Un instante de lucidez
Leonor María Fernández Riva
Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos desconcertado por lo que veía. Todo
de pronto a su alrededor parecía extraño. Se encontraba sentado en
la banca de un jardín y llevaba puesta una ropa que no recordaba. No
podía explicarse qué le sucedía. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía él
ahí?
La confusión lo invadió. Apenas esa mañana se
había despedido de Mirna y ahora, sin ninguna explicación, se encontraba
en ese lugar. Tenía la sensación de despertar de un pesado
sueño. Pero no, no era un sueño. Aquel era un lugar extraño pero
real. Nada sin embargo, le recordaba allí lo que él conocía. Observó a
varias personas entradas en años que se hallaban sentadas en otras
bancas o caminando por los senderos con pasos lentos y mirada
perdida. ¿Quiénes eran? Varias empleadas con uniforme parecían
estar pendientes de ellas.
La imagen de Mirna vino a su mente.
De seguro ya lo estaría esperando. La tarde había empezado a
caer y él nunca se había retrasado tanto en volver de su trabajo. Sintió
el apremiante deseo de llegar pronto a su hogar. Pero, ¿por qué,
por qué se encontraba ahí y no en su oficina? Tenía que hablar con Mirna, de
seguro ella se lo explicaría.
Percibió la mirada inquisitiva de una de las
empleadas. ¿Lo vigilaba acaso? No, eso no era posible. ¿A son de
qué? No obstante, procuró instintivamente esquivar su presencia y de manera
maquinal se encaminó hasta las habitaciones situadas a lo largo del
corredor; algo en una de ellas le resultaba familiar, ¿por qué? No podía
explicárselo. La puerta estaba solo entrecerrada, la empujó y se dirigió hasta la mesita de noche
situada junto a la cama; abrió la gaveta y tomó unas llaves que
estaban en medio de unas fotografías. Sabía que esas eran las llaves de su
casa. ¿Cómo habían llegado ahí? No tenía respuesta para eso ni para nada de lo
que le estaba ocurriendo. De una pequeña billetera sacó todo el dinero
que encontró: apenas diez pesos. Tendría que tomar un taxi porque no
tenía idea de adónde había dejado su automóvil. De reojo se vio en el
espejo del baño; le pareció extraña la imagen que vio reflejada y ridícula la indumentaria que llevaba
puesta. Abrió el closet y se
vistió con el único traje que estaba colgado. Todo lo hacía de forma
inconsciente como si estuviera recordando una lección. Aquello era algo demasiado
complicado de entender. Sabía solamente que Mirna lo esperaba y que
debía salir pronto de ahí.
Optó por tomar las cosas como iban llegando. Luego vendrían las preguntas, las explicaciones. Se encaminó hacia la puerta de salida y se mezcló con un grupo de personas que en ese momento se despedían de uno de los ancianos. Al salir, el portero no hizo ninguna objeción y cruzó la reja de entrada sin problema.
Optó por tomar las cosas como iban llegando. Luego vendrían las preguntas, las explicaciones. Se encaminó hacia la puerta de salida y se mezcló con un grupo de personas que en ese momento se despedían de uno de los ancianos. Al salir, el portero no hizo ninguna objeción y cruzó la reja de entrada sin problema.
Ya en la calle exhaló un suspiro de
alivio. Volvió a sentirse él mismo. Todo aquello parecía ser
parte de un sueño. Un extraño sueño que quería dejar atrás. Tomó el primer taxi
que pasó por el lugar y le dio la dirección. Estaba tardándose en llegar, pero
seguro Mirna lo comprendería y se sentiría feliz al verlo. El suyo era un
amor bonito, a prueba de todo. Sentía urgencia por volver a verla,
por abrazarla. Le parecía que hacía un siglo que no estaban juntos.
Llegó hasta la casa y abrió la puerta. En la calle,
las luminarias empezaban a encenderse. Al interior su hogar
estaba en silencio, a media luz. Apenas una lámpara en la sala
brindaba un poco de claridad. De seguro Mirna estaría arriba acicalándose
para recibirlo. Sus encuentros eran siempre apasionados, románticos,
pero esta vez, quería darle la sorpresa. Procurando no hacer ruido se
dirigió emocionado hasta la alcoba.
La puerta estaba entreabierta, con sorpresa
escuchó risas y expresiones ordinarias y de doble sentido. Lo que vio lo
dejó paralizado. Mirna, su Mirna estaba ahí, desnuda,
haciendo el amor con otro hombre y parecía disfrutarlo
intensamente. Un destello de furia lo invadió. Sin pronunciar una sola
palabra, cegado por la ira, se dirigió hasta la cocina y tomó un
cuchillo.
La crueldad y ensañamiento de aquel crimen
pasional conmovieron a la ciudad, sobre todo, cuando se
supo que el victimario, ex esposo de la víctima, era paciente desde
hacía ya cinco años de un hogar de reposo adonde debió ser
recluido luego de perder por completo la memoria al padecer un
prematuro y galopante caso de alzheimer del cual se recuperó de manera
sorprendente y fugaz aquel aciago día, para volver, luego de
apuñalar salvajemente a su ex esposa y a su reciente marido, a quedar
definitivamente sumido en las tinieblas piadosas del olvido.
La administración del hogar de reposo donde se
encontraba recluido no pudo explicar cómo logró salir del
lugar sin que nadie lo percibiera.
Leonor María Fernández Riva
Santiago de Cali Febrero 7 de 2015
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