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sábado, 16 de enero de 2010

Hasta siempre amor





"¿Era idea suya, o realmente el sol había salido esa mañana más temprano?"

Juliana se asomó a la ventana y observó un cielo límpido, incontaminado de nubes. No pudo evitar una exclamación: "¡Qué lindo día!". Apretó los labios en una mueca irónica y añadió para sí: "Tal parece que hoy nada debería salir mal".


Por unos minutos permaneció observando el jardín a través de la ventana. "Hoy es el día", murmuró en voz baja mirando con ternura a su esposo que, ajeno a todo, dormía plácidamente todavía, y luego, con decisión, entró al baño para darse una ducha.

Dejó que el agua tibia corriera despacio por su cuerpo adolorido. Era como una pausa entre su angustia y la realidad que la esperaba afuera. A través del ruido de la ducha oyó toser a Federico. "Es como un reloj", pensó, "ya debe estar levantándose para observar  el noticiero".

Se vistió mecánicamente y se peinó sin ninguna coquetería. La mujer que le devolvía la mirada en el espejo le resultaba una desconocida. ¡Había perdido tanto peso en los últimos dos meses! Estaba muy deteriorada en lo físico, pero ella sabía que en su interior continuaba siendo la misma jovencita valiente de otros días, la que haría sin temor lo que tenía que hacer.

"Para este paso no necesito buenas piernas ", pensó mirando las suyas, "¡Tan escuálidas ",  una sonrisa retadora se dibujó en su cara.

Antes de salir a la calle observó con ternura a Federico que sentado frente al televisor con mirada perdida veía desfilar las patéticas imágenes de terrorismo, de hambre, de injusticia, de delincuencia, de contaminación, de miseria que proyectaba cotidianamente el noticiero. Se mordió los labios con rabia. El mundo parecía estar deshaciéndose en pedazos. La ciencia y el progreso eran incapaces de construir un mundo más justo, más equitativo, menos violento, más feliz y cordial. Pero, bueno, todas esas cosas, por crueles que fueran ya habían dejado de turbar a Federico y dentro de poco no la turbarían tampoco a ella.

Su mundo, su verdadero mundo, Empezó a derrumbarse unos años antes cuando Federico comenzó gradualmente a olvidarse de la vida. Al principio sus olvidos y equivocaciones les habían hecho gracia y hasta llegaron a reírse de las situaciones jocosas que producían sus descuidos. Pero llego un momento en que su cada vez más frágil memoria terminó por causarle problemas graves.

Un día, en forma inaudita, Federico olvidó en un semáforo que la luz roja significa "Detenerse" y produjo un accidente que resultó fatal para un peatón. No fue a prisión. Los médicos certificaron qué estaba enfermo y que no era culpable. Fue en esa ocasión cuando Juliana oyó por primera vez la terrible palabra: "Alzheimer". No había nada qué hacer; el deterioro del cerebro de Federico sería desde ese momento progresivo e irreversible. No pudo ya volver a manejar. A los pocos meses perdió su trabajo. El tiempo, entonces, pareció detenerse. Transcurrieron dos años de agonía, durante los cuales Juliana vio con impotencia como paulatinamente el hombre que amaba se iba alejando  de la realidad y de su vida. Ahora apenas si la reconocía en contados momentos.


Y entonces, un día, aconteció algo con lo que Juliana no contaba. En uno de sus reconocimientos médicos de rutina descubrió que padecía un fibroma uterino que más tarde fue diagnosticado como maligno. Nunca supo si fue la pena indecible por la suerte de Federico la que desencadenó su mal o si su útero se rebeló contra sí mismo por haber alojado en su interior a  los crueles engendros que un día ya lejano partieron  al norte y se olvidaron de su existencia.

"El cáncer ha invadido ya órganos vitales Juliana, le había explicado el médico tratante con mirada bondadosa-; "extirparlo significa podarlo. Podemos, eso sí, controlar el dolor. No pierda las esperanzas, querida amiga; a veces ocurren milagros ".

Pero no sucedió así. Y en los meses posteriores, tanto ella como Federico continuaron avanzando irremediablemente por el sendero de sus males hasta llegar al punto del no retorno. Cerró la puerta con cuidado para no inquietar a Federico. Salió a la calle y se dirigió al correo cercano. La carta pondría en marcha el operativo policial que manejaría la situación. Mientras caminaba observaba todo sin interés.

Los transeúntes pasaban ligeros a su lado, con otras preocupaciones y problemas, y tal vez, ¿por qué no? con alegrías, amores y esperanzas. Los sentía extraños, indiferentes y ajenos.

"¡Qué absurdamente solitaria y hostil puede llegar a ser la vida en una gran urbe", pensó moviendo la cabeza con desaliento. ¡Federico y ella se encontraban tan solos! ¡Y él dependía tan absolutamente de ella! No podía fallarle, no podía dejarlo solo. Recordó la frase que solía citar su madre: "El destino nos lleva apenas hasta la mitad del camino".

La oficina de correo estaba desierta debido a la hora. Volvió a leer el nombre del destinatario, puso en el interior del sobre, junto con la carta, la llave del apartamento (no sería necesario destrozar la puerta), lo selló, y sin titubear lo depositó en el buzón. Llegaría su destino al día siguiente. Al salir del correo el viento despeinó sus cabellos y jugó con su falda. El mundo, aparentemente, era tan normal, tan agradable. ¡Si pudiera refugiarme también en el olvido y no darme cuenta de nada!". Apuró el paso. Al pasar junto a la vendedora de flores se detuvo. Durante largo rato observó con deleite las variadas formas y colores que se ofrecían a su vista. Ella siempre tuvo preferencia por las margaritas y las astromelias pero a Federico le gustaban las rosas. Escogió un ramo de cada una y continuó su camino.

Federico la vio llegar con las flores y en sus ojos ella creyó volver a ver una luz de entendimiento y de alegría. Le permitió, como si fuera un juego, cortar los tallos y acomodarlas torpemente en diferentes jarrones. El dolor en su vientre era punzante, pero esta vez ella no le hizo caso. La salita se tornó alegre y festiva con el colorido de las flores. "¡Son nuestras flores, cariño!" "Le dijo, con emoción, tomando a Federico de las manos y acercándolo a la mesa. Había preparado la torta que tanto le gustaba. Lo observó en silencio. Su apetito continuaba igual, era un hombre fuerte y varonil que seguramente a pesar de su problema aún viviría muchos años. Le ayudó a partir los alimentos como si se tratara de un niño. Federico había ido olvidando progresivamente cosas tan elementales como el uso de los cubiertos. "Eres mi niño", le dijo con dulzura, "No temas nada, mi pequeño. Nunca te dejaré solo, y menos aún en manos extrañas".

Cerró todas las ventanas y selló con cuidado las ranuras. Puso en el equipo de sonido el aria de Madame Buterfly que tanto les gustaba a ambos y sirvió a rebosar dos copas de Cointreau. Se acomodó junto a Federico y asió sus manos mirando con inmensa ternura sus ojos perdidos y extraños mientras hacía el brindis más apasionado de su vida. "¡Por ti mi amor, por los dos, por todo lo que hemos vivido juntos, por lo que ya no viviremos, Porque siempre estemos unidos!".

¿Fue solo una ilusión o realmente Federico volvió a mirarla como en otros días? Apretó sus manos entre las suyas y recostada en su hombro fue dejando que la invadiera el sueño. La voz de la soprano vibraba desgarrada en esa maravillosa melodía de amor y de adiós mientras, imperceptiblemente, el gas iba invadiendo poco a poco el pequeño apartamento.



Leonor María Fernández Riva
Santiago de Cali, diciembre 2008
Pareja de ancianos Foto de archivo - 8583190






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