un tirón y casi sin respirar. Su abuelo la miró con gran ternura. Se sentó a su lado y le dijo, con la serenidad de quien ha vivido y acumulado en su vida mucha sabiduría.

–Tranquilízate, hijita. Lo que dices es cierto, pero sólo en parte. Voy a contarte muchas cosas que no sabes acerca de esos bellos seres llamados mariposas.

Y diciendo esto, el abuelo se sentó junto a Ortopterita y empezó a narrarle cosas que ella nunca antes había escuchado.

                                         7

–Has de saber, hijita – dijo con ternura el abuelo-, que la vida de una mariposa, como la de todos los seres vivos, tiene su dosis de felicidad y de alegría, pero también de preocupación y de tristeza. Aunque tú no lo creas, la mariposa experimenta en su vida momentos muy difíciles. Al nacer es una oruga, o sea, un gusano, y en esa forma le resulta también muy repugnante a los seres humanos y por tanto su vida está en constante peligro. Luego, se convierte en crisálida y permanece en un sueño parecido a la muerte, mientras se va realizando en su cuerpo una transformación llamada metamorfosis.

–Abuelo, ¿qué es una crisálida y qué significa metamorfosis? –preguntó, Ortopterita, a quien esas palabras le resultaban desconocidas.

–Cierto que nunca te he hablado de estas cosas, hijita – dijo el abuelo, moviendo afirmativamente sus antenas-. Pues bien, cuando la oruga llega a su edad adulta, empieza a fabricar un hilo como de seda y con él se va envolviendo hasta quedar completamente cubierta en una especie de capullo parecido a un huevo. Este capullo es lo que se llama crisálida y mientras está ahí, la oruga corre muchos peligros porque se encuentra completamente indefensa ante sus enemigos. Pero la oruga no tiene más remedio que dar este paso si quiere convertirse en mariposa. La metamorfosis es eso: convertirse en otro ser completamente distinto. Y dentro de ese capullo llamado crisálida, va ocurriendo lentamente,  querida nieta, la metamorfosis. Poco a poco, la oruga va perdiendo su cuerpo de gusano para convertirse en una linda mariposa.

-¡Qué increíble lo que me cuentas, abuelo! –dijo Ortopterita, con los ojos brillantes por la emoción-  Pero, dime, ¿qué ocurre después con la mariposa?

–Pues bien, querida nieta, cuando finalmente la mariposa sale de su capullo, se ha convertido en uno de esos bellos seres alados que tú tanto admiras. Y  empieza su vida como mariposa, con sus nuevas y bellas alas y su cuerpo ligero y esbelto. Pero, créeme hijita, no todo lo que tú ves brillar y que es tan lindo es causa de felicidad. Al contrario de lo que pareces creer, los seres más bellos no son siempre los más felices.

–¡Pero abuelo! –le interrumpió Ortopterita- ¡Las mariposas sí parecen ser verdaderamente felices!

8

Así parece, ¿verdad, Ortopterita? –repuso su abuelo, moviendo afirmativamente la cabeza- Pero créeme, hijita , la vida de una mariposa, es muy frágil. Sus alas si bien hermosas, no son fuertes ni resistentes. Sus bellos colores se deben a un polvo finísimo que se maltrata al menor contacto. Muchos animales desean también convertirlas en su alimento y por eso deben posarse con mucho cuidado sobre las plantas y las flores para no ser víctimas de alguno de ellos. Y para colmo, hijita, su vida es sumamente fugaz. Muchas mariposas terminan sus vidas volando encandiladas alrededor de una lámpara, buscando la luz y el calor que equivocadamente creen, puede prolongar su existencia.

En ese momento, el abuelo se dio cuenta de que Ortopterita le escuchaba con cara de temor y añadió:

–No quiero tampoco que te equivoques, querida nieta, y pienses que la vida de las mariposas es muy infeliz o muy corta. No, hijita. Debes saber que la vida de todos los seres, aun la de los humanos, es limitada. Todos tenemos un comienzo y un final. Y como pasa con todos los seres vivientes, las mariposas tienen también un tiempo de vida.

–Sin embargo, abuelito –interrumpió Ortopterita con un poco de tristeza–, creo que las mariposas sí son mucho más felices y admiradas que nosotras, las cucarachas.

–Eso es cierto, pero solo en parte, querida nieta. Créeme, nunca debes avergonzarte de ser una cucarachita. Debes saber que vienes de una especie que tiene millones de años sobre la Tierra. Cuando aún faltaba mucho para que el hombre naciera, ya nosotras, las cucarachas, habíamos empezado nuestra existencia en este planeta, y te digo más: probablemente cuando la vida del hombre haya terminado en la Tierra, nosotras todavía seguiremos existiendo.

–¿Y eso por qué, abuelito? , preguntó Ortopterita.

–Porque somos muy fuertes y nos adaptamos a todas las circunstancias, querida nieta, y porque logramos sobrevivir en las condiciones más difíciles. Nuestros antepasados cruzaron los océanos con los conquistadores y los navegantes y sé de buena fuente que una cucarachita muy aventurera logró vencer hasta los controles de los hombres y viajó a la Luna. Siéntete orgullosa de tu especie, Ortopterita, hemos sobrevivido a muchas adversidades a lo largo del tiempo y con toda seguridad lo seguiremos haciendo por muchos siglos más. Ten siempre presente, querida nieta, que cada ser viviente tiene sus propias características y que la luz y la belleza debemos encontrarla no en las cosas externas sino dentro de nosotros mismos.

–Vete a dormir, hijita, ya verás que mañana comprenderás mejor todo esto que te digo ahora y ya no tendrás esos tristes pensamientos.

                                         9

Ortopterita, se fue a dormir pensando en todo lo que había hablado con su abuelo. Siempre había creído las historias que él le contaba, pero ahora la asaltaba una duda, ¿sería verdad que la vida de las mariposas tenía tantas dificultades, o era solo que su abuelo quería desilusionarla para que no pensara más en eso?   Confusa, se fue quedando profundamente dormida.

Pasaron las horas, y de pronto, a través de la rendija de su dormitorio entró con fuerza la luz del sol. A Ortopterita le parecía que sólo hacía unos minutos que se había dormido,  pero con sorpresa vio que repentinamente se había hecho de día. Se sentía extrañamente ágil y con un gran deseo de salir al jardín. Se asomó al borde de la ventana y … ¡desplegó unas bellísimas alas multicolores! Las miró incrédula. Por algún sorprendente milagro se había convertido en una preciosa mariposa. En medio de su asombro, se vio volando por el jardín entre las plantas y las flores.

¿Cómo había sucedido esto? Era un milagro. Se sentía feliz. Quería que toda su familia la  viera, pero no había nadie de la colonia de cucarachitas por allí cerca.

“Claro, dijo para sí-, es de día y a esta hora nadie se atreve a salir”.

Se posó sobre una flor y desde allí observó todo lo que la rodeaba. El jardín parecía tener mucha más vida de la que ella había observado desde su rendija.

Un grillo, con patas y antenas parecidas a las que ella tenía cuando era una cucarachita, estaba cantando con voz aguda en el hueco de un arbusto cercano. Por una rama se deslizaba lentamente, con su delgado cuerpo, una mantis que parecía acechar a un pequeño escarabajo que lamía desprevenido la savia que brotaba del tallo de una planta. Más allá, varias pequeñas abejas, sorbían el néctar de unas flores azules.

Al acercarse Ortopterita la miraron con gesto de pocas amigas.

“Seguramente,  envidian mi belleza”, pensó Ortopterita, abriendo lo más que pudo sus coloridas alas. Estaba orgullosa de ser una mariposa. Creía firmemente, que todos  la admiraban.

Todo para ella, era ahora nuevo y maravilloso.

                                            10

Distraída y pensando solo en su recién adquirida belleza, Ortopterita no vio a un picaflor que llegó hasta la flor en donde ella esta posada y que sin ningún miramiento la empujó fuera de lo que él creía eran sus dominios.

Ortopterita tuvo que realizar un improvisado vuelo para no caer en picada hasta el suelo. “¡Qué grosero", pensó moviendo sus antenitas, “pero no tiene importancia, se comporta así sólo porque no se ha dado cuenta de lo linda que soy”.

Voló con agilidad hasta otra flor  más pequeña. Tenía sed e hizo lo que tantas veces había visto hacer desde su rendija a las mariposas: sorbió con deleite el néctar que se encontraba en su corola. Le pareció que aquel almíbar tenía el mismo dulce sabor de los granos de azúcar que tanto le gustaban. Para su sorpresa,  la flor le habló:

–¿Cómo te llamas, mariposita? Eres nueva aquí, ¿verdad?

–Me llamo Ortopterita, y sí soy nueva aquí –contestó Ortopterita-. ¿Se nota mucho eso, señora flor. ¿Le gustan los colores de mis alas?

–Querrás decir que te llamas Lepidopterita –la corrigió con ironía la flor, porque  era una flor culta y sabía que son las mariposas las que pertenecen a la familia de los lepidópteros y añadió con orgullo:

–Yo soy Caléndula, mi nombre significa “maravilla”, y es que tengo propiedades medicinales que son consideradas una verdadera maravilla por los humanos.

–Estoy un poco sorprendida por todo lo que veo –dijo Ortopterita, sin interesarse mucho por lo que le decía la flor–, pero me siento feliz. Creo que es maravilloso ser una mariposa ¿No lo cree usted así, señora Caléndula?

–¿Te parece, querida? –repuso Caléndula, con sarcasmo –Yo más bien creo que es algo muy peligroso. Tus colores te hacen muy visible y estás expuesta a muchos malos encuentros. Cuídate mucho, amiguita. Y ahora, por favor, déjame sola, es hora de mi siesta; espero que no venga nadie más a importunarme.

Ortopterita se quedó un poco extrañada por esta despedida tan poco amable, pero se dijo que  de seguro en este nuevo mundo las cosas eran así y además, ella también quería conocer otros lugares. Así que, volando alegremente, se dejo llevar por el viento. Era muy placentero desplegar sus alas y mostrarlas en toda su belleza. No le importó alejarse, quería conocer nuevas cosas…vivir aventuras maravillosas.

11

Después de volar por largo rato, Ortopterita divisó entre los árboles un pequeño arroyuelo y se acercó; el brillo del sol en el agua le producía una extraña atracción. Aterrizó sobre un grupo de hierbas altas que  crecían a la orilla. De pronto, algo terrorífico paralizó su corazón. Un gran sapo, un animal horrible que ella nunca antes había visto, saltó hacia ella aparentemente con la  intención de  tragársela. Ortopterita, cerró los ojos y esperó con terror su fin..

Pero no. El gran sapo había engullido a un desprevenido saltamontes que se encontraba en un hoja vecina. Y ahora, se aprestaba a dar también buena cuenta de ella. Ortopterita se llenó de valor y con toda la energía y rapidez de que fue capaz, voló para ponerse a salvo. Se alejó del río y todavía temblando se posó sobre la hoja de un gran árbol. Debía tener más cuidado, después de todo, su amiga Caléndula tenía razón.

Concentrada en sus pensamientos, se sorprendió al escuchar una voz parecida a la de su abuelo. Extrañada, miró a todas partes.

–¡Oye, oye! Mariposita, soy yo quien te está hablando.

–¿Usted, señor árbol? Preguntó sorprendida al ver que  efectivamente  era el árbol quien le  hablaba.


–Sí, sí, soy yo. Eres muy linda, mariposita. Me siento muy feliz de que hayas venido a visitarme. ¿Vienes de muy lejos? ¿Cómo te llamas?

–Me llamo Ortopterita, señor árbol y  sí, vengo de muy lejos  -contestó un poco más tranquila.

-Ortopterita… Ortopterita… –repitió el árbol pensativo– ¡Qué nombre tan extraño para una mariposa! Pero, ¡cuéntame, cuéntame! –rogó-– Las historias son mi alimento. Me gusta que me hablen; soy feliz escuchando a quienes me visitan.

Ortopterita le contó entonces cómo había sido su vida en la alacena junto a sus padres, su abuelo y sus pequeños hermanos y cómo luego, de una forma inexplicable y maravillosa sus deseos de convertirse en mariposa se habían hecho realidad. Se sentía muy  contenta de tener alguien con quien hablar; era como si estuviera junto a su querido abuelo.

El viejo árbol, la escuchaba en silencio.

Cuando Ortopterita terminó de hablar, el árbol le dijo:

–Veo, mi linda mariposita, que has tenido una vida muy feliz junto a los tuyos, en tu sencillo hogar, pero que no la has sabido apreciar por creer que la belleza y el brillo producen más felicidad que el amor y la familia. Mucho has sacrificado por la belleza y por dar gusto a los humanos. Déjame decirte, Ortopterita que los seres humanos no solo no te querían ni comprendían a ti cuando eras una cucarachita, los seres humanos no comprenden ni respetan prácticamente ninguna  de las formas de vida que hay sobre la Tierra. Yo soy el único sobreviviente de un gran bosque de guayacanes que existía en este lugar, pero sé  que mis días  también están contados. Pronto seré cortado, y seguramente acabaré convirtiéndome –si tengo suerte– en otra alacena como aquella donde vivías con tu familia, o si no, en leña. Pero eso ya no me inquieta. He producido mucho del oxígeno que se respira en la Tierra y por eso sé que mi vida ha valido la pena.


–¿Es usted, un guayacán, señor árbol?– preguntó Ortopterita con curiosidad.

–Sí, hijita, y es una verdadera pena que no me hayas visto en plena floración, porque, modestia aparte, pocas cosas hay en la naturaleza tan hermosas como un guayacán florecido. Y sin embargo, mariposita, sé que ni siquiera eso me salvará el día que el Hombre decida cortarme.

Por unos momentos Ortopterita y el árbol guardaron silencio. Luego, el árbol continuó hablándole con ternura a Ortopterita:

Vuelvo a repetirte, hijita, no te inquietes ni te preocupes por no ser querida por los seres humanos. Ellos tampoco son queridos ni admirados por ninguna de las creaturas de la Tierra. Si algún día los habitantes de la Tierra pudiésemos votar para eliminar alguna especie del planeta, todos votaríamos porque fuera eliminado el Hombre. Es un ser insaciable. Todo lo destruye y contamina y acabará siendo el causante de su propia extinción. Vuelve a casa, querida hija, vuelve con los tuyos y sé feliz.

                                   12

La conversación con el viejo árbol había llenado a Ortopterita de una gran desazón. Empezaba a extrañar su querido, pero lejano hogar. “¿Podría volver alguna vez?”.

–¡No sé cómo volver, señor árbol! –dijo con angustia– ¡El mundo es tan grande! ¡Creo que más nunca voy a encontrar el camino de regreso a mi hogar!

–Lo encontrarás, hijita, si pones en ello todo tu corazón. Empieza el viaje ahora mismo, pero ten mucho cuidado, parece que se aproxima una tormenta.

Ortopterita acarició con sus alas al viejo árbol en señal de despedida y éste hizo estremecer todas sus hojas como muestra de su afecto. Los dos sabían que tal vez  nunca más volverían a verse. Llenándose de valor, Ortopterita desplegó sus alas y empezó a volar en la dirección en la que creía estaba su hogar.


13


Voló y voló incansablemente durante largo rato. Empezaba a oscurecer. Se venía la tormenta. Gruesas gotas de agua empezaron a caer sobre Ortopterita. Sentía que no podía volar en medio de la lluvia. Buscó refugio en un arbusto y allí, un tanto protegida del rigor de la lluvia, empezó a pensar en todo lo que le había sucedido últimamente.

“¿Por qué había sido tan ingenua como para creer que sería más feliz convirtiéndose en mariposa? ¡Cómo extrañaba ahora su hogar! ¡Cómo quisiera estar junto a su abuelo!". 

Estaba tan concentrada en sus pensamientos que no cayó en la cuenta de que se había posado sin querer entre los hilos de una gran telaraña. Se sintió presa. Por más que movía sus alas, éstas no respondían. En el otro extremo observó a la gran araña que sintiendo la presencia de una nueva víctima, acudía presurosa al banquete, Ortopterita hizo un tremendo esfuerzo y logró zafarse. Apenas a tiempo, ya la cazadora estaba casi sobre ella. Rápida, voló hasta una flor cercana.  Respiró muy agitada por el tremendo susto y comprobó con gran pesar que sus hermosas alas habían sufrido mucho con todo ese forcejeo. Una de ellas estaba rota, sus colores se veían borrosos y una de sus patitas le dolía mucho. “Seguramente –pensó-, ya no debo verme muy linda”.

Pero a Ortopterita eso ya no la preocupaba. Lo más importante era que había logrado escapar y estaba viva.

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Ortopterita, se sentía muy débil. Ya había oscurecido y aunque la lluvia había cesado, el frío la embargaba. ¡Cómo extrañaba su brillante cuerpo de cucarachita por el que el agua se deslizaba sin apenas mojarla! A la distancia observó una luz y sintió un gran deseo de ir hacia ella. Quizá allí encontraría la fuerza y el calor que necesitaba para reponerse y continuar el camino a casa.

Ya estaba cerca. Voló más aprisa y al llegar vio que la luz provenía de una gran bombilla que se encontraba encendida en el corredor de una casa. Se acercó lo más que pudo. Sentía su calor y era como si éste le devolviera la fuerza que le faltaba. Tenía que acercarse más. Así lo hizo, pero la luz la envolvió y el tremendo calor la hizo perder el sentido.


15

Despertó sobresaltada. “¿Dónde estaba? ¿Qué nuevo peligro la estaría acechando? Todo estaba oscuro. Pero como si fuera un milagro, oyó la cálida y conocida voz de su querido abuelo:

–¡Por fin has vuelto en ti, querida nieta! Ya estábamos preocupados. Te encontramos dormida frente a la ventana que da al jardín y por más que lo intentamos no lográbamos despertarte. Tenías mucha fiebre y hablabas de cosas extrañas. Parecías sufrir mucho.

–¡Abuelito, abuelito, qué dicha volver a verte! ¡Volver a estar aquí, en mi hogar! Me han pasado unas cosas horribles y ahora sé que tenías razón; ser mariposa no es tan lindo como parece.

–Querida nieta, todo ha sido solo un sueño. Un mal sueño. Olvídate de todo y piensa solo en recuperarte.


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Ortopterita estaba radiante. Sí. Seguramente todo no había sido más que un sueño. Sin embargo, se sentía muy cansada y una de sus patitas le dolía mucho. Notó  también algo extraño en su ala derecha. Al contemplarla vio que tenía una pequeña fisura.

“¿Habrá sido realmente, tan solo un sueño?", se preguntó.  Pero ya nada podía preocuparla. De nuevo estaba en su hogar. De nuevo era ella misma. Cerró los ojos y arrullada por la voz de su querido abuelo y la compañía de toda su familia, Ortopterita volvió a dormir, pero esta vez plácidamente.


                                 Epílogo

Muy alegre, Ortopterita reanudó  su vida cotidiana.  Ahora se sentía muy feliz al realizar sus sencillas labores. Sí. Era muy agradable ser una cucarachita y vivir  las pequeñas aventuras de cada día. Extrañamente, veía ahora a su familia con una luz especial; cada uno de ellos tenía una luminosidad que no había observado en ningún otro ser en el exterior. Ortopterita pensó que esta luz debía ser el amor.

En algunas ocasiones volvió a mirar el jardín desde su pequeña rendija, pero ya no lo hizo con ansiedad ni con tristeza pues ahora sabía que tal como le había contado el abuelo y  aunque todo se viera luminoso y atractivo, allá afuera se escondían también muchas dificultades y peligros. SÍ. No todo era felicidad en el mundo exterior.

Continuó sin embargo,  con su costumbre de observar a Luis, el pequeño niño de la casa por el que sentía tanta simpatía. Una mañana,  lo vio sentado en el comedor leyendo muy interesado un libro con imágenes de mariposas y otros insectos similares a ella. Ortopterita no cayó en la cuenta de que por mirar lo que el niño leía se había alejado mucho de su agujero y se había expuesto a que la descubrieran.

Efectivamente. El niño la descubrió. Ortopterita no tenía forma de huir. Pensó que esta vez sí había llegado el final. Pero para su sorpresa, el pequeño Luis la miró con simpatía y le sonrió.  Luego,  le hizo un guiño con los ojos y movió su mano como indicándole que se pusiera a salvo.

Ortopterita, ni corta ni perezosa, voló rápida hasta la alacena en el mismo momento en que entraba al comedor la madre de Luis. ¡¡Uff!! ¡Apenas a tiempo! 

Desde lejos, el niño,  sonriendo, volvió a hacerle un guiño.

“Esto, tengo que contárselo a mi abuelo”, pensó Ortopterita. “Después de todo, las cosas no tienen porqué  ser siempre como han sido hasta ahora. Los pequeños humanos, como Luis, comprenden cosas que sus mayores no logran captar. Sí, quizá algún día las cosas serán diferentes y quizá entonces, todos los seres de la tierra podremos ser amigos y convivir en paz”.       
                      
                                                          Fin







Amables lectores:

Esta colección de cuentos tiene como principal objetivo sembrar en los niños que los lean, mensajes positivos de amor a su familia, a la naturaleza y a su entorno. Probablemente muchas de las palabras usadas en el texto serán nuevas para ellos, pero no debemos subestimar la inteligencia y capacidad de nuestros niños para comprender y asimilar el significado de nuevos vocablos y expresiones que enriquecerán su forma de comunicarse. Es conveniente, por tanto, que les brindemos siempre una explicación satisfactoria de las palabras o términos desconocidos para ellos. Adjuntamos aquí un glosario  de las palabras utilizadas en este relato que podrían presentar dificultad para su cabal entendimiento-


La autora



Glosario 

Fascinación:   Cuando algo nos atrae o nos gusta mucho.

Exquisito: Algo muy rico, delicioso

Procedente:  Que vino de otro lugar

Desperdiciar: gastar o emplear mal algo

Estorbar: molestar, incomodar a alguien

Exterminar: acabar del todo con algo

Esmero: algo que se hace con mucho cuidado, con mucha atención

Desprevenido: distraído, que no pone atención a lo que ocurre a su alrededor

Insaciable: que no se llena o sacia  con nada

Repugnancia: asco  que se siente por algo o alguien

Conmovido: emocionarse por algo

Acumular:  amontonar cosas

Transformación: convertirse en algo diferente

Crisálida:  El capullo dentro del cual un insecto se convierte en otro ser

Encandilada:  Cuando una luz muy brillante nos hace cerrar los ojos

Conquistadores: Se les llama así a los  hombres que descubrieron otras tierras.

Océanos: los grandes mares que cubren gran parte de la  tierra

Característica : la forma o la manera de ser de algunas cosas

Incrédula: que no cree  en algo

Sarcasmo: que habla  con burla

Néctar: jugo azucarado que se encuentra dentro de las flores

Radiante:  muy brillante

Caer en picada: caer de golpe, rápido.

Oxígeno:  el aire que necesitamos para respirar

Guayacán: árbol muy grande que crece en América  y que puede llegar a medir 12 metros de altura.

Ingenua: que no tiene malicia, que no piensa mal

Concentrada: con toda la atención puesta en algo

Tremendo: muy fuerte

Esfuerzo: con mucha fuerza

Forcejeo: luchar con mucha fuerza

Sobresaltada:  que tuvo un gran susto

Almíbar:  miel  muy dulce

Savia: líquido que alimenta la planta

Mantis: insecto  carnívoro de la misma familia de ortopterita

Cotidiano: lo que hacemos a diario

Epílogo: cuando algo llega al final como este cuento.