En nombre de
la ciencia
Leonor
Fernández Riva
¡Maldita sea!
¡Se nos adelantaron!, exclamó con rabia,
Yaco Sei al escuchar la noticia en la radio.
Yyuco Sau, levantó la mirada del microscopio y puso atención. El locutor anunciaba el premio Nobel de Medicina que esta vez había recaído conjuntamente en el profesor japonés Osamu Shimomura y en un científico norteamericano por el descubrimiento y desarrollo de la aequorina, la proteína verde fluorescente encontrada en una clase muy rara de medusas. Una sombra pareció caer sobre el laboratorio. Los dos científicos guardaron silencio durante varios minutos. El primero en romperlo fue Yaco Sei:
Yyuco Sau, levantó la mirada del microscopio y puso atención. El locutor anunciaba el premio Nobel de Medicina que esta vez había recaído conjuntamente en el profesor japonés Osamu Shimomura y en un científico norteamericano por el descubrimiento y desarrollo de la aequorina, la proteína verde fluorescente encontrada en una clase muy rara de medusas. Una sombra pareció caer sobre el laboratorio. Los dos científicos guardaron silencio durante varios minutos. El primero en romperlo fue Yaco Sei:
-Lo
presentía. Sabía que era solo cuestión de tiempo. Pero debemos mantenernos tranquilos;
ellos no saben lo que nosotros hemos descubierto.
- ¿No crees
que ya es tiempo de pensar en publicar
nuestro hallazgo? - preguntó Iyuco.
-¿Cómo se te ocurre? El nuestro es un secreto
que vale miles de millones. Un secreto no solo médico sino militar, pero que aún no hemos concluido. Conservemos la calma. Nuestra investigación
todavía no puede hacerse pública. El medio científico no puede sospechar
los progresos que hemos realizado.
Ignoran que hemos logrado superar
la fórmula y dar a la aequorina una connotación impensada al producirla en forma
de polvo sin ningún sabor.
- Sí, pero todavía no hemos podido medir sus efectos posteriores. Ayer pude observar con los lentes el recorrido de la proteína a través del sistema nervioso del cobayo y medir su temor ante nuestra presencia y el placer a la vista de sus alimentos, pero también su extraña agresividad y luego su colapso y muerte. Para mi esa reacción sigue siendo un misterio. Por alguna razón su cerebro no reacciona bien a la ingesta de la aequorina. Quizá deberíamos experimentar todavía un poco más.
- Sí, pero todavía no hemos podido medir sus efectos posteriores. Ayer pude observar con los lentes el recorrido de la proteína a través del sistema nervioso del cobayo y medir su temor ante nuestra presencia y el placer a la vista de sus alimentos, pero también su extraña agresividad y luego su colapso y muerte. Para mi esa reacción sigue siendo un misterio. Por alguna razón su cerebro no reacciona bien a la ingesta de la aequorina. Quizá deberíamos experimentar todavía un poco más.
- En estos instantes no podemos detenernos. Ya
estamos cerca. Pero sí, tienes razón, debemos incursionar en seres más complejos.
- ¿Humanos?¡!
-¡Sí! No sé por qué te inquietas.
Siempre supimos que tendríamos que hacerlo. Los humanos somos los únicos seres vivos que
tenemos pensamientos complejos. Hasta cierto punto es fácil determinar el
placer, el miedo o el disgusto de animales inferiores enfrentados a
situaciones tan básicas como el
alimento, el sexo o el miedo.
- Pero aún no sabemos qué repercusión puede tener la aequorina en el sistema nervioso. Como he podido
observar su aplicación bloquea la influencia inhibidora de la violencia que ejerce sobre el
hipotálamo la corteza cerebral. La inusual agresividad que he detectado en los cobayos receptores es algo que todavía
no podemos controlar. Y lo más
preocupante es que como hemos visto su cerebro sufre luego de la aplicación un
daño irreversible. Quizá deberíamos esperar un poco antes de experimentar con seres humanos.
- Tendremos que arriesgarnos. Ha
llegado el momento de dar el siguiente paso. Los lentes infranuodecentes nos permitirán observar las celdillas donde
circula con más fuerza la proteína, y
prácticamente leer el pensamiento del receptor. ¿Te imaginas cuánto nos
pagarían algunos gobiernos por tener esa posibilidad?
-Oye, ¿y qué te parece si
empezamos con Isuco, la mujer que nos hace la limpieza?
-¿Crees realmente que su pensamiento es mucho más complejo que el del cobayo? No me hagas reír.
Desperdiciaríamos la proteína cuya síntesis es tan costosa.
- Puede que tengas razón. Pero
tal vez pudiéramos saber sus verdadero sentimientos hacia nosotros.
Quizá no sean de afecto y agradecimiento como parece demostrarnos sino solo de temor y hasta de rabia.
Quizá no sean de afecto y agradecimiento como parece demostrarnos sino solo de temor y hasta de rabia.
-Conocer eso, no dejaría de ser un desperdicio de tiempo y de
proteína. No. Ya encontraremos otro receptor más adecuado.
Estaban agotados. Había sido un día
especialmente difícil. La noticia del nóbel de química concedido por la Academia Sueca a una investigación similar a la que ellos
realizan, era sin duda, aunque intentaran negarlo, algo que no tenían en sus planes. Y lo peor de todo era que no podían descartar que otros científicos estuvieran logrando avances significativos en el mismo estudio. No había tiempo que perder. Habían sido demasiados años de investigaciones, demasiado trabajo y esfuerzo como para
tirar todo por la borda.
-Por hoy ha sido suficiente, dijo Yaco Sei
mientras colocaba en la jaula del nuevo cobayo un recipiente con alimento
en el que había disuelto un poco de aequorina. No comentaron nada más. En medio de un silencio cargado de
premoniciones, desconectaron los reactores y dieron una revisión final al laboratorio.
Era esa una labor cotidiana; un solo mechero encendido, en medio de tantas probetas llenas con líquidos inflamables, podría ocasionar una
catástrofe Bajaron al parqueadero y se despidieron con un simple gesto de la mano, luego de lo cual cada uno abordó su vehículo.
Iyuco experimentaba un disgusto que
no era habitual en él. La decepción causada por la noticia del nóbel y la
conversación sostenida con Yaco Sei había dejado paso a una rabia que difícilmente lograba contener. Al llegar a su
apartamento desquitó su mal humor con una silla que le estorbó el paso y en un súbito impulso la
estrelló contra la pared. No tenía tiempo ni ganas de analizar su actitud. Experimentaba un disgusto muy grande hacia Yaco Sei; conocía su ambición. Sabía que no se
detendría ante nada para lograr su objetivo. No tenía moral ni principios. No
podía confiar en él. Aún recordaba los
pocos escrúpulos que demostró tanto en la secundaria como en la universidad, para hacer a un lado a otros
compañeros y llevarse él solo los
créditos. Y luego, ese deseo suyo de
figuración. Solamente él acudía a las entrevistas, solamente él firmaba los artículos en las
revistas científicas. Para Yaco Sei, él era solo una sombra, no existía. Yyuco está cansado, sin quitarse la ropa se
recuesta en la cama y se sumerge en un sueño intranquilo y lleno de
sobresaltos.
A pocas cuadras de distancia Yaco
Sei toma despacio una taza de té. A pesar del cansancio y las emociones del día,
no siente sueño. Está anhelante. Al fin podrá observar el
recorrido de la aequorina en un ser humano y determinar
el alcance de sus investigaciones. No experimenta ningún remordimiento. La ciencia antes que
todo. Total, él es quien ha llevado
siempre la batuta. Yyuco es un ser
mediocre. Este será tal vez su mayor aporte a la investigación. La ciencia
antes que todo.
Es una larga noche.
Al día siguiente, muy temprano, los dos
científicos vuelven a encontrarse en el laboratorio. Yaco Sei observa de reojo
a su compañero. Lo siente distante, disgustado. Al llegar, apenas si respondió a su saludo. Está ansioso pero debe disimular. Con
naturalidad se dirige hasta la jaula del cobayo al que la noche anterior administró la aequorina y se coloca los
lentes infraunodecentes.
Observa por unos momentos al conejillo que se abalanza
sobre los barrotes en un acceso de furia, pero luego vuelve su mirada hacia su
compañero. Lo que ve a través del lente lo
deja asombrado. A través de la corteza cerebral, divisa las ramificaciones del
hipotálamo de Yyuco. Parecen estar
congestionadas, el sistema límbico parece explotar. Es algo fascinante. No
puede dejar de observarlo.
De un momento a otro su
razonamiento le hace volver en sí. Yyuco
le contempla a su vez, con mirada extraviada.
Yaco Sei, entiende que por alguna razón en la mente de su compañero está
escrita la palabra “muerte”. Trata de
alcanzar la salida del laboratorio pero es demasiado tarde. Yyuco se abalanza
sobre él con una probeta en la mano. Yaco Sei no puede resistir su embate, la
probeta se rompe en su cabeza y con los pedazos Yyuco encuentra caminos ciertos en su cuerpo.
Cuando los bomberos acuden al
llamado de los vecinos que temerosos ven las llamas que salen del laboratorio,
encuentran en el suelo el cuerpo tasajeado del científico japonés y a su lado
en el suelo un hombre cuya mente parece
perdida y que repite sin césar:
“ En nombre de la ciencia, Yaco
Sei. En nombre de la ciencia…..”
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