Translate

sábado, 1 de marzo de 2014

Fabián Gámez, el brillante jefe de tecnología

[foto de la noticia]

Amigos lectores: como algunas personas tal vez  se sientan identificadas con los personajes de este cuento, me veo en la necesidad de advertir que cualquier parecido con personas reales, es pura coincidencia.


Fabián Gámez, el brillante jefe de tecnología


Desde hacía varias semanas Fabián Gámez, director del departamento de  tecnología de la prestigiosa empresa gráfica, se encontraba  concentrado  en un proyecto que demandaba todo su tiempo y toda su atención. Había dado instrucciones precisas a su secretaria de que  nadie lo interrumpiera; lo que estaba analizando y  planificando era algo demasiado importante.

Sí, Fabián Gámez era desde hacía varios años el encargado del estratégico departamento bajo cuya dirección se hacían las nuevas adquisiciones de la empresa en materia tecnológica. Pero, ¿cómo llegó a ocupar esa posición tan importante?  Quienes lo habían conocido en sus inicios cuando era apenas un ayudante en el departamento de diseño  y volvían a verlo ahora en su nuevo cargo, se sorprendían al observar la transformación experimentada por  aquel joven de apariencia  tan gris que  habían conocido tiempo ha laborando en una función  completamente secundaria.  Sí. Muchas cosas habían cambiado en la vida de Fabián Gámez a la vuelta de pocos años. No solo estaba dirigiendo ahora una importante sección de aquella empresa sino que se había convertido en esposo de una de las propietarias. Las malas lenguas atribuían a esa relación sentimental su progreso laboral, pero si bien es cierto que mucho contribuyó a ello  esa circunstancia, varias situaciones  se enlazaron para transformar su vida... y terminar la  de aquella próspera empresa. Para comprender los hechos es preciso volver en el tiempo.

 Varios años atrás, Marissa, una de las accionistas, una chica muy  joven todavía pero experta como la que más en las artes y lides amatorias y quien por aquellos días laboraba en  la compañía, empezó a salir, para sorpresa de todos, con Fabián Gámez, el anónimo empleado del departamento de diseño.

Hombres y mujeres tenemos nuestras  propias necesidades y motivaciones al escoger pareja. Marissa y Fabián también tuvieron las suyas y estas coincidieron para unirlos y decidir así  la suerte de muchas personas.  No fue que Marissa se sintiera especialmente atraída por aquel empleado ni que lo considerara  su mejor prospecto. Nada de eso. Gámez no tenía nada especialmente atractivo como para llamar su atención: de estatura media, rostro impasible en el que sobresalían unos ojos negros de expresión entre adormilada y errática, cabello negro y contundente nariz, era solo un empleado más que pasaba inadvertido aun en el departamento en el que laboraba. Marissa, por su parte,  no era bonita, pero tenía en cambio el encanto de la juventud: un cuerpo atractivo y unas caderas  firmes  y voluptuosas que  sabía manejar con sabia coquetería. Había abandonado sus estudios  universitarios años antes cuando no logró acoplarse a los rígidos horarios y programas de estudios,  y ahora ocupaba en la empresa, gracias a su carácter de propietaria un cargo carente de responsabilidades  pero muy bien remunerado, en el que se sentía muy a gusto. Dado su carácter  y su flexible moral fue muy popular desde su adolescencia entre el género masculino.  Pero ya había pasado su primera juventud, estaba por cumplir treinta años y  algo últimamente la traía inquieta: sus múltiples  enamoramientos terminaban siempre de forma abrupta sin llegar a convertirse  en una relación seria. Aquella realidad que solo en su pensamiento se atrevía a reconocer, era algo que la conturbaba. 

¿Quién puede decir qué pasa por la mente de una joven que ya no lo es tanto y que  ha visto desfilar una cantidad indeterminada de galanes por su agenda romántica pero que  observa con un poco de inquietud  que los años pasan  sin que ninguno de ellos considere ni por un momento prolongar su relación y mucho menos pasar  por la notaría? ¿Qué piensa cuando ve que  sus pretendientes se espacían cada vez más y empieza a pasar sola muchos fines de semana? 

Los pensamientos que acudían a la mente de Marissa no eran de ninguna manera reconfortantes. Se le acababa el tiempo.

Un día, al toparse  en la empresa con Fabián Gámez  por un asunto de trabajo, Marissa cayó  en la cuenta de algo: allí, precisamente, tan cerca y en apariencia libre y disponible  estaba aquel chico,  no del todo desagradable y al parecer, inteligente y formal; un buen prospecto para entablar una relación seria antes de que fuera demasiado tarde para ella. Así las cosas, se propuso conquistarlo.

Para Fabián Gámez, el hecho de sentirse objeto del interés y los  coqueteos de Marissa despertaba mucha expectativa.  No es que la chica lo atrajera  especialmente, pero no era tonto y entendía muy bien la conveniencia de  relacionarse sentimentalmente con una de las propietarias  de la empresa donde él laboraba. Bajo la expresión bobalicona de su rostro que algunos atribuían a "buena gente", se escondía un ser frío,  analítico y ambicioso.  

Por aquellos días sostenía  una relación seria con una linda joven a la que conocía desde su adolescencia y con la que ya  habían hecho planes de matrimonio. Sin pensarlo dos veces terminó con ella  y se dedicó a su nueva relación sentimental. Cuando un amigo le reprochó la actitud que había tenido con su novia de toda la vida le contestó: "Me convenía  más meterme con Marissa, con ella  mi futuro está asegurado". Y estaba en lo cierto.

Aunque nacida de motivaciones tan dispares, la relación  funcionó. Siempre se les veía juntos. Un día cualquiera  Marissa comunicó a su padre que se iría a vivir con su nueva pareja. Este, muy pragmático,  tomó las cosas con filosofía:  “Mientras más pronto te cases, hija, más pronto te divorciarás. Es algo que tiene que pasar. Dejemos pues que el destino haga lo suyo".   Pero Marissa y Fabián no se casaron. Era ya una costumbre establecida entre la juventud empezar a vivir en pareja  sin pasar por la notaría. 

La vida laboral de Fabián Gámez dio entonces un vuelco. Solía leer revistas de tecnología y aunque su conocimiento acerca de ese tema era superficial, superaba  al de los administradores de la empresa, completamente ignorantes al respecto. De un momento a otro y sin méritos a la vista se convirtió en el non plus ultra del asesoramiento y adquisición de los costosos equipos y maquinaria  requeridos en la empresa. Con los años, y gracias a su posición de esposo de una de las accionistas, asumió una actitud de persona sabia y documentada: “El asunto es grave”, solía exclamar en ocasiones moviendo su cabeza de arriba abajo.  “La cuestión puede complicarse”, explicaba en otras, meneándola de derecha a izquierda, o “el problema, por más que parece insoluble, no es tan difícil” insinuaba, en otras ocasiones meneándola de izquierda a derecha.  Todos admiraban su sobriedad, su equilibrada conducta, la justeza de sus apreciaciones. Se seguían al pie de la letra sus consejos acerca de la adquisición de equipos y tecnología.

Algo sombrío empezaba a ocurrir sin embargo en aquella empresa... 

Allá, en un rincón de un cuarto olvidado de la planta,  reposaba la costosa impresora que en un momento de inspiración Fabián Gámez, el director del departamento de tecnología recomendó adquirir  para suplir la gran necesidad de la empresa en materia de copias e impresos.  No pudo utilizarse más que seis meses. Aparentemente perfecta, resultó sin embargo sumamente  onerosa  por sus continuas y costosas recargas de tinta y  debió ser desechada.

Por esa misma época, y  después de asistir a una importante feria gráfica  en Alemania,  Fabián Gámez, a quien se le había designado expresamente para asistir a esos eventos,  recomendó  comprar  de manera urgente un equipo de alta tecnología para realizar nuevos trabajos que representarían para la empresa óptimas ganancias. La adquisición,  de un costo considerable,  fue aceptada de forma unánime  por la Junta Directiva. Se realizó la importación  y los equipos llegaron en medio de gran expectativa. Eran inmensos y sus suministros  muy costosos. Inmediatamente empezaron a realizarse los trabajos prospectados. Se tenía prisa por empezar a recaudar las ganancias esperadas. No obstante, los meses pasaron  y ninguna mejoría se evidenció en la facturación de la empresa. De alguna manera, los nuevos equipos habían incrementado el personal, la responsabilidad, los gastos de mantenimiento, pero las ganancias proyectadas nunca se reflejaron en el flujo de caja.

De manera inexplicable, sin embargo,  todos, o casi todos en la empresa, seguían creyendo  que algo ajeno a Fabián Gámez había ocurrido, alguna circunstancia fortuita había hecho que ese magnífico proyecto no resultara. Y así, no se le atribuyó al brillante jefe de tecnología ese nuevo y costoso revés.

Pasado un tiempo Fabián presentó  de nuevo  ante la Junta una idea que esta vez sí, con toda seguridad,  reportaría cuantiosas  ganancias. Había ideado  unos armatostes a los que había bautizado como   Mogastores que tenían por objeto ser instalados en diferentes supermercados para  presentar videos o  pautas comerciales contratadas. No era ese el ramo en el que la empresa se desenvolvía. Fabricar aquellos aparatos era algo en lo que no tenían experiencia. Curiosamente, sin embargo, la Junta Directiva volvió  a entusiasmarse. Sí. Lo que proponía Gámez en esta ocasión  parecía  algo muy original, viable y exitoso.  Durante varios meses, se elaboraron  prolijamente en los talleres de la fábrica aquellos  pesados artefactos que según había planteado el director de tecnología se convertirían en una fuente inagotable de entradas  para la empresa. Pero el brillante ejecutivo no había contado con que tendrían que competir  con la tecnología japonesa y con los últimos adelantos en materia de comunicación. Todo resultó ser un nuevo fiasco y los inútiles y pesados artefactos fueron también refundidos en el cuarto de los fracasos.

Cualquiera diría que a Fabián Gámez  lo acompañaba ya un aura negativa que restaría credibilidad a cualquiera de sus futuras sugerencias,  pero él era sagaz y tenía una estrategia que siempre le daba resultado: dejaba que las cosas se aquietaran. Que se olvidara la falla o el revés pasado. Que transcurrieran los meses.  Sí, él sabía que las personas suelen olvidar los errores, sobre todo cuando la bonanza económica se presta para dilapidar el dinero y no hay que rendir cuentas a nadie de los desaciertos. Y eso era lo que por aquellos días ocurría en aquella empresa.

Y pasó el tiempo. Y de nuevo Fabián Gámez,  viajó como observador  a una de las más famosas ferias de maquinaria de un país vecino.  Al retornar, compartió con la Junta Directiva  su proyecto estrella: la adquisición de un equipo de impresión de última tecnología;  con él darían la bienvenida al futuro, al progreso. Y lo mejor de todo: aquella era alta tecnología alemana producida en China a un bajísimo costo. No adquirir esa maquinaria  sería una locura, perder la oportunidad de hacer parte del desarrollo, quedarse en el pasado.

"Pero Fabián, ¿estás seguro de que ese equipo chino tiene la misma calidad de los  equipos fabricados en Alemania?", le preguntó  el presidente de la Junta Directiva luego de escucharlo. "Sin la menor duda", respondió Gámez con la audaz seguridad que caracteriza a la ignorancia revestida de prepotencia.

A pesar de los múltiples antecedentes nefastos en la hoja de vida de Fabián Gámez, algo ocurrió con el sentido común de los miembros de la Junta y también en esta ocasión volvió a concedérsele  el aval para adquirir los costosos  equipos por él recomendados. "Sí -se decían-  esta vez, sin lugar a dudas Fabián está en lo cierto".

Pero la expectativa y la ilusión creadas por la adquisición de la nueva maquinaria fallaron una vez más dejando lugar poco a poco a una inmensa frustración.  El nuevo equipo de tecnología china nunca funcionó de manera normal. La máquina prácticamente se desbarataba  ante la vista y la desesperación de quienes presenciaban su accionar. Se trajeron de China costosos técnicos para su revisión. Se compraron repuestos. Se trató de reclamar la garantía. Todo fue inútil. Los chinos, haciendo gala del conocido dicho: "se hicieron los chinos", no respondieron a los insistentes reclamos. Luego de un año entero de batallar  intentando poner el equipo en normal funcionamiento, se tiró la toalla y poco a poco, abandonado, se convirtió en chatarra. Una chatarra costosa que debió seguir siendo pagada por la empresa durante varios años más.  En alguna ocasión cuando alguien se refirió al descalabro de esa última adquisición Gámez replicó con desfachatez: "Fueron los miembros de la  Junta Directiva quienes tuvieron la responsabilidad de esa compra porque fueron ellos quienes me dieron  su consentimiento para comprar ese equipo".   

Pasaron varios años. La Junta Directiva  una vez más estaba reunida. Fabián Gámez se encontraba  en esta ocasión  más preparado que nunca. Había pasado encerrado en su oficina más de un mes preparando aquel proyecto fuera de serie, con órdenes expresas dadas a su secretaria de que nadie lo molestara.

Al iniciar la sesión, uno de los miembros de Junta, el más lúcido y de buena memoria,  pidió que no fuera escuchado, que la empresa no podía darse ya el lujo de cometer errores, que un nuevo fracaso los llevaría a la ruina, pero la curiosidad dominaba a los otros miembros presentes.  A lo largo de una apasionante hora escucharon absortos las ventajas de aquel maravilloso equipo de impresión que podía conseguirse a un costo realmente irrisorio y que haría que las dificultades financieras acumuladas luego de tantas pérdidas,  por fin terminaran. 

Hablaba de cifras realmente atrayentes, de nuevos clientes, contactos y productos en el momento en que el miembro de Junta  que había abogado para que ese nuevo proyecto no fuera escuchado salía indignado del recinto dando un portazo. Y continuó hablando todavía durante media hora más hasta que estuvo seguro de contar con los votos necesarios para realizar su genial  proyecto.

 La suerte de la empresa estaba echada.

 Leonor Fernández Riva
Santiago de Cali, Febrero 28 de 2014