El
mejor lugar
Quienes
compartieron la accidentada travesía y presenciaron el hecho, contarían después
con evidente asombro, como luego de lo
acontecido, el mar volvió a quedar en calma. Sí, de manera en extremo
sorprendente, así como surgió de repente la tormenta, así también se fue…
Todo empezó cierto día
en que el gerente de una empresa gráfica
fue invitado a una de las más destacadas empresas del sector para asistir a una
reunión del gremio gráfico.
Esa visita dejó a aquel gerente gratamente impresionado.
Todo allí se veía organizado, limpio, ordenado. La planta, con modernos
equipos y mínimo personal, trabajaba a gran velocidad y al parecer, sin ningún tropiezo, y en
las oficinas, sobrias y decoradas con excelente buen gusto, los empleados
laboraban de manera diligente.
Pero
lo que más le llamó la atención fue la
sala de juntas presidida por el busto del fundador de la empresa. Era ese un
detalle que prestaba al recinto, un
toque de refinamiento y de clase que
anheló llegar a tener.
Entusiasmado con la
idea, solicitó la tarjeta del escultor que había realizado tan magnífica obra y la guardó con el ánimo de llamarlo apenas la
ocasión fuera propicia. “Sí, su empresa merecía también resaltar su historia, hacerle un
reconocimiento a su fundador”. No
obstante, a pesar de su entusiasmo
inicial y debido a la presión constante de los trabajos por entregar, el gerente olvidó
pronto esa primera intención.
Pero un día, buscando
en su tarjetero los datos de un cliente, se topó con la tarjeta:
Víctor Eusebio Ramírez
Escultor
Y entonces recordó. Llamó
a su secretaria y le pidió que llamará
al escultor y lo citara para hablar con
él cuanto antes.
—Don Ernesto -le
anunció su secretaria, dos días después-
el señor Víctor Ramírez está en la
recepción. Quiere hablar con usted.
—¿Quién dices que es? –
preguntó el gerente en un primer momento, pero luego recordó y añadió:
—Hágalo pasar Zuleyma .
El hombrecillo de
mediana edad que asomado a la entrada de
su oficina le pidió permiso para pasar,
no le causó a don Ernesto, muy buena
impresión.
De baja estatura, apenas si llegaba a al metro
sesenta, robusto, de cara arratonada,
nariz pronunciada y labios muy delgados, lo único que se destacaba en su
rostro eran los ojos, pequeños pero
vivaces.
—Buenas tardes, don
Ernesto, me dijo su secretaria que quiere usted hablar
conmigo.
—Sí, señor Ramírez,
estuve hace unos días de visita en
Megagrafit y vi allí un busto realizado por usted que me llamó la
atención. Quisiera saber qué necesita usted para realizar uno similar
con el rostro de nuestro fundador.
—Déjeme decirle
primero, don Ernesto, que esa es una muy buena idea, no crea usted que se lo
digo porque espero ser yo quien realice
esa obra, pero ese es un gesto que habla muy bien de los herederos y que
conferirá a la empresa un sello de gran
distinción. Entiendo que don José, el
fundador de esta pujante empresa fue su
padre, ¿verdad?
—Así, es. Mi padre, señor Ramírez, fue un hombre
extraordinario. Creó una empresa de la nada. Así, tal como suena.
—Eso es algo que debe
enorgullecerlo. Pero contestando a su
pregunta, debo decirle que para realizar el busto de don José, tengo que conocer primero la historia de
la empresa y ver un archivo de fotos de su padre, en varias
etapas de su vida. Y me gustaría también recorrer la empresa, empaparme del
espíritu que se respira aquí. Mis obras, señor Fernández, no son solo
esculturas en mármol, mis obras tienen alma.
A medida que el hombre
hablaba el gerente fue cambiando esa primera y negativa impresión. Era como si aquel
extraño hombrecillo hubiese crecido ante sus ojos. Cayó entonces en la cuenta
de que sus manos eran ágiles y sus brazos fuertes y musculosos.
—Tendrá usted todas las
facilidades para ejecutar su trabajo. Cuánto tiempo cree que demorará en tenerlo terminado?
—Es demasiado pronto
para saberlo, debo primero ver el material que usted me va a proveer, señor
Fernández.
—Muy bien, hablemos
ahora del costo de la obra.
La conversación recayó entonces
en los detalles económicos y una vez puestos de acuerdo, el escultor y el gerente se despidieron fijando una cita posterior para proveerle del
material fotográfico.
En las próximas semanas
los empleados se acostumbraron a ver al singular personaje recorriendo todas
las dependencias de la empresa y observando con
atención el trabajo en la planta de producción.
Al paso de los días, aquel hombre de mirada
vivaz y gesto inteligente se fue enterando de que José, un hombre nacido a la
orilla del mar no volvió jamás a sus playas nativas, una nostalgia que lo acompañaría siempre; de su increíble
capacidad para el trabajo, del gran amor que demostró siempre por su esposa y por su
familia, de algunas decepciones... y de muchas cosas más.
Pasaron tres
meses. Y un día el gerente recibió una
llamada.
—Señor Fernández, la obra está lista. Me gustaría que viniera usted a verla.
Sin poder disimular su
expectativa, el gerente acudió al taller del escultor. A primera vista le
pareció que el rostro esculpido en el mármol no tenía gran parecido a su padre,
pero luego de contemplarlo durante unos
momentos, reconoció en el mármol, el gesto característico de su padre cuando
quería comunicarles algo importante. Sí, aquel hombre había logrado plasmar en
aquella obra su gesto más característico.
El busto fue llevado a
la empresa con gran cuidado. Era demasiado pesado y estaba colocado sobre un
pedestal también de mármol que le
confería un peso adicional. Fue colocado
con gran solemnidad en la sala de juntas y se realizó un pequeño acto para
darle la bienvenida.
Y pasó el tiempo. La
empresa había crecido y se había
constituido en un icono respetado en toda la comunidad. El punto de equilibrio era
favorable. Se vivían tiempos buenos. Era,
en concepto de todos, una empresa
pujante.
De un momento a otro
sin embargo, las cosas empezaron a cambiar.
El gerente, concentrado solo en
la labor editorial, había dejado las
finanzas de la empresa en manos de su sobrino. Grave error. El endeudamiento se
había ido tornando agresivo, demencial; los equipos no se reponían ni se mantenían en
perfecto estado; el dinero no ingresaba a la empresa. Y un día, la Junta directiva empezó a vislumbrar
lo que pasaba y de manera muy sutil al principio y luego, con profunda preocupación, empezó a
investigar. Y lo que se fue encontrando resultó tan grave, injustificable e inesperado que el gerente financiero fue despedido. Días más
tarde, por aquello del “espíritu de cuerpo”, don Ernesto, el gerente general, renuncio también a sus funciones.
Se sucedieron a partir de ese momento una
serie de hechos que llevaron a la empresa lenta pero inexorablemente a su
final.
Y un día, en medio del desconcierto y abatimiento
general, aquella emblemática empresa cerró finalmente sus puertas.
Entre las pocas pertenencias
personales que se permitió a los socios retirar
de
la empresa estaba el busto de don José. Con gran trabajo, dado su peso,
fue llevado hasta el jardín de una de las socias, precisamente la hija que más
le había amado y admirado.
Allí, en
medio del follaje y las flores su rostro adusto y pensativo, proporcionó al florido lugar un encanto singular.
Su hija era feliz al contemplarlo cada
mañana rodeado de hermosas plantas y visitado
por canarios y torcazas. Pero un buen día, ella también tomó la
decisión de seguir un sueño y con ese propósito vendió su apartamento. Y don
José ya no pudo continuar presidiendo su
jardín.
Empezó entonces para el busto de don José, un impredecible periplo. En ninguna casa familiar fue acogido. No tenían dónde
colocarlo. “Es demasiado pesado, demasiado grande”, decían todos.
Otra de sus hijas
poseía una gran casa y un extenso jardín donde se hubiera visto muy bien, pero
según comentó: “A mí ese busto no se me
parece a mi padre. Y además, no me gustan estas cosas”.
El busto de don José,
no tenía cabida en ninguna parte. No era
querido por nadie.
La solución sin
embargo, vino de dónde menos se
esperaba. Gracias a la influencia de una persona que lo había conocido, el busto fue aceptado
en la Universidad para presidir la entrada al auditorio que llevaba
precisamente el nombre de uno de sus hijos, el más brillante, quien además
había sido el primer decano de esa facultad. Don José parecía haber encontrado por fin su
lugar más propicio. Su presencia adusta prestaba a la entrada de ese auditorio
un aire solemne.
Pasaron varios meses.
Al llegar del exterior
la viuda de aquel hijo, cuyo nombre llevaba aquel auditorio, expresó su
descontento por haber tomado la decisión de llevar al lugar el busto de don
José sin haberla consultado previamente. “¿A son de qué va a estar allí? Yo soy
la única que podía haber tomado esa decisión. Y a mí no me gusta. No estoy de acuerdo. De ninguna manera puede permanecer allí”.
Fue tan drástica su actitud, que no quedó más remedio que tomar la decisión de trasladar el busto de
don José a una bodega. No había otro
lugar adonde llevarlo.
Quienes se ocuparon de
trasladarlo hasta la bodega contarían luego, como algo curioso, que de los ojos de
don José parecieron emerger durante el recorrido, varias lágrimas.
Una ilusión sin duda.
Pasaron varios meses. Y entonces, una mañana, la hija aquella que
había heredado la responsabilidad de
encontrar una ubicación para el querido
busto, pensó que tal vez, lo ideal era llevarlo junto a quien había trabajado a su lado durante
mucho tiempo y quien también había
vivido las aventuras, alegrías y fracasos de la empresa familiar. Un personaje extravagante y un tanto loco que por los
conflictos surgidos en la empresa estaba
distanciado de toda la familia pero que en el fondo tenía buen corazón: don Ernesto, quien luego de
renunciar a su cargo de gerente en la empresa se había trasladado a vivir una
existencia garciamarquiana en una pequeña isla de la costa Pacífica. Sí, esa
era la solución. Allí, cerca del mar que
don José tanto amó y tanto añoró a lo
largo de su vida, su busto por fin
podría descansar.
No se consultó esta
decisión con don Ernesto; se dio por
descontado que estaría de acuerdo. Así que
se procedió a realizar el difícil periplo: trasladar el
pesado busto hasta la costa y luego hasta la pequeña isla. Esa labor representaba
un esfuerzo singular. Debió contratarse una fuerte lancha para que llevara con
cuidado la preciosa carga hasta su destino final.
El día del viaje hasta la isla el mar estaba tranquilo. Aquel
iba a ser un recorrido sumamente agradable.
No obstante, cuando se encontraban a varias millas de la costa, el mar, de manera repentina y sorprendente, empezó a encresparse y altas olas amenazaron con hacer naufragar la frágil embarcación. El terror empezó a dominar a todos los pasajeros. Oraban llenos de recogimiento creyendo llegado su momento final. De pronto, la lancha dio un vuelco. Los pasajeros desesperados lograron sin embargo aferrarse con gran dificultad a las barandas de la lancha para no caer al mar embravecido.
No obstante, cuando se encontraban a varias millas de la costa, el mar, de manera repentina y sorprendente, empezó a encresparse y altas olas amenazaron con hacer naufragar la frágil embarcación. El terror empezó a dominar a todos los pasajeros. Oraban llenos de recogimiento creyendo llegado su momento final. De pronto, la lancha dio un vuelco. Los pasajeros desesperados lograron sin embargo aferrarse con gran dificultad a las barandas de la lancha para no caer al mar embravecido.
Pero el busto de don José no corrió esa misma
suerte.
Quienes compartieron la accidentada travesía y presenciaron el hecho, contarían después con evidente asombro, como luego de lo acontecido, el mar volvió a quedar en calma. Sí, de manera en extremo sorprendente, así como surgió de repente la tormenta, así también se fue…
Quienes compartieron la accidentada travesía y presenciaron el hecho, contarían después con evidente asombro, como luego de lo acontecido, el mar volvió a quedar en calma. Sí, de manera en extremo sorprendente, así como surgió de repente la tormenta, así también se fue…