Amigos lectores: como algunas personas tal vez se sientan identificadas con los personajes de este cuento, me veo en la necesidad de advertir que cualquier parecido con personas reales, es pura coincidencia.
Fabián Gámez, el brillante jefe de tecnología
Fabián Gámez, el brillante jefe de tecnología
Desde hacía varias semanas Fabián Gámez, director del departamento de tecnología de la
prestigiosa empresa gráfica, se encontraba concentrado en un
proyecto que demandaba todo su tiempo y toda su atención. Había dado
instrucciones precisas a su secretaria de que nadie lo interrumpiera; lo
que estaba analizando y planificando era algo demasiado importante.
Sí, Fabián Gámez era desde hacía varios años el
encargado del estratégico departamento bajo cuya dirección se hacían las nuevas
adquisiciones de la empresa en materia tecnológica. Pero, ¿cómo llegó a ocupar
esa posición tan importante? Quienes lo habían
conocido en sus inicios cuando era apenas un ayudante en el departamento de
diseño y volvían a verlo ahora en su nuevo cargo, se sorprendían al
observar la transformación experimentada por aquel joven de
apariencia tan gris que habían conocido tiempo ha laborando en una
función completamente secundaria. Sí. Muchas cosas habían cambiado
en la vida de Fabián Gámez a la vuelta de pocos años. No solo estaba dirigiendo
ahora una importante sección de aquella empresa sino que se había convertido en
esposo de una de las propietarias. Las malas lenguas atribuían a esa relación
sentimental su progreso laboral, pero si bien es cierto que mucho contribuyó a
ello esa circunstancia, varias situaciones se enlazaron para
transformar su vida... y terminar la de aquella próspera empresa. Para
comprender los hechos es preciso volver en el tiempo.
Varios años atrás, Marissa, una de las accionistas, una chica muy
joven todavía pero experta como la que más en las artes y lides amatorias
y quien por aquellos días laboraba en la compañía, empezó a salir, para
sorpresa de todos, con Fabián Gámez, el anónimo empleado del departamento de
diseño.
Hombres y mujeres tenemos nuestras propias
necesidades y motivaciones al escoger pareja. Marissa y Fabián también tuvieron
las suyas y estas coincidieron para unirlos y decidir así la suerte de
muchas personas. No fue que Marissa se sintiera especialmente atraída por
aquel empleado ni que lo considerara su mejor prospecto. Nada de
eso. Gámez no tenía nada especialmente atractivo como para llamar su
atención: de estatura media, rostro impasible en el que sobresalían
unos ojos negros de expresión entre adormilada y errática, cabello negro y
contundente nariz, era solo un empleado más que pasaba inadvertido aun en el departamento
en el que laboraba. Marissa, por su parte, no era bonita, pero tenía en cambio
el encanto de la juventud: un cuerpo atractivo y unas caderas
firmes y voluptuosas que sabía manejar con sabia coquetería.
Había abandonado sus estudios universitarios años antes cuando no logró
acoplarse a los rígidos horarios y programas de estudios, y ahora ocupaba
en la empresa, gracias a su carácter de propietaria un cargo carente de responsabilidades pero muy bien remunerado, en el que se sentía muy a gusto. Dado su carácter
y su flexible moral fue muy popular desde su adolescencia entre el género
masculino. Pero ya había pasado su primera juventud, estaba por cumplir
treinta años y algo últimamente la traía inquieta: sus múltiples
enamoramientos terminaban siempre de forma abrupta sin llegar a
convertirse en una relación seria. Aquella realidad que solo en su pensamiento
se atrevía a reconocer, era algo que la conturbaba.
¿Quién puede decir qué pasa por la mente de una joven
que ya no lo es tanto y que ha visto desfilar una cantidad indeterminada
de galanes por su agenda romántica pero que observa con un poco de
inquietud que los años pasan sin que ninguno de ellos considere ni
por un momento prolongar su relación y mucho menos pasar por la notaría?
¿Qué piensa cuando ve que sus pretendientes se espacían cada vez más y empieza
a pasar sola muchos fines de semana?
Los pensamientos que acudían a la mente de Marissa no
eran de ninguna manera reconfortantes. Se le acababa el tiempo.
Un día, al toparse en la empresa con Fabián
Gámez por un asunto de trabajo, Marissa cayó en la cuenta de algo: allí,
precisamente, tan cerca y en apariencia libre y disponible estaba aquel
chico, no del todo desagradable y al parecer, inteligente y formal; un
buen prospecto para entablar una relación seria antes de que fuera demasiado
tarde para ella. Así las cosas, se propuso conquistarlo.
Para Fabián Gámez, el hecho de sentirse objeto del
interés y los coqueteos de Marissa despertaba mucha expectativa.
No es que la chica lo atrajera especialmente, pero no era tonto y
entendía muy bien la conveniencia de relacionarse sentimentalmente con una de las propietarias de la empresa donde él laboraba. Bajo la
expresión bobalicona de su rostro que algunos atribuían a "buena
gente", se escondía un ser frío, analítico y ambicioso.
Por aquellos días sostenía una relación seria
con una linda joven a la que conocía desde su adolescencia y con la que ya
habían hecho planes de matrimonio. Sin pensarlo dos veces terminó con
ella y se dedicó a su nueva relación sentimental. Cuando un amigo
le reprochó la actitud que había tenido con su novia de toda la vida
le contestó: "Me convenía más meterme con Marissa, con ella
mi futuro está asegurado". Y estaba en lo cierto.
Aunque nacida de motivaciones tan dispares, la
relación funcionó. Siempre se les veía juntos. Un día cualquiera Marissa comunicó a su padre que se iría a vivir con su nueva pareja. Este, muy
pragmático, tomó las cosas con filosofía: “Mientras más pronto te
cases, hija, más pronto te divorciarás. Es algo que tiene que pasar. Dejemos
pues que el destino haga lo suyo". Pero Marissa y Fabián no se
casaron. Era ya una costumbre establecida entre la juventud empezar a
vivir en pareja sin pasar por la notaría.
La vida laboral de Fabián Gámez dio entonces un
vuelco. Solía leer revistas de tecnología y aunque su conocimiento acerca de
ese tema era superficial, superaba al de
los administradores de la empresa, completamente ignorantes al respecto. De un momento a otro y sin méritos a la
vista se convirtió en el non plus ultra del asesoramiento y
adquisición de los costosos equipos y maquinaria requeridos en la
empresa. Con los años, y gracias a su posición de esposo de una de las
accionistas, asumió una actitud de persona sabia y documentada: “El asunto
es grave”, solía exclamar en ocasiones moviendo su cabeza de arriba abajo.
“La cuestión puede complicarse”, explicaba en otras, meneándola de
derecha a izquierda, o “el problema, por más que parece insoluble, no es tan
difícil” insinuaba, en otras ocasiones meneándola de izquierda a derecha.
Todos admiraban su sobriedad, su equilibrada conducta, la justeza de sus
apreciaciones. Se seguían al pie de la letra sus consejos acerca
de la adquisición de equipos y tecnología.
Algo sombrío empezaba a ocurrir sin embargo en aquella
empresa...
Allá, en un rincón de un cuarto olvidado de la planta,
reposaba la costosa impresora que en un momento de inspiración Fabián
Gámez, el director del departamento de tecnología recomendó adquirir para
suplir la gran necesidad de la empresa en materia de copias e impresos.
No pudo utilizarse más que seis meses. Aparentemente perfecta, resultó sin
embargo sumamente onerosa por sus continuas y costosas recargas de tinta
y debió ser desechada.
Por esa misma época, y después de asistir a una
importante feria gráfica en Alemania, Fabián Gámez, a quien se le
había designado expresamente para asistir a esos eventos, recomendó
comprar de manera urgente un equipo de alta tecnología para
realizar nuevos trabajos que representarían para la empresa óptimas ganancias.
La adquisición, de un costo considerable,
fue aceptada de forma unánime por la Junta Directiva. Se realizó la
importación y los equipos llegaron en medio de gran expectativa. Eran inmensos
y sus suministros muy costosos. Inmediatamente empezaron a realizarse los trabajos
prospectados. Se tenía prisa por empezar a recaudar las ganancias esperadas. No
obstante, los meses pasaron y ninguna mejoría se evidenció en la
facturación de la empresa. De alguna manera, los nuevos equipos habían
incrementado el personal, la responsabilidad, los gastos de mantenimiento, pero
las ganancias proyectadas nunca se reflejaron en el flujo de caja.
De manera inexplicable, sin embargo, todos, o
casi todos en la empresa, seguían creyendo que algo ajeno a Fabián Gámez
había ocurrido, alguna circunstancia fortuita había hecho que ese magnífico
proyecto no resultara. Y así, no se le atribuyó al brillante jefe de tecnología
ese nuevo y costoso revés.
Pasado un tiempo Fabián presentó de nuevo
ante la Junta una idea que esta vez sí, con toda seguridad,
reportaría cuantiosas ganancias. Había ideado unos armatostes
a los que había bautizado como Mogastores que tenían por objeto ser
instalados en diferentes supermercados para presentar videos o
pautas comerciales contratadas. No era ese el ramo en el que la empresa
se desenvolvía. Fabricar aquellos aparatos era algo en lo que no tenían experiencia. Curiosamente, sin embargo, la Junta Directiva volvió a entusiasmarse. Sí. Lo que proponía Gámez en esta
ocasión parecía algo muy original, viable y exitoso. Durante
varios meses, se elaboraron prolijamente en los talleres de la fábrica
aquellos pesados artefactos que según había planteado el director de tecnología se
convertirían en una fuente inagotable de entradas para la empresa. Pero
el brillante ejecutivo no había contado con que tendrían que
competir con la tecnología japonesa y con los últimos adelantos en materia de
comunicación. Todo resultó ser un nuevo fiasco y los inútiles y pesados
artefactos fueron también refundidos en el cuarto de los fracasos.
Cualquiera diría que a Fabián Gámez lo acompañaba
ya un aura negativa que restaría credibilidad a cualquiera de sus futuras
sugerencias, pero él era sagaz y tenía una estrategia que siempre le daba
resultado: dejaba que las cosas se aquietaran. Que se olvidara la falla o el
revés pasado. Que transcurrieran los meses. Sí, él sabía que las personas suelen
olvidar los errores, sobre todo cuando la bonanza económica se presta para
dilapidar el dinero y no hay que rendir cuentas a nadie de los desaciertos. Y
eso era lo que por aquellos días ocurría en aquella empresa.
Y pasó el tiempo. Y de nuevo Fabián Gámez, viajó como observador a una de las más famosas ferias de
maquinaria de un país vecino. Al retornar, compartió con la Junta
Directiva su proyecto estrella: la
adquisición de un equipo de impresión de última tecnología; con él darían
la bienvenida al futuro, al progreso. Y lo mejor de todo: aquella era alta
tecnología alemana producida en China a un bajísimo costo. No adquirir esa
maquinaria sería una locura, perder la oportunidad de hacer parte del
desarrollo, quedarse en el pasado.
"Pero Fabián, ¿estás seguro de que ese equipo
chino tiene la misma calidad de los equipos fabricados en
Alemania?", le preguntó el presidente de la Junta Directiva luego de escucharlo.
"Sin la menor duda", respondió Gámez con la audaz seguridad que
caracteriza a la ignorancia revestida de prepotencia.
A pesar de los múltiples antecedentes nefastos en la
hoja de vida de Fabián Gámez, algo ocurrió con el sentido común de los miembros
de la Junta y también en esta ocasión volvió a concedérsele el aval para
adquirir los costosos equipos por él recomendados. "Sí -se decían- esta vez, sin lugar a dudas Fabián está en lo
cierto".
Pero la expectativa y la ilusión creadas por la
adquisición de la nueva maquinaria fallaron una vez más dejando lugar poco a
poco a una inmensa frustración. El nuevo equipo de tecnología
china nunca funcionó de manera normal. La máquina prácticamente se desbarataba
ante la vista y la desesperación de quienes presenciaban su accionar. Se
trajeron de China costosos técnicos para su revisión. Se compraron repuestos.
Se trató de reclamar la garantía. Todo fue inútil. Los chinos, haciendo gala
del conocido dicho: "se hicieron los chinos", no respondieron a los
insistentes reclamos. Luego de un año entero de batallar intentando poner
el equipo en normal funcionamiento, se tiró la toalla y poco a poco, abandonado,
se convirtió en chatarra. Una chatarra costosa que debió seguir siendo
pagada por la empresa durante varios años más. En alguna ocasión cuando
alguien se refirió al descalabro de esa última adquisición Gámez replicó con
desfachatez: "Fueron los miembros de la Junta Directiva quienes
tuvieron la responsabilidad de esa compra porque fueron ellos quienes me dieron
su consentimiento para comprar ese equipo".
Pasaron varios años. La Junta Directiva una vez
más estaba reunida. Fabián Gámez se encontraba en esta ocasión más
preparado que nunca. Había pasado encerrado en su oficina más de un mes
preparando aquel proyecto fuera de serie, con órdenes expresas dadas a su
secretaria de que nadie lo molestara.
Al iniciar la sesión, uno de
los miembros de Junta, el más lúcido y de buena memoria, pidió que no
fuera escuchado, que la empresa no podía darse ya el lujo de cometer errores,
que un nuevo fracaso los llevaría a la ruina, pero la curiosidad dominaba a los
otros miembros presentes. A lo largo de una apasionante hora escucharon
absortos las ventajas de aquel maravilloso equipo de impresión que podía
conseguirse a un costo realmente irrisorio y que haría que las dificultades
financieras acumuladas luego de tantas pérdidas, por fin
terminaran.
Hablaba de cifras realmente atrayentes, de nuevos clientes,
contactos y productos en el momento en que el miembro de Junta que había
abogado para que ese nuevo proyecto no fuera escuchado salía indignado del
recinto dando un portazo. Y continuó hablando todavía durante media hora más
hasta que estuvo seguro de contar con los votos necesarios para realizar su
genial proyecto.
La suerte de la empresa estaba echada.
Santiago de Cali, Febrero 28 de 2014